11 de enero de 2021

La salud

 

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Parece como si, en estos tiempos aciagos de pandemia, la salud consistiera casi exclusivamente en verse libres del funesto coronavirus o de cualquiera de sus variantes. Nos contentamos con no contagiarnos de la covid-19 y no tener que ser hospitalizados.

Esta polarización en una enfermedad que, desde luego, provoca a diario centenares de víctimas mortales entre nuestros conciudadanos y millares en todo el mundo nos hace olvidar que la salud es, según la define en una primera acepción el Diccionario de la Real Academia Española, el “estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”. Podemos haber evitado el contagio de la covid-19 y, sin embargo, estar lejos de la normalidad de todas las funciones de nuestro organismo.

En raros momentos, sobre todo quienes ya hemos superado la barrera psicológica de los 65 años, edad normal de la jubilación, digo que raramente nos encontramos en un estado de bienestar no perturbado por alguna molestia, disfunción, achaque, dolama, dolor, trastorno físico o psíquico…

Pero el hecho de estar centrados en la lucha contra el coronavirus para preservar nuestra salud, observando las medidas prescritas por las autoridades sanitarias, como llevar la mascarilla, mantener las distancias de seguridad, lavarnos las manos con frecuencia, evitar desplazamientos y reuniones familiares o sociales, no abrazar, ni besar, ni tocar a nadie, tiene efectos secundarios no deseados en nuestra misma salud, fisiológica y mental.

Del mismo modo que el enfermo ocupado y preocupado en combatir su enfermedad se vuelve, si no egoísta, ciertamente egocéntrico, pendiente de sus medicinas y tratamientos, también los relativamente sanos, bombardeados por las noticias de contagios, hospitalizaciones y muertes, y las prescripciones médicas, podemos caer en un penoso egocentrismo.

Egocentrismo agravado por la falta de alicientes culturales y sociales: no vamos al cine, ni al teatro, ni asistimos a conciertos o a presentaciones de libros, no conversamos con los amigos en un bar, en una cafetería o restaurante, no viajamos…

¿Merece la pena una salud sin cultura, sin el cultivo del espíritu, y sin el trato enriquecedor con familiares y allegados? Psicólogos y psiquiatras alertan de las posibles consecuencias perniciosas para el equilibrio mental de un confinamiento prolongado y de una falta de horizontes esperanzadores, más allá de la vacuna.

Sí, por eso nos resistimos como gatos panza arriba a prescindir de actos culturales y sociales, de lo más gratificante de la vida. No por irresponsabilidad, sino porque la verdadera salud es más, mucho más, que evitar la covid-19.

Pues bien, en ese sentido amplio, yo les saludo y les deseo, queridos lectores: ¡Salud!

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