Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Con ocasión de
algunas noticias que han vuelto a plantear la cuestión sobre la presencia de la
mujer en los distintos ámbitos políticos, sociales y culturales, me preguntaba
yo cuál era la primera autora que figura en la historia de la literatura
española. Me venía a la memoria el nombre de Santa Teresa de Jesús, pero me
asaltaba la duda de si, hasta el siglo XVI en que vivió la mística carmelita,
no había habido ninguna escritora de la que tengamos noticia. Pues bien, la
bibliografía que he consultado me confirma que entre las obras que han llegado
hasta nosotros desde los albores de la literatura española a comienzos del
siglo XII, en que está datado el Cantar
de Mio Cid (hacia 1140), hasta el año 1588 en que vieron la luz los
primeros escritos de la santa de Ávila como El
libro de su vida y El libro de las
Moradas o Castillo interior, no hay ninguna atribuida a una mujer.
Después de Teresa de
Cepeda y Ahumada, habrá que esperar hasta el siglo XVII para hallar en la
nómina de escritores en español a dos mujeres de la talla de María de Zayas
(1590-1661), que cultivó novelas breves de ambiente cortesano, y de Sor Juana
Inés de la Cruz (1651-1695), que nació y vivió en México, y a quien la crítica
reconoce como figura destacada de la lírica culterana.
Buscando escritoras
españolas del siglo XVIII, el siglo del Neoclasicismo y la Ilustración, me
llevo la sorpresa de que muchos manuales no consignan a ninguna mujer.
Encuentro, en cambio, en Internet el blog de una profesora del IES Miguel
Catalán, de Zaragoza, Carmen Andreu Gisbert, la cual propone a sus alumnos de
1.º de Bachillerato un proyecto de Mujeres
escritoras. En el capítulo dedicado al siglo XVIII se ocupa de 16 autoras,
de las que he de reconocer humildemente que no me suenan ni sus nombres, a
excepción del de Josefa de Jovellanos, y ello no por sus escritos, sino por los
de su hermano Gaspar Melchor.
En el siglo XIX, en
pleno Romanticismo, adquieren ya la misma importancia que sus coetáneos
varones, poetisas y novelistas como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cecilia Böhl
de Faber, más conocida por el seudónimo con el que firmó, Fernán Caballero,
Carolina Coronado, Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán.
Mencionar siquiera a
las escritoras que en los siglos XX y XXI han brillado en todos los géneros de
la literatura española desbordaría los límites de este artículo.
Sí quiero hacer
constar un hecho del que me ocupé en mi artículo Debemos conocerlas, publicado el 15 de marzo del pasado año 2017 en
esta misma página de El Adelantado de Segovia. En él escribía yo que “pocos
habrá que desconozcan a los poetas integrantes de la llamada Generación del 27
[…], como Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre,
Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio
Prados y Manuel Altolaguirre”. Traía a colación esta lista a propósito del
libro de Marifé Santiago Bolaños y Mercedes Gómez Blesa, ambas doctoras en
Filosofía, titulado Debes conocerlas.
¿A quiénes debemos conocer? Pues a mujeres intelectuales, escritoras, artistas,
políticas, como Clara Campoamor, María de Maeztu, Victoria Kent, Isabel
Oyarzábal, Zenobia Camprubí, María Moliner, María Zambrano, María Teresa León,
Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Concha Méndez,
Maruja Mallo, Rosario de Velasco, Margarita Manso, Ángeles Santos…, “a las que
la historia ha relegado a un plano secundario, subordinadas en muchos casos a
sus maridos o compañeros varones”.
De este somero
recorrido por las escritoras de la literatura española y por otras mujeres
relevantes en otros campos quiero sacar algunas conclusiones.
La primera invita a
no perder de vista la historia de la que provenimos, con sus luces y sombras,
para no trasladar a épocas anteriores criterios y juicios que hoy nos son
familiares. Hemos avanzado mucho en la equiparación de hombres y mujeres, pero
debemos seguir trabajando juntos, los miembros de ambos sexos, en esa igualdad.
Una segunda
consideración busca las causas de que, en numerosos campos de la cultura y de
la ciencia, no haya habido mujeres. La principal causa reside en que las
mujeres han estado durante milenios relegadas al hogar, y su trabajo ha
consistido fundamentalmente en las tareas domésticas y en el cuidado y
educación de los hijos, a la vez que se les negaban derechos de que gozaban los
hombres.
Un tercer aspecto me
lleva a afirmar que, en vez de recurrir a absurdas deformaciones de palabras
para “dar visibilidad” a la mujer, es mucho más eficaz estudiar y rescatar del
olvido a tantas escritoras, artistas, científicas, filósofas…, que han hecho
posible que cada vez más mujeres desempeñen hoy profesiones y ocupen puestos
antes reservados a los hombres.