Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me
vino con nocturnidad, sí, pero no puedo añadir que con alevosía. Había estado
ayudando a Cristina, nuestra amiga argentina que había pasado una temporada en
nuestra casa, a bajar a la calle su voluminoso y pesado equipaje. De momento no
sentí ningún tirón, ninguna molestia. Pero, ah, por la noche, ya en la cama, no
hubo forma de conciliar el sueño: un dolor punzante en la paletilla derecha me
hacía ver las estrellas, a la vez que me mareaba y revolvía…
Echo
mano del socorrido Ibuprofeno y del no menos socorrido Paracetamol, que me
proporcionan un alivio pasajero. Pero no encuentro postura, ni tumbado, ni
sentado, que me calme. Y de pie o andando me sobreviene un mareo cercano al
vértigo, que hacía tiempo que no sentía.
Las
tareas más sencillas se me hacen cuesta arriba. MI mujer me trae de la farmacia
una almohada eléctrica. Aplicar calor en la zona dolorida es un remedio de toda
la vida…
…que,
cuando acudo a Urgencias al cuarto día, la doctora incluye en el tratamiento de
mi “dorsolumbalgia aguda”, junto con Fastum, un antiinflamatorio no esteroideo,
Airtal, también antiinflamatorio y antirreumático, Robaxin, relajante muscular,
Omeprazol y Nolotil.
¿Soy
el mismo que hace solo unos pocos días llevaba una vida normal, o si quieren
anormal para mis ochenta y dos años?
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche
un ruiseñor había
que era
alondra de luz por la mañana.
¿Es
posible que estos versos de Rubén Darío pertenezcan a Cantos de vida y esperanza? Ahora me parece mentira la alegría que
sentí hace tan solo un par de semanas cuando el médico me comunicó los buenos
resultados de mis análisis.
El
dolor nos avisa que la vida es frágil. Que lo que ayer nos parecía lo más
natural del mundo, una simple distensión o contractura lo convierta en una
montaña imposible de escalar.
La
embajada del dolor nos recuerda nuestras limitaciones. Y nos avisa para que no
pretendamos superarlas.
Pero
sin el afán de superación nuestra vida carecería de aliciente y ni nosotros ni
la humanidad progresaríamos.
Cuando
se descorre el velo del dolor, asoma la luz de la esperanza.
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