Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No tengo nada contra los
números. Sin llegar a los extremos de la escuela pitagórica que, siguiendo a su
fundador, el filósofo y matemático griego Pitágoras (siglo VI a. C.),
consideraba que la esencia de todas las cosas es de naturaleza numérica, me
parece que los signos con los que expresamos la cantidad de personas o cosas en
relación con la unidad son un invento admirable sin el que la vida de los seres
racionales no podría desenvolverse como lo hace en sus relaciones humanas,
sociales, comerciales… A fin de cuentas, los números son un lenguaje, aunque
sin la capacidad de la lengua de expresar las más altas ideas y creaciones del
espíritu.
No tengo nada contra los
números. Incluso trato de resolver cada mañana el sudoku de la página de
pasatiempos del periódico en papel. Pero sí me pronuncio contra su mal uso, que
se ha exacerbado en estos tiempos aciagos de pandemia. No es solo mi voz, sino
son muchas las voces que se han alzado contra la reducción de los contagiados,
hospitalizados y fallecidos a frías cifras, con las que a diario los
gobernantes y los medios de comunicación nos bombardean, olvidando que se trata
de personas con sus nombres y apellidos, con familias que ni siquiera han
podido despedirse de ellas con unas honras fúnebres presenciales.
Y, para colmo, muchos de esos
números no responden a la realidad, o han sido falseados para no dañar la
imagen de un Ministerio de Sanidad incompetente y falsario, cuyos datos son
invalidados por el Instituto Nacional de Estadística.
Los números, además, se
prestan a interpretaciones distintas o sesgadas. El incremento de contagios ¿no
puede deberse al hecho de que se realizan más pruebas PCR (Reacción en Cadena
de la Polimerasa)?
Sin la gravedad de la
perversa utilización de los números, me sorprende la ligereza con la que
responsables políticos lanzan cifras, por ejemplo de árboles dañados por el
temporal Filomena. ¿Quién y cómo los ha contado para aventurar la cantidad de
150.000 solo en Madrid capital?
No menos sorprendente resulta
la evaluación de los daños causados por las nieves y los hielos, que se estima
en 1.398 millones de euros en la capital. ¿Por qué 1.398 y no 1.395 o 1.400?
Las pérdidas del sector
agroalimentario las evalúa el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación
entre 60 y 80 millones. Aquí al menos no se aquilata tanto la estimación.
En un emotivo artículo
publicado el 20 de este mes en El Adelantado, mi querido y admirado Luis López
dedicaba un sentido homenaje a “La generación olvidada”, y ahí sí, recordaba
con sus nombres propios a los convecinos que se ha llevado la covid-19.
Nombres entrañables de seres queridos, no números.
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