Las palabras y la vida
Alberto Martín
Baró
Parece
como si, en estos tiempos aciagos de pandemia, la salud consistiera casi
exclusivamente en verse libres del funesto coronavirus o de cualquiera de sus
variantes. Nos contentamos con no contagiarnos de la covid-19 y no tener que
ser hospitalizados.
Esta
polarización en una enfermedad que, desde luego, provoca a diario centenares de
víctimas mortales entre nuestros conciudadanos y millares en todo el mundo nos
hace olvidar que la salud es, según la define en una primera acepción el
Diccionario de la Real Academia Española, el “estado en que el ser orgánico
ejerce normalmente todas sus funciones”. Podemos haber evitado el contagio de
la covid-19 y, sin embargo, estar lejos de la normalidad de todas las funciones
de nuestro organismo.
En
raros momentos, sobre todo quienes ya hemos superado la barrera psicológica de
los 65 años, edad normal de la jubilación, digo que raramente nos encontramos
en un estado de bienestar no perturbado por alguna molestia, disfunción,
achaque, dolama, dolor, trastorno físico o psíquico…
Pero
el hecho de estar centrados en la lucha contra el coronavirus para preservar
nuestra salud, observando las medidas prescritas por las autoridades sanitarias,
como llevar la mascarilla, mantener las distancias de seguridad, lavarnos las
manos con frecuencia, evitar desplazamientos y reuniones familiares o sociales,
no abrazar, ni besar, ni tocar a nadie, tiene efectos secundarios no deseados
en nuestra misma salud, fisiológica y mental.
Del
mismo modo que el enfermo ocupado y preocupado en combatir su enfermedad se
vuelve, si no egoísta, ciertamente egocéntrico, pendiente de sus medicinas y
tratamientos, también los relativamente sanos, bombardeados por las noticias de
contagios, hospitalizaciones y muertes, y las prescripciones médicas, podemos
caer en un penoso egocentrismo.
Egocentrismo
agravado por la falta de alicientes culturales y sociales: no vamos al cine, ni
al teatro, ni asistimos a conciertos o a presentaciones de libros, no
conversamos con los amigos en un bar, en una cafetería o restaurante, no
viajamos…
¿Merece
la pena una salud sin cultura, sin el cultivo del espíritu, y sin el trato
enriquecedor con familiares y allegados? Psicólogos y psiquiatras alertan de
las posibles consecuencias perniciosas para el equilibrio mental de un
confinamiento prolongado y de una falta de horizontes esperanzadores, más allá
de la vacuna.
Sí,
por eso nos resistimos como gatos panza arriba a prescindir de actos culturales
y sociales, de lo más gratificante de la vida. No por irresponsabilidad, sino
porque la verdadera salud es más, mucho más, que evitar la covid-19.
Pues
bien, en ese sentido amplio, yo les saludo y les deseo, queridos lectores: ¡Salud!
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