26 de diciembre de 2021

Navidad humana y divina

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Es posible que ni los que nos creemos más versados en cuestiones de lenguaje y religión acertáramos a decir, así de pronto, la etimología de la palabra Navidad. Para el común de los mortales las Navidades son unas fiestas que celebramos todos los años entre los días 24 de diciembre y 6 de enero y son ocasión propicia para reuniones y comidas familiares, compras y regalos. Se iluminan las calles, ahora a pesar del precio de la electricidad, y nos enviamos mensajes de felicitación a través del wasap o del correo electrónico, medios que han sustituido a los tradicionales christmas.

¿Hemos olvidado el sentido cristiano de la Navidad? Navidad es un término que tiene su origen etimológico en el latín nativitas, sustantivo procedente del verbo nascor. O sea que estamos hablando de un nacimiento, y no de un nacimiento cualquiera, sino del natalicio de Jesús, hijo de la virgen María y, para los creyentes, hijo de Dios.

Aún se conserva la costumbre de poner, tanto en las iglesias como en las casas particulares y en otros lugares, los nacimientos, también llamados belenes. Los hay que incluyen, además del portal con María, Jesús y el Niño, es decir, lo que llamamos el Misterio, otras escenas y personajes de los relatos evangélicos. En la parroquia de San Bonifacio de mi barrio madrileño he podido contemplar una reproducción de la Anunciación del ángel Gabriel a María, que inspiró a preclaros artistas como fra Angélico, Leonardo da Vinci y Botticelli.

Pero observo que somos dados a sustituir nuestras hermosas tradiciones por otros motivos y figuras que poco o nada tienen que ver con la Navidad cristiana. El árbol con luces y adornos ha reemplazado al Misterio, Papá Noel a los Reyes Magos que siguieron una estrella para adorar a Jesús y llevarle presentes de oro, como a rey, incienso, como a Dios, y mirra, como a hombre. Del mismo modo que el estúpido Hallöoween, carente de antecedentes patrios, se ha colado en nuestras fiestas

Nuestros más eximios poetas han cantado a la Navidad, como Juan del Encina, Gil Vicente, Gómez Manrique, Lope de Vega, Góngora, santa Teresa de Jesús, sor Juana Inés de la Cruz, Rubén Darío, Gerardo Diego, Luis Rosales, Carlos Murciano, Angelina Lamelas y Gloria Fuertes, entre otros que ahora no recuerdo, y los anónimos autores de tantos hermosos villancicos.

Mis admirados cantores del grupo ugandés Aba Taano, en un reciente concierto en Navarra, deleitaron a los oyentes con la preciosa nana Aurtxoa seaskan.

También, volviendo a la Navidad, Lope de Vega, en su libro Pastores de Belén, nos regala esta nana, llena de hondura humana y divina:

“Pues andáis en las palmas, / ángeles santos, / que se duerme mi niño, / ¡tened los ramos! / Palmas de Belén / que mueven, airados, / los furiosos vientos / que suenan tanto: / no le hagáis ruido, / corred más paso, / que se duerme mi niño, / ¡tened los ramos! / Rigurosos hielos / le están cercando, / ya veis que no tengo / con qué guardarlo. / Ángeles divinos, / que vais volando, / que se duerme mi niño / ¡tened los ramos!”

 

 

 

 

 

 

 

 

19 de diciembre de 2021

Degradación de la política

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Comprendo que los articulistas que tengan que escribir varias columnas, o aunque sea una sola, a la semana se las vean y deseen para encontrar temas de interés sin repetirse.

Yo me he comprometido conmigo mismo, y con mis lectores, aunque fuera uno solo, a colgar una entrada semanal en mi blog. Y a menudo me digo: “De esto ya has hablado, y más de una vez”. Claro que se puede, puedo, dar al asunto en cuestión un enfoque nuevo.

Muchos columnistas, comentaristas y tertulianos se refugian en la política, Y tratan de competir con sus colegas a ver quién es más original, o está en posesión del dato que el lector, oyente o telespectador ignora.

Confieso que con frecuencia no puedo por menos de preguntarme qué habrá querido decir tal periodista. A algunos, cuyos nombres no citaré, los tengo excluidos de antemano de mi lectura habitual. Son crípticos, citan a autores de los que no he oído ni siquiera el nombre, se pierden en juegos de palabras y alusiones cuyo sentido se me escapa, tienen la mala costumbre de no desarrollar las siglas que dan por supuesto que todos conocemos…

La política actual en España es campo abonado para el aburrimiento, la decepción, la indignación, el sesgo ideológico, la descalificación del que piensa de modo distinto.

El noble arte de gobernar una nación, de ocuparse de los asuntos públicos, de trabajar por el bien común, por resolver los problemas de los ciudadanos, se ha degradado en una lucha partidista en la que priman los intereses personales y del partido en el que se milita.

Los dos principales partidos con implantación nacional, el PSOE y el PP, son incapaces de llegar a acuerdos que redunden en beneficio de todos, que afiancen las instituciones y el poder judicial, que traten de solucionar la crisis económica, el paro estructural, la quiebra de empresas, la deuda pública, la inflación y el consiguiente aumento de los precios de productos básicos, la actual escalada de la tarifa eléctrica, la baja natalidad, la falta de viviendas sociales, el aumento creciente de la pobreza.

Las sesiones de control al Gobierno se han convertido, cuando se celebran, en sesiones de control a la oposición. El Gobierno, y en especial su presidente, culpa a la oposición de todos los males que nos aquejan. Por su parte, la oposición se entretiene en disputas internas, del PP contra Vox, de Vox contra el PP y del PP contra el PP.

El PSOE ha dejado de ser socialista, obrero y español, para ser sanchista. La expresión “sanchismo” ha adquirido de un tiempo a esta parte carta de naturaleza, aunque ni en su construcción lingüística ni en su significado sea afortunada. ¿Sanchismo quiere decir que el presidente Sánchez tiene un programa de gobierno, unas ideas propias sobre cómo gestionar la res pública, la sanidad, la pandemia, la economía, las relaciones con las Cortes, con las autonomías, con la oposición, con el poder judicial?

Se le ha acusado a Sánchez de mentir, cosa que ha hecho constantemente. Pero lo que realmente le define es precisamente su indefinición, su falta de convicciones, su capacidad de afirmar en una misma tirada que defiende la Constitución “de pe a pa” y de aliarse con los enemigos declarados de la Constitución, como Podemos, partido con el que gobierna (es un decir), los independentistas catalanes y vascos, y los herederos y albaceas de ETA.

Si algo caracteriza a Sánchez es su interés por permanecer el mayor tiempo posible en La Moncloa y disfrutar de las prebendas que ello conlleva. Lo demás son medios para conseguir este fin.

En eso es un maestro de la resistencia y la resiliencia.

 

 

 

 

 

 

12 de diciembre de 2021

Al ataque

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

¿Por qué nadie nos aconseja cómo vencer al coronavirus? Y eso que en España la covid-19 está incrementando su incidencia en la sexta ola.

Sí, todo se nos va en llevar la mascarilla, en guardar la distancia interpersonal de seguridad y en vacunar a cuantas más personas mejor, incluidos los niños a partir de cierta edad, y poner la tercera dosis a los mayores de 60 años o a los grupos de riesgo.

Pero todas estas medidas se centran en protegernos frente al virus y en tratar de evitar los contagios. Que, a pesar de nuestros esfuerzos, siguen aumentando, y tampoco han conseguido evitar las hospitalizaciones, los ingresos en las UVI y, lo que es más grave, las muertes.

Porque el coronavirus continúa campando a sus anchas sin que pongamos los medios idóneos para destruirlo.

En los comienzos de la pandemia se insistía mucho en que nos laváramos las manos con agua caliente y jabón, haciendo abundante espuma. El calor derrite la grasa que cubre y protege la molécula de proteína que es el virus.

Vengo observando que últimamente la gente la no se limpia las manos con los hidrogeles que hay, o había, en la entrada de tiendas, supermercados, farmacias y otros establecimientos. Y estos hidrogeles, el alcohol o cualquier mezcla con alcohol a más del 65% disuelven la capa lipídea externa del virus, que se desintegra solo. Incluso en hospitales y otros centros sanitarios a menudo los dispensadores de tales hidrogeles alcohólicos están vacíos, o no funcionan, o los que acudimos a consultas externas pasamos de utilizarlos.

En algún artículo mío o entrada de mi blog he llegado a preguntarme por qué no se ataca al coronavirus con medios masivos, o hasta aéreos, como se lucha contra los incendios, solo que en vez de agua, con esos disolventes que le privan de su capa protectora de lípido.

No nos limitemos a protegernos del virus, que, sí, es necesario, pasemos al ataque. Cualquier mezcla de cloro y agua también disuelve directamente la proteína, que se desintegra.

Hay expertos que incluso hablan de que la luz ultravioleta también desintegra la proteína del virus.

El virus, hay que repetirlo, no es un organismo vivo, sino que parasita células de organismos vivos. Por eso también es importante potenciar nuestro sistema autoinmune.

Me dirán que “zapatero a tus zapatos”, que no me meta en terrenos ajenos a mis humildes conocimientos.

Me he limitado a reproducir, confío en que sin demasiados errores, los consejos y saberes de los expertos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

6 de diciembre de 2021

Doble o nada

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

En seguida se entera el espectador de que el “Doble o nada” del título de la obra es la propuesta que Ricardo, el director de un importante medio de comunicación, le hace a Miky, la subdirectora del diario digital del grupo: asumir la dirección de la empresa, o ser despedida de la misma, abandonando la subdirección que desempeña.

No había yo querido leer ninguna reseña o crítica de esta obra teatral antes de verla en el teatro Luchana de Madrid para no ir condicionado por opiniones ajenas.

Pero he de confesar que me hubiera ayudado conocer de antemano algunos pormenores del argumento para poder seguir con mayor detalle el desarrollo de la trama. A mis problemas de audición se unían los argentinismos de ese gran actor que es Miguel Ángel Solá y la rapidez y complejidad de los diálogos entre él y esa no menos grande actriz que es Paula Cancio. Y eso que mi mujer, mi cuñada y yo estábamos sentados en la fila 2, prácticamente compartiendo escenario con los intérpretes, pues la fila 1 creo que no se pone a la venta.

Cuando voy al cine o veo en casa la televisión me resultan imprescindibles los subtítulos en castellano, aunque los actores hablen en esta mi lengua materna.

La obra comienza “in medias res” y los dos protagonistas de Doble o nada son los únicos que aparecen en escena, aunque hay otros personajes que, sin salir al escenario, desempeñan un papel, como el otro candidato a dirigir la empresa; o el consejo de administración, especie de “gran hermano” que todo lo controla, según atinada comparación de Miky; o la esposa del director, ambos celebran ese día un aniversario de su boda; un tal Raúl, con quien conversa por el móvil varias veces Ricardo, y no entendí bien si es su chófer o ayudante; o hasta la tormenta que retiene a los protagonistas en el despacho del director…

Por supuesto que no voy a desvelar el desenlace de la acción dramática, en la que vamos enterándonos de la admiración que Miky siente por Ricardo, ¿que desemboca en amor? O de la petición de Ricardo a Miky de que le ayude a escribir sus memorias y, aún más, de que se case con él.

Hay atracción sexual entre ambos, ¿o es estrategia de la subdirectora para lograr el ansiado puesto de directora?

Los giros argumentales, sutiles o manifiestos, mantienen en ascuas al espectador, combinando la intriga dramática con rasgos de humor y de amor.

Todos los componentes de las relaciones humanas entre un hombre y una mujer, sin descartar la ambición, la lucha por el poder, la violencia, el machismo, van aflorando en las palabras que intercambian el director, hombre mayor y enfermo, y la joven subdirectora, espléndida, atractiva y llena de vitalidad.

Había pocos espectadores, no más de treinta, en la función a la que nosotros asistimos, después de un año de representaciones. Miguel Ángel solá, al saludar y dar las gracias a los asistentes al término de la representación, nos pidió que la recomendáramos a amigos y conocidos.

Es lo que yo hago a mis lectores: no les defraudará, saldrán enriquecidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

30 de noviembre de 2021

El viaje a Francia

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Nuestro viaje a Carnolès, localidad francesa cerca de Menton, en la costa mediterránea, tenía como objeto visitar a mi cuñado Federico Bermejo, más conocido en la familia como Fico, para acompañarle tras la muerte de su mujer Laura, ocurrida el día 9 del pasado mes de diciembre. Así también veríamos a mi hijo Guillermo, que convivía con su tío Fico.

Pero por distintos motivos, entre los que no ha sido el menor las restricciones a la movilidad de un país a otro por causa de la covid19, el viaje se fue posponiendo hasta el 24 de noviembre. Aterrizamos mi mujer y yo en Niza por la tarde de ese día y ya nos estaban esperando en la terminal 2 mi hijo y mi sobrino Gonzalo Fernández, que había llegado procedente de La Coruña esa misma mañana.

El tranvía que tomamos en la salida del aeropuerto nos deja en el centro de Niza y de allí fuimos andando hasta la estación del ferrocarril por la avenida Jean Médecin, la principal de la famosa ciudad de la Riviera francesa. Me llamaron la atención los tranvías que transitan en las dos direcciones por esa avenida, en la que se encuentra la basílica de Notre Dame, de la que nos limitamos a contemplar la fachada. Doy este detalle, porque mi mujer tenía en su programa visitar con cierto detenimiento esta joya de la Costa Azul, visita que no pudimos realizar.

El tren nos deja a tiro de piedra de la casa en la que vive mi cuñado, en la avenida de Profondeville, Roquebrune-Cap-Martin. Me fundo en un abrazo con Fico, al que encuentro mejor de lo que me temía dadas su enfermedad y la pérdida de Laura. Él, marino de guerra, había trabajado desde el año 1988 en la Organización Hidrográfica Internacional (OHI) con sede en Mónaco. Como en Mónaco es prohibitivo vivir incluso para economías desahogadas, mi cuñado y su mujer se instalaron en la casa cuya dirección acabo de reseñar.

Fico es la persona más sociable que he conocido, con un inalterable sentido del humor, y reparte cariño a manos llenas entre su hija Sonia, cantante y profesora de música, con una voz portentosa, familiares y amigos, que le adoran y visitan en su casa, convertida en polo de atracción a pesar de la lejanía en la que se encuentra para muchos. Ha recopilado datos de la familia Baró, en varios vídeos, que nos proyecta el día 25, en el que no paró de llover.

Gonzalo, periodista actualmente en paro, hijo de Marisina Pérez-Soba, la mayor de los primos Baró, joven con retranca gallega y sonriente cordialidad, es una muestra del cariño que miembros de nuestra familia profesan a Fico.

Como lo es Marta Pérez-Soba, que con su marido holandés Wim van der Maas también le visita estos mismos días. Marta, ingeniera agrónoma, trabaja en el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea en Istra (Italia), cerca de Milán, a orillas del lago Maggiore, asesorando a la dirección general de agricultura sobre cómo la Política Agraria Comunitaria puede mejorar el medio ambiente y reducir el cambio climático. Pero sobre este perfil profesional quiero resaltar su talla humana, en la que se funden la belleza, la simpatía, la inteligencia, su inabarcable cultura y un aire de misterio cautivador.

Desde Italia se han trasladado ella y Wim en coche a Carnolès. Wim trabaja en el Instituto Nacional de Medio Ambiente y Salud de Holanda aconsejando a los ministerios holandeses sobre los efectos de las emisiones de todos los sectores sobre el medio ambiente. Es hombre de talante alegre, siempre de buen humor y romántico enamorado de su mujer, a la que lleva un ramo de flores después de una separación por motivos de trabajo. Como nosotros, Marta y Wim se alojan en el Hotel Victoria de Roquebrune-Cap-Martin, en un emplazamiento privilegiado a orillas de la bahía de este nombre, en cuyas playas pedregosas rompen las olas del Mediterráneo. Yo no me canso de contemplar el mar y el cielo de un azul intenso.

Ellos y Gonzalo son los mejores compañeros para visitar el día 26 Mónaco. El principado es un horror urbanístico, del que se salva el Museo Oceanográfico y Acuario, una maravilla que recorrimos con detenimiento, aunque insuficiente para hacerte una idea de toda la riqueza que encierra esta creación del rey Alberto I de Mónaco, que dedicó su vida y su talento a investigar los océanos y sus tesoros. Me pregunto cómo mantendrán los responsables del Acuario tal variedad de peces vivos.

Menton, en cambio, es una delicia de ciudad que en su núcleo urbano conserva elegantes edificios y estrechas calles que te trasladan a un pasado con encanto y tipismo. Nos guía mi hijo Guillermo, al que el cambio de alcalde ha privado de trabajar con la Fundación Jean Cocteau, ilustre habitante en su edad madura de Menton. En el Bastion se conservan mosaicos suyos y más obras en el Museo de su nombre, que se inundó y está cerrado por reparación. Pero nos compensó la subida a la altura donde se alza la basílica de Saint Michel, una joya del siglo XVII, y las iglesias de los Penitentes Blancos y los Penitentes Negros. Rematamos la visita a Menton disfrutando del Jardín Botánico, mientras caía la tarde, amparados por plantas exóticas, de las que me queda grabada para el recuerdo la imagen bellísima de la ceiba speciosa, con su exuberante despliegue de flores rosadas.

Fico, Guillermo, Marta, Wim, Gonzalo, vosotros, como adorable representación de nuestra familia, habéis sido el principal aliciente de nuestro viaje a Francia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

22 de noviembre de 2021

La vejez honorable

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Se empezó a poner la tercera dosis de la vacuna anticovid a los ingresados en residencias de mayores. Después se fijó en sesenta y cinco años la edad a partir de la cual se recomienda esa tercera dosis. Ahora se habla de administrarla a edades inferiores. De todos modos, no es fácil orientarse en este campo, dado que muchas disposiciones relacionadas con la lucha contra el coronavirus varían de unas a otras comunidades autónomas.

Esta cuestión de la conveniencia de la vacunación contra el covid por franjas de edad me ha llevado estos días a reflexionar sobre la vejez, sus límites, carencias y posibles remedios.

Me ha extrañado que ese gran periodista y escritor que es Pedro G. Cuartango, en un artículo publicado recientemente en el diario ABC, estuviera en desacuerdo con el elogio que el orador, político y filósofo romano Cicerón hace de la vejez en su libro De senectute, que suele traducirse en español como El arte de envejecer. Y disiente Cuartango a cuento de los males físicos y achaques de los que se quejaban en una reunión un grupo de amigos del articulista.

Los viejos se pueden dividir –esto lo aventuro yo– en dos grupos. Por un lado, están aquellos que continuamente hablan de sus dolencias y te cuentan con todo lujo de detalles su tratamiento o su última operación. Me temo que estos son mayoría. Luego no faltan quienes, por el contrario, alardean de su buena salud, de que a ellos “no les parte un rayo”. Y me parece que son minoría.

En la citada obra, Cicerón, por boca del político, escritor y militar romano Catón el Viejo, hace un elogio de la vejez y rebate los cuatro defectos que se achacan comúnmente a la vejez: 1. La vejez aparta de las actividades. 2. La pérdida de la fuerza física. 3. La vejez hace perder el disfrute de los placeres. 4. La proximidad de la muerte.

“La vejez –dice Cicerón Catón– es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento”.

Me detengo en la tercera condición para que la vejez sea “honorable”: “Si no es dependiente de nadie”. Está claro que la edad avanzada nos aparta de las actividades, nos hace perder fuerza física, memoria y deleite de los placeres, y nos aproxima a la muerte. Pero todas estas carencias son relativas y pueden superarse, mientras que la dependencia es, a mi juicio, el principal obstáculo para la vida “honorable” del anciano.

Cada vez que he visitado una residencia de mayores, o sea, de viejos, he salido deprimido. Comprendo que en muchos casos es la única solución para las personas dependientes que no tienen otra forma de satisfacer sus necesidades cotidianas.

He conocido en mi familia a viejos que no podían vivir solos y estaban acogidos por una hermana casada y con hijos, o por otros parientes. Esta convivencia familiar es, hoy día, poco menos que imposible.

A menudo decimos de algún viejo conocido que tiene “la cabeza perdida”. Le compadecemos y no querríamos que esa pérdida nos ocurriera a nosotros. Pero quizá la persona que la padece es más una carga para quienes conviven con ella, mientras que ella misma no es consciente de su estado.

De nosotros depende en gran medida que su vejez sea “honorable”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

15 de noviembre de 2021

Embajada de dolor

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Me vino con nocturnidad, sí, pero no puedo añadir que con alevosía. Había estado ayudando a Cristina, nuestra amiga argentina que había pasado una temporada en nuestra casa, a bajar a la calle su voluminoso y pesado equipaje. De momento no sentí ningún tirón, ninguna molestia. Pero, ah, por la noche, ya en la cama, no hubo forma de conciliar el sueño: un dolor punzante en la paletilla derecha me hacía ver las estrellas, a la vez que me mareaba y revolvía…

Echo mano del socorrido Ibuprofeno y del no menos socorrido Paracetamol, que me proporcionan un alivio pasajero. Pero no encuentro postura, ni tumbado, ni sentado, que me calme. Y de pie o andando me sobreviene un mareo cercano al vértigo, que hacía tiempo que no sentía.

Las tareas más sencillas se me hacen cuesta arriba. MI mujer me trae de la farmacia una almohada eléctrica. Aplicar calor en la zona dolorida es un remedio de toda la vida…

…que, cuando acudo a Urgencias al cuarto día, la doctora incluye en el tratamiento de mi “dorsolumbalgia aguda”, junto con Fastum, un antiinflamatorio no esteroideo, Airtal, también antiinflamatorio y antirreumático, Robaxin, relajante muscular, Omeprazol y Nolotil.

¿Soy el mismo que hace solo unos pocos días llevaba una vida normal, o si quieren anormal para mis ochenta y dos años?

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

¿Es posible que estos versos de Rubén Darío pertenezcan a Cantos de vida y esperanza? Ahora me parece mentira la alegría que sentí hace tan solo un par de semanas cuando el médico me comunicó los buenos resultados de mis análisis.

El dolor nos avisa que la vida es frágil. Que lo que ayer nos parecía lo más natural del mundo, una simple distensión o contractura lo convierta en una montaña imposible de escalar.

La embajada del dolor nos recuerda nuestras limitaciones. Y nos avisa para que no pretendamos superarlas.

Pero sin el afán de superación nuestra vida carecería de aliciente y ni nosotros ni la humanidad progresaríamos.

Cuando se descorre el velo del dolor, asoma la luz de la esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7 de noviembre de 2021

El gozo de la fraternidad

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hace unas noches, en uno de los duermevelas que jalonan mi sueño, me vino a la memoria una exclamación latina que más tarde averigüé que es el comienzo del Salmo 133: “Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum”. “Mira qué bueno y qué gratificante es habitar los hermanos en unión”.

No he encontrado un adjetivo castellano que exprese en una sola palabra la riqueza de “iucundum”. Lo he traducido por “gratificante”, otras traducciones emplean “deleitoso”, pero en ambos casos no se recoge el sentido etimológico de “iucundum”, que guarda relación con el gozo.

Si hay algo que al salmista le llama la atención en que los hermanos vivan en unión, en armonía, es porque esto es no solo “bonum”, “bueno”, sino también “iucundum”, “gozoso”.

Esta unión y esta armonía, que el salmo 133 descubre en los hermanos unidos por lazos familiares, de sangre, yo quisiera extenderlas a todos los seres humanos, los que convivimos en un determinado tiempo de la historia y en un concreto lugar de la tierra.

No esperemos a que la tragedia asole un territorio, como desde hace unos meses la isla de La Palma, para que la fraternidad humana alcance a cuantos sufren cualquier tipo de carencia, de pérdida, de exclusión.

Los primeros que tendrían que preceder con el ejemplo son los gobernantes y los políticos. Que el eslogan “no dejar a nadie atrás” sea algo más que un reclamo electoral vacío.

Muchas encrespadas disputas a las que nos tienen acostumbrados los diputados de los distintos partidos en el Parlamento se disiparían si en realidad todos se consideraran hermanos de aquellos que les han votado y que les han dado su representación, y se esforzaran por el bien común. Una serena alegría distendería sus gestos acres.

¿Que esto es una utopía? ¿Qué ni siquiera en los hermanos de una misma familia hay muchas veces unión fraternal, sino rencillas y enconos por los más diversos y, a veces, fútiles motivos?

Tratar a los hombres con los que nos ha tocado convivir como hermanos no solo es bueno, es también gozoso, fuente de gozo.

Porque, como nos recuerda otra frase de la Biblia, esta tomada de los Hechos de los Apóstoles, 20, 35: “Hay más alegría en dar que en recibir”.

Todos tenemos algo que compartir con los demás: con el prójimo, es decir, con aquellos que viven más cerca de nosotros; con los amigos, con los compañeros de trabajo, con los vecinos y conciudadanos…

Y volviendo a los gobernantes y políticos, ellos tienen en sus manos, por delegación del pueblo, legislar y gobernar en bien de la mayoría y, en especial, de los más necesitados.

Si así lo hicieran, dejando a un lado estériles partidismos e ideologías, aparecería en sus rostros el gozo de la fraternidad y la alegría de dar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

31 de octubre de 2021

No sin mi móvil

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Presumo de mantener con el móvil una relación equilibrada. Pero no sabía que dependiera tanto de este artilugio al que dicen inteligente.

Había ido a El Espinar para hacerme en el centro de salud unos análisis (o una analítica, que queda más puesto) y me volvía a Madrid en el mismo día. Como en un viaje anterior se me habían extraviado las llaves de la casa madrileña de mi mujer, y en el momento de montar en el coche no aparecían, todo se me fue en buscarlas. Y me dejé el móvil, lo que advertí ya en Madrid. Tampoco era cuestión de volver a por el aparato el día siguiente. En resumidas cuentas, que he estado una semana sin los servicios de este invento del que, ya digo, me creía poco dependiente.

A menudo me he comparado con mis vecinos ocasionales en el metro, o en el autobús, o en una sala de espera, absortos en las pantallas de sus móviles. A veces me asomo discretamente al aparato de la persona que se encuentra a mi lado y advierto que está jugando. Da igual la edad y el sexo (me niego a decir “el género”). Todo el mundo se agarra al móvil como a su tabla de salvación.

Envidio, eso sí, a algunos jóvenes que escriben mensajes, o lo que sea, a una velocidad asombrosa. Supongo que cometerán faltas de ortografía, de puntuación y, desde luego, de uso de las tildes. Pero eso es para ellos peccata minuta, o ni siquiera.

Pues a lo que iba. Durante esa semana sin móvil me he dado cuenta de cuántas acciones no he podido llevar a cabo. Para empezar, en el móvil tengo los números de teléfono de familiares y amigos, a los que esos días no he podido llamar, o enviar wasaps. Y si ellos me han llamado, yo no me he enterado.

Antes, cuando tenía alguna duda gramatical, acudía al diccionario. Ahora también lo hago, pero al diccionario digital de la RAE, que consulto en Google. Como recurro a Google para que me ayude a recordar un nombre olvidado. Si es el de un actor o una actriz, y me acuerdo del título de alguna de sus películas, lo tecleo en el móvil y ahí me aparece el reparto entero del filme de marras.

También me informo en internet de las últimas noticias y las leo en los intervalos de publicidad, que no aguanto, de un programa de televisión.

Claro que hay que andarse con mucho ojo para que no te den gato por liebre, o sea, noticias falsas, las ya famosas fake news, que el anglicismo hace más importantes.

Pues bien, ahora que ya tengo a mano el móvil, tampoco me es tan imprescindible ni recurro tanto a sus servicios.

Soy aficionado a los crucigramas y sudokus, y antes lo era a algunos solitarios con cartas. Pero no soy capaz de hacerlos con el móvil.

Mi hija limita a sus hijos, mis nietos, el uso de las tabletas y consolas para juegos que les abstraen. Me temo que forman parte de generaciones que no leen libros.

Aunque tampoco es que, cuando no había móviles ni tabletas, los españoles de más edad leyeran mucho.

 

 

 

 

 

 

 

24 de octubre de 2021

Un árbol en la mañana

 Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

Volvía yo a casa, bueno, la casa de mi mujer en el madrileño Parque de las Avenidas, por una calle distinta de la que suelo utilizar, cuando me salió al paso un frondoso árbol, con las hojas aún verdes, y me detuve a admirar su hermosura. ¡Qué criaturas tan bellas son los árboles!, me dije extasiado. Y ese ejemplar era, es, un fiel representante de su especie.

Me alegró la mañana, en la que yo iba enfrascado en las cotidianas y vulgares preocupaciones de un día cualquiera, que a menudo me impiden ver las luces y las bellezas que el entorno me ofrece generoso.

Reparé en que el árbol acogedor era, es, una acacia, una falsa acacia, o sea Robinia pseudoacacia, que me retrotrajo al jardín de la casa en la que veraneábamos con mis abuelos maternos en El Espinar. Acacias de bola, que abundaban en el pueblo y hoy casi han desaparecido, por ejemplo, en la calle de la Hontanilla que sube a la iglesia.

He escrito mucho sobre los árboles y me he preciado de reconocer sus distintas especies. Lo que a veces me ha llevado a un esfuerzo mental que me dificulta disfrutar de su acogedora beldad.

Al nostálgico Juan Ramón –¿no debería escribir “nostáljico”?– le consolaba contemplar la luna a través de las ramas de acacia: “Para dar un alivio a estas penas / que me parten la frente y el alma / me he quedado mirando a la luna / a través de las finas acacias”.

Junto al árbol que a mí me alegró la mañana, una hilera de álamos de blanco tronco, Populus alba, me recuerdan a los que cantaba Antonio Machado: “¡Álamos del amor que ayer tuvisteis / de ruiseñores vuestras ramas llenas: / álamos que seréis mañana liras / del viento perfumado en primavera; / álamos del amor cerca del agua / que corre y pasa y sueña, / álamos de las márgenes del Duero, / conmigo vais, mi corazón os lleva!”.

Por la senda de Santa Quiteria había, hay todavía, algunos chopos, Populus nigra, en parejas. Una pareja de altísimos chopos custodiaba la entrada del chalet espinariego de los López Amor.

Mi mujer conserva en el salón una cerámica de su gran amigo y escritor Medardo Fraile, en la que reza una inscripción cuyo comienzo dice así: “Soy amigo de todos los árboles, pero siento más respeto y pasión por los olivos”. Y más adelante continúa: “El aceite de oliva sirvió a la necesidad de luz y conocimiento de los humanos ahuyentando las sombras con candiles”.

A mí, una acacia me envolvió de luz y de belleza una luminosa mañana de otoño.

 

 

 

 

 

 

17 de octubre de 2021

Impotencia ante la erupción

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Desde que el volcán de Cumbre Vieja entró en erupción, hoy 17 de octubre va a hacer tres semanas, los informativos de la noche abren indefectiblemente las noticias con imágenes de la lava saliendo de la boca o las bocas volcánicas abiertas en la isla de La Palma y de las coladas que forman ríos asolando cuanto encuentran a su paso.

Se me encoge el corazón ante la impotencia humana frente a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Me pongo en el lugar de los palmeros que ven cómo sus casas y sus plantaciones son destruidas por el magma imparable.

Estamos acostumbrados todos los veranos a asistir a los incendios que queman centenares de hectáreas de bosques de nuestro seco país.

Pero hay una notable diferencia entre estos fuegos y los ríos de lava del volcán de la isla que fue “Bonita”. Contra los incendios más o menos voraces y descontrolados podemos luchar, por tierra y por aire, mientras que todo lo que los hombres podemos hacer frente a un volcán en erupción es observar, tomar muestras de los piroclastos y otros materiales volcánicos, prever el posible curso de las coladas y evacuar a la población amenazada.

En La Palma, a diferencia de lo ocurrido en muchos incendios, no ha habido, y esperemos que no haya, víctimas mortales. Pero insisto, nada pueden hacer ni los vulcanólogos, ni los geólogos, ni las fuerzas de la UME, ni los bomberos y policías, para detener o siquiera desviar el avance devastador de las hirvientes coladas.

Sé que está fuera de lugar, pero no me resisto a hacer la siguiente observación. Los pobladores de La Palma ¿no sabían que estaban construyendo sus viviendas y sus negocios en unos terrenos volcánicos, al lado o encima de campos ya cubiertos de ceniza, por ejemplo, en la erupción del Teneguía en 1971? Además, la erupción de Cumbre Vieja ha sido precedida y acompañada de continuos seísmos.

Leo en un reportaje de prensa que cinco millones de españoles residen en áreas de riesgo, en zonas inundables. Zonas que, invariablemente, lluvias torrenciales y ríos desbordados inundan todos los años. Se han construido casas y naves industriales en terrenos robados a cauces fluviales, en ramblas secas que en una gota fría u otro fenómeno similar son recuperadas por torrentes y avenidas de agua que buscan recuperar su salida natural.

Los geólogos piden que se devuelva a la naturaleza los terrenos que se le han robado.

En una España vacía, o vaciada, ¿por qué nos empeñamos en asentarnos en zonas amenazadas por inundaciones, o por temblores de tierra, o por las coladas de lava de un volcán dormido, pero que un mal día despierta, ruge y vomita fuego, humo y ceniza?

Pido perdón a los sufridos habitantes de La Palma por estas reflexiones en un momento en el que lo que necesitan no son recriminaciones a toro pasado, sino solidaridad con su dolor y ayuda para rehacer sus vidas.

 

 

 

 

 

10 de octubre de 2021

Funcionarios

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Deberíamos alegrarnos de que en el pasado mes de septiembre el paro en España bajó en 76.113 personas respecto al mes anterior y la afiliación a la Seguridad Social aumentó en 57.387 cotizantes.

Este es el vaso medio lleno. Pero el vaso medio vacío nos hace ver que el total de parados en nuestro país sigue arrojando la escalofriante cifra de 3.257.802 personas. Y en este número no están incluidos los trabajadores en ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo), que vaya usted a saber si no pasarán a engrosar el pelotón de desempleados, ni los autónomos que cobran el cese extraordinario de actividad.

Por si este panorama no fuera suficiente para enfriar la euforia del Gobierno con los datos de septiembre, la CEOE (Confederación Española de Organizaciones Empresariales) avisa al presidente Sánchez de que: “En la actualidad hay 214.000 funcionarios públicos más que en 2019”. Y Sánchez anuncia que les subirá el sueldo un 2 %, lo cual significa que el salario de este colectivo acumula un aumento del 7,15 % desde 2019.

Porque, en realidad, cuando los Gobiernos prometen crear puestos de trabajo, lo único que está en sus manos es incrementar el número de funcionarios públicos.

En el programa del PSOE de 1982 figuraba la creación de 800.000 empleos. Pues bien, en diciembre del año 2008, un desencantado Felipe González declaraba: “Yo prometí crear 800.000 empleos y destruí 800.000 empleos”. Y añadía: “Los empleos los dan los empleadores y no el Estado”.

Esta cifra mágica de 800.000 nuevos puestos de trabajo es la que aparece en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española, solemne y reiteradamente anunciado por el presidente Sánchez en octubre de 2020. Empleos que se crearían a lo largo de los años 2020, 2021 y 2022 gracias a los 140.000 millones del fondo de recuperación europeo. Estamos terminando el año 2021 y, para estas fechas, haciendo un sencillo cálculo, tendrían que haberse creado aproximadamente 500.000 empleos.

No voy a caer en la crítica fácil al funcionariado. Como en otros colectivos, hay en él trabajadores bien preparados y eficientes, y otros que han logrado su colocación gracias a influencias espurias y careciendo de la adecuada preparación.

Cuando hoy no pocos analistas políticos abogan por una reforma de la Constitución Española que suprimiera las onerosas e ineficientes Comunidades Autónomas, ¿nos hacemos cargo del número de desempleados que acarrearía esa supresión, empezando por los consejeros y parlamentarios de las 17 autonomías?

También es verdad que en los periodos de transición después de unas elecciones generales, en los que aún no se había formado Gobierno, la vida pública funcionaba sin grandes trabas gracias a los funcionarios de los distintos departamentos y organismos públicos.

Llegar a ser funcionario en España, y supongo que también en otros países, es el sueño de muchas madres para sus hijos y el objetivo de muchas personas deseosas de desempeñar un empleo libre de los sobresaltos y posibles despidos, procedentes o improcedentes, de otros trabajos.

 

 

 

 

 

3 de octubre de 2021

Orden

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Soy un fanático del orden. Me saca de quicio encontrar algo fuera de su sitio.

“Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa”, reza un antiguo refrán, cuyo origen no ha sabido explicarme ni siquiera ese extraordinario libro de José María Iribarren El porqué de los dichos, del que tengo varias ediciones. Y que he podido encontrar en mi biblioteca gracias a que pacientemente había ido ordenando sus volúmenes según varios criterios.

No crean que ese orden es asunto baladí cuando se acumulan muchos títulos. No los he contado, pero deben de superar los mil ejemplares, sumando los que ocupan las librerías o estanterías que hay en mi despacho, en el cuarto de estar, en el dormitorio principal y en el de invitados, en el salón y hasta en el porche acristalado de la planta baja. Y no cuento los que mi hijo tiene en su habitación de la buhardilla. Suele referir Guillermo la broma que le gasta una amiga, conocedora de su amor o manía por el orden, descolocando algún volumen, que mi hijo enseguida devuelve a su lugar.

Esta ubicación de los libros en distintas habitaciones me ha impedido ordenarlos por el orden alfabético de sus títulos o de sus autores. Ordenación esta última que, con el tiempo, he podido comprobar que es la más útil. Pero que no siempre resulta factible llevar a cabo. Aparte de la citada dispersión de los libros en distintas habitaciones, se presentan otras dificultades, como la de los tomos de una misma colección que están pidiendo a gritos permanecer juntos; o los diferentes tamaños que hacen prácticamente imposible colocar al lado una edición de bolsillo y el tomo de una enciclopedia que, además, supera la altura del estante en cuestión.

En resumen, que he seguido pautas mixtas en la colocación de los libros de mi casa espinariega: por afinidades; por géneros, como el policiaco al que he sido y soy muy aficionado, o los libros de plantas y jardinería, o de cocina; por editoriales; por colecciones…

Actualmente estoy embarcado en la ardua tarea de clasificar y ordenar los libros de la casa madrileña de mi mujer, que también invaden pacíficamente varias estancias. Los más numerosos, los de la sala, los he dividido en cinco grupos: narrativa española, hispanoamericana y extranjera, poesía y viajes. Y dentro de cada grupo, sus autores siguen un orden alfabético. Me voy por la narrativa y tengo pendiente de alfabetizar a los poetas, que ya ocupan el sitio que les he asignado.

Estoy medianamente satisfecho con los resultados. El otro día, mi mujer buscaba un título de su admirado escritor y amigo Alfonso Martínez-Mena. Me fui al grupo de narradores españoles y allí, entre Expediente de cierre, de Antonio Martínez Menchén, y Olvidado rey Gudú, de Ana María Matute, estaban Daguerrotipo y Desencantamientos, del gran autor murciano de Alhama.

En sendas librerías del vestíbulo esperan su turno libros de periodismo, publicidad, medicina, música y otras materias. Mientras que a una estantería del pasillo he destinado biografías, libros de religión y cocina en extraño maridaje. Pero así se ha terciado. Los diccionarios y otras obras de consulta los tenemos a mano en el que llamamos cuarto de los ordenadores.

En un armario de esta habitación he empezado a ordenar por carpetas papeles que mi mujer acumulaba en distintos “nidos” por toda la casa. Porque las carpetas, de cartón o de plástico, con gomas o sin ellas, son, como las carpetas digitales de los ordenadores, elementos fundamentales de ese orden del que me considero fanático.

 

 

 

26 de septiembre de 2021

El cielo azul

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Me pide un lector de mi blog, que además está casado con una muy querida prima carnal mía, que vuelva a “dar caña” al Gobierno.

Amigo Eduardo, estoy cansado de predicar en el desierto. Creo que nuestros actuales gobernantes son impermeables a toda crítica. Y los políticos de la oposición se bastan ellos solos para “darse caña” unos a otros. Sí, el famoso fuego amigo.

Así que, aunque puede que en algún momento vuelva a clamar “Fuera políticos”, como ya hice en un artículo que me valió la acre censura del director de El Adelantado de Segovia, en esta entrada quiero compartir con mis lectores una experiencia que nada tiene que ver con la política.

Desde hace casi dos años tengo la impresión de que el cielo de Madrid, donde paso temporadas alternando con El Espinar, es más azul, o al menos yo lo veo más azul. Al principio atribuía esta renovada claridad celeste a mi operación de cataratas que, como suele decir mi mujer, “es un regalo” para la mayoría de las personas que han pasado por esa intervención que nos permite apreciar con más nitidez los colores.

 A esta circunstancia mía personal se añadió durante la pandemia y sus restricciones la disminución del tráfico rodado y de otras emisiones de gases contaminantes, por lo que el cielo se veía más limpio.

Pero en la actualidad, cuando la circulación de vehículos ha vuelto a atascar las calles y la actividad industrial a emitir CO2, sigo viendo el cielo más azul que en otros tiempos.

Sí, ya sé que el cielo no es azul, como recordaba el famoso verso del poeta Lupercio Leonardo de Argensola: “Este cielo azul / que todos vemos / ni es cielo ni es azul”.

Pregunto a Google por qué vemos el cielo azul y encuentro una sencilla respuesta en la página de la NASA Space Place: “La luz del Sol llega a la atmósfera de la Tierra y se dispersa en todas direcciones por los gases y las partículas que se encuentran en el aire. La luz azul se esparce más que el resto de los colores porque viaja en ondas más cortas, más pequeñas. Este es el motivo por el cual casi siempre veamos el cielo de color azul”.

Pues yo agradezco a las ondas más cortas de la luz azul los cielos de Madrid y los de esta tarde de septiembre en el camino de Las Lanchas de El Espinar, adonde he ido a pasear con mi hijo, mi hija y mis dos nietos. Contrastando con algunas nubes muy blancas, el cielo nos convidaba con una sinfonía de azules resplandecientes.

No puedo por menos de pensar en los cielos asaeteados por la lava y las nubes de gases del volcán en erupción de la isla de La Palma. Me conduelo con los palmeños y les deseo que pronto puedan volver a disfrutar del cielo azul.

Y evocar aquel verso de Antonio Machado que su hermano José encontró en el bolsillo de un raído gabán días después de la muerte del poeta en Collioure:

“Estos cielos azules

y este sol de la infancia”.

 

17 de septiembre de 2021

Línea imagen

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Guillermo Martín Bermejo, mi hijo, autor del libro Línea imagen que se ha presentado el pasado 16 de septiembre en la librería Gaudí de Madrid, fue un mal estudiante. En Viaje de invierno, la autobiografía que escribió a los cuarenta y cinco años, refiere con una angustia que nunca le abandonó el horror que supusieron para él las horas interminables encerrado en aulas prisiones con profesores ineptos que no lograron suscitar su interés ni siquiera por asignaturas como la lengua y la literatura, la historia y el arte más cercanas a su mundo de niño y adolescente ya rebelde y disconforme.

Me gustaría que esos profesores vieran cómo ha crecido en todos los órdenes de la cultura y de la escritura aquel alumno al que ellos suspendían. Cuenta el propio Guillermo en la citada obra autobiográfica que él fue como Jean Cocteau el niño que se reserva para tareas secretas y que anda sonámbulo en clase. Hoy es asesor de la Fundación Jean Cocteau de Menton, su lugar de residencia desde diciembre del año pasado. Asimismo, las calificaciones del joven bachiller Antonio Machado, que aún se conservan en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid donde estudió, nos permiten descubrir que el gran poeta de la Generación del 98 suspendió varias asignaturas.

Aunque Guillermo declara que nos debe agradecer a nosotros sus padres, única y exclusivamente, la educación que tiene, puede que en un principio así fuera. Pero muy pronto su madre y yo pudimos comprobar que, sin renunciar a los escritores, a los compositores, a los directores de cine y a los cantantes de nuestra preferencia, él leía a autores, escuchaba músicas y veía películas que, en muchos casos, a nosotros ni siquiera nos sonaban de nombre.

Línea imagen es el segundo libro publicado de Guillermo. Pero no es, ni mucho menos, su segunda escritura. Con ocasión de sus numerosas exposiciones y de otras actividades, Guillermo ha escrito pequeños y no tan pequeños textos introductorios, comentarios e impresiones que ya denotaban un dominio de la expresión escrita llena de sugerente capacidad de comunicación.

En las páginas iniciales del libro Línea imagen, en el epígrafe “Sobre el autor”, se traza un breve retrato de Guillermo en su trayectoria como artista y, especialmente, como dibujante.

En mi casa de El Espinar, en la que él ha vivido durante los últimos años antes de trasladarse a Menton, cuelgan numerosas obras suyas en las que puede descubrirse su evolución tanto en la técnica como en el contenido y en los soportes, hasta centrarse en el dibujo a lápiz exclusivamente en negro, sin color, o a lo sumo con algún rasgo o motivo en rojo o magenta, como puede apreciarse en la cubierta del libro Línea imagen.

El lápiz es la herramienta con la que el artista artesano que es Guillermo traza sus retratos y sus composiciones con escenas y escenarios realistas u oníricos.

Y cuando el dibujo, la línea y la imagen, ya no le bastan para expresar lo que piensa, siente y vive, recurre a la palabra, que es también línea e imagen.

Como editor, escritor y traductor, he trabajado toda mi vida con la palabra. Y, sin pasión de padre, o con ella, puedo afirmar que Guillermo domina el arte sutil de la prosa y del verso, sin que la artificial distinción de géneros literarios le suponga un impedimento para escribir sin ataduras, con admirable riqueza de epítetos, voces, resonancias, recuerdos, visiones de lo que presencia, de lo que imagina y de lo que sueña.

Acierta a describir y a sugerir. Me atrevería a comparar algunos poemas de este poemario con los haikus japoneses, si no fuera porque en estos existe una estricta medida de las sílabas de cada verso. Valga como ejemplo el poema “En el paseo marítimo”:

“La pequeña señora japonesa,

diminuta crisálida de sí misma,

tiene un jardín de flores frente al mar.”

La envoltura de esta riqueza poética es una bellísima y cuidada edición, por la que debo felicitar a los responsables de la editorial Cántico. El papel, el tipo y el cuerpo de la letra, el formato elegido, hacen de la lectura de Línea imagen un placer. Y los editores se han atrevido a dejar en blanco las páginas pares, con lo que solo hay que detenerse en las impares para disfrutar del poemario.

Y ¿por qué es poesía Línea imagen? Porque nos traslada a la región etérea de la luz, a las sombras solitarias de la noche, al Dios deseante y deseado de Juan Ramón, a la rosaleda del Parque del Oeste, al mar del sol madrugador, a la presencia de la madre que le arreglaba el embozo de la cama, a las rosas del jardín y al botón de oro del monte.

Termino con una cita. En el poema “Palabra” hay un reflejo de la experiencia del poeta Guillermo.

“Me he encontrado a solas con la palabra.

He hablado con ella y al fin ha entendido

mi susurro.

La palabra y yo nos buscábamos hace tiempo

y ahora que nos comprendemos

viviremos juntos en la misma casa”.

8 de septiembre de 2021

Elia Rodríguez

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Abrigaba la esperanza de que hubiera sido un error de mi amigo Emilio Miguel López Laorga, quien a eso de las 10:00 de la mañana de hoy, miércoles 8 de septiembre, me comunicaba la noticia de la muerte de Elia Rodríguez. Él la había oído por es Radio, pero no pudo darme más detalles.

Entro en Libertad Digital y en es Radio, pero en su información y programación habitual no encuentro ninguna referencia al triste suceso. Como aún conservo en el móvil el número de Elia, lo marco con la esperanza de oír su querida voz. Esperanza fallida.

Me conecto de nuevo con Libertad Digital y, entonces sí, como un mzazo, invade la pantalla el titular “Fallece Elia Rodríguez, voz emblemática de es Radio”. Debajo, en cuerpo menor: “Elia Rodríguez Álvarez de Lara falleció en la madrugada de este miércoles a los 38 años”. Cuando los próximos años que, Dios mediante, yo cumpliré son 83, no es justo que alguien muera a los 38, en plenitud de la vida. Ya en el cuerpo de la noticia, se informa de que el fallecimiento de Elia ha sido repentino y debido a un accidente doméstico, una caída, en su domicilio.

Se me agolpan los recuerdos de mi colaboración con esta vital periodista segoviana en la Cope El Espinar, que ella dirigió. Juan Andrés Saiz Garrido y yo hacíamos el programa cultural “Vertientes”, nombre de feliz resonancia en nuestros montes espinariegos. La madre de Juan Andrés comentaba, con mezcla de admiración y leve reproche, el elevado tono de la voz de Elia. Sí, su voz y su palabra fueron siempre de una vitalidad y altura asombrosas.

Licenciada en Ciencias de la Información, obtuvo el premio Fin de Carrera y completó su formación con un máster en Comunicación Institucional y Política.

Con es Radio trabajó desde los inicios de esta emisora. Yo la acompañé en un principio con una colaboración que titulé “A vueltas con las palabras”. Luego ella fue directora y presentadora del magacín “Es la Mañana del fin de semana” y del programa “esToros”, que fue fruto de su particular empeño.

En el programa “Es la Mañana del fin de semana” estaba acompañada por María Díez Rovira, que si no me equivoco es nacida en El Espinar. Las dos formaban un equipo espléndido. María, te acompaño en el sentimiento.

Fernando Sánchez Dragó, con quien Elia colaboró en el programa de RTVE “Libros con uasabi”, ha escrito en Twitter: “Era –lo seguirá siendo en mi memoria– un ser extraordinario en todos los aspectos posibles de la condición humana”.

Elia, querida amiga y compañera en las ondas, echaré en falta tu voz, tu vitalidad y tu entusiasmo. Cuantos te hemos conocido y querido, no te olvidaremos.

                                                                                                    

 

4 de septiembre de 2021

Demofobia

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Pasear por la playa segunda del Sardinero, que los buenos conocedores de estos parajes saben que se llama también playa de Castañeda, es un placer que ahora, ya en mi residencia madrileña, rememoro con añoranza. Como extendemos nuestra toalla y demás pertenencias en la primera playa, si la marea está alta, a veces no se puede superar la roca de Piquío a no ser metiéndose en el mar. Pero con la marea baja el espacio de fina y dorada arena por el que andar hasta el muro del hotel Chiqui es amplísimo y los mal llamados bañistas, porque la mayoría no se bañan, lo aprovechan para recorrerlo en una dirección y en otra.

Comparo esta imagen con la de las playas de Levante, donde este placentero paseo es imposible.

Pero no todo es deleite, al menos para mí, en las caminatas playeras. Al ver de frente a los nutridos grupos que caminan hacia mí, experimento una cierta desazón que puede tener algo de demofobia, o sea de miedo a la multitud.

Temor que siento en mayor medida en las calles muy concurridas. Estoy parado ante el semáforo de un cruce y miro, ya digo con algo de aprensión, a la masa de gente que espera a cruzar en dirección contraria a la mía.

No justifico mi aprensión en el temor a contagiarme de la covid, pues a pesar de que en las calles y en los espacios abiertos está permitido ir sin mascarilla, la mayor parte de las personas siguen llevándola.

A lo mejor tiene razón algún diccionario que define la demofobia como miedo anormal e injustificado a encontrarse entre las multitudes. Otros léxicos califican este temor de irracional y enfermizo. Como mi querido y muy manejado Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) no incluye este término, no puedo cotejar tales calificativos. Así que aceptaré lo poco racional y lo insano de mi demofobia.

Más aún me ha llamado la atención que otros lingüistas relacionen la demofobia, a la que también denominan enoclofobia y oclofobia, con la agorafobia, es decir con la fobia a los espacios abiertos, como plazas, avenidas, campo, etc. En este caso, el DRAE sí incluye el vocablo agorafobia. Y puedo afirmar con total seguridad que para nada padezco fobia o temor a las plazas, avenidas y, menos aún, al campo.

Un día en que el tiempo nublado y frío había dejado desierta la playa segunda del Sardinero, pertrechados con ropa de abrigo y hasta con impermeable, mi mujer y yo bajamos a pasear por dicha playa.

Concluyo que soy un sibarita, amante de la soledad y del disfrute solitario de la naturaleza, sin tener que compartirla con mis semejantes.

Demo, o sea el pueblo, está bien para la democracia, de la que soy convencido partidario, pero no para sumergirme en la masa, que tiene el mismo derecho que yo a disfrutar del entorno natural o urbano.