Las
palabras y la vida Alberto Martín Baró
El maldito coronavirus y sus
no menos funestas variantes, cepas o comoquiera que se llamen nos van acorralando
cada vez más. Me los imagino riéndose a mandíbula batiente de nuestros vanos
intentos por defendernos de su mortal contagio.
Ya sé que esta es una
inadecuada forma de hablar, pues ni siquiera son seres vivos, ni “bichos”, como
los llaman en tono jocoso o despectivo algunos comentaristas. Son
microorganismos no celulares que necesitan parasitar células vivas para
propagarse. Por eso, porque no son seres vivos, no se les puede matar. Pero sí
destruir.
La mayor parte de las
recomendaciones o imposiciones de las autoridades sanitarias y políticas están
dirigidas a nuestra defensa: las mascarillas, la distancia de seguridad, las
restricciones a la movilidad y a las reuniones y contactos entre personas… Solo
el uso de hidrogeles alcohólicos y el lavarnos haciendo abundante espuma pueden
destruir la capa proteínica que protege al coronavirus y a sus variantes.
Y me pregunto, ¿no sería más
eficaz que defendernos atacar al enemigo con esa y otras armas semejantes? No
hay mejor defensa que un buen ataque. Esta frase está tomada de la obra El
arte de la guerra, que suele atribuirse al general, estratega y filósofo chino
Sun Tzu, que supuestamente vivió hacia el siglo VI a. C. Y digo supuestamente
porque los investigadores piensan que se trata, más que de un personaje
individual, de diversos autores o de una escuela. Sea de ello lo que fuere, el
dicho en cuestión se ha aplicado con fortuna no solo a los conflictos bélicos,
sino también al deporte y a otras confrontaciones.
Yo, cada vez que me lavo las
manos con jabón o las froto con los hidrogeles que hay a la entrada del súper y
de las tiendas, pienso que estoy acabando con algunos virus.
¿Y si este ataque se
realizara a gran escala? He visto imágenes de camiones y cuadrillas de
operarios en localidades chinas fumigando de forma masiva calles, plazas,
edificios… Como los aviones lanzan sus chorros de agua para apagar incendios,
¿no podrían desinfectar grandes extensiones de terreno y el aire que
respiramos?
Las mismas vacunas en las que
tenemos puesta nuestra esperanza son medios de defensa y protección individual,
que solo cuando se hubiera vacunado a un elevado porcentaje de la población se
lograría lo que se ha dado en llamar “la inmunidad de rebaño”.
Los antivirales, como el
Aplidin elaborado por el laboratorio español PharmaMar, quizá vayan en esta
dirección de atacar y destruir al coronavirus, y no solo curarnos de sus
perniciosos efectos. ¿Vamos a dejarnos vencer los seres inteligentes por un
parásito sin inteligencia?
Yo confío más en la
investigación que en las decisiones de gobernantes ocupados en sus propios
intereses partidistas. Inventos o técnicas que en otros tiempos habríamos
calificado de “ciencia ficción” son hoy realidad cotidiana. No sigamos fiándolo
todo al confinamiento o las cuarentenas que ya utilizaron para combatir las
epidemias nuestros antepasados medievales.