25 de febrero de 2018

Presencia de la mujer

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Con ocasión de algunas noticias que han vuelto a plantear la cuestión sobre la presencia de la mujer en los distintos ámbitos políticos, sociales y culturales, me preguntaba yo cuál era la primera autora que figura en la historia de la literatura española. Me venía a la memoria el nombre de Santa Teresa de Jesús, pero me asaltaba la duda de si, hasta el siglo XVI en que vivió la mística carmelita, no había habido ninguna escritora de la que tengamos noticia. Pues bien, la bibliografía que he consultado me confirma que entre las obras que han llegado hasta nosotros desde los albores de la literatura española a comienzos del siglo XII, en que está datado el Cantar de Mio Cid (hacia 1140), hasta el año 1588 en que vieron la luz los primeros escritos de la santa de Ávila como El libro de su vida y El libro de las Moradas o Castillo interior, no hay ninguna atribuida a una mujer.
Después de Teresa de Cepeda y Ahumada, habrá que esperar hasta el siglo XVII para hallar en la nómina de escritores en español a dos mujeres de la talla de María de Zayas (1590-1661), que cultivó novelas breves de ambiente cortesano, y de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), que nació y vivió en México, y a quien la crítica reconoce como figura destacada de la lírica culterana.
Buscando escritoras españolas del siglo XVIII, el siglo del Neoclasicismo y la Ilustración, me llevo la sorpresa de que muchos manuales no consignan a ninguna mujer. Encuentro, en cambio, en Internet el blog de una profesora del IES Miguel Catalán, de Zaragoza, Carmen Andreu Gisbert, la cual propone a sus alumnos de 1.º de Bachillerato un proyecto de Mujeres escritoras. En el capítulo dedicado al siglo XVIII se ocupa de 16 autoras, de las que he de reconocer humildemente que no me suenan ni sus nombres, a excepción del de Josefa de Jovellanos, y ello no por sus escritos, sino por los de su hermano Gaspar Melchor.
En el siglo XIX, en pleno Romanticismo, adquieren ya la misma importancia que sus coetáneos varones, poetisas y novelistas como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cecilia Böhl de Faber, más conocida por el seudónimo con el que firmó, Fernán Caballero, Carolina Coronado, Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán.
Mencionar siquiera a las escritoras que en los siglos XX y XXI han brillado en todos los géneros de la literatura española desbordaría los límites de este artículo.
Sí quiero hacer constar un hecho del que me ocupé en mi artículo Debemos conocerlas, publicado el 15 de marzo del pasado año 2017 en esta misma página de El Adelantado de Segovia. En él escribía yo que “pocos habrá que desconozcan a los poetas integrantes de la llamada Generación del 27 […], como Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre”. Traía a colación esta lista a propósito del libro de Marifé Santiago Bolaños y Mercedes Gómez Blesa, ambas doctoras en Filosofía, titulado Debes conocerlas. ¿A quiénes debemos conocer? Pues a mujeres intelectuales, escritoras, artistas, políticas, como Clara Campoamor, María de Maeztu, Victoria Kent, Isabel Oyarzábal, Zenobia Camprubí, María Moliner, María Zambrano, María Teresa León, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Concha Méndez, Maruja Mallo, Rosario de Velasco, Margarita Manso, Ángeles Santos…, “a las que la historia ha relegado a un plano secundario, subordinadas en muchos casos a sus maridos o compañeros varones”.
De este somero recorrido por las escritoras de la literatura española y por otras mujeres relevantes en otros campos quiero sacar algunas conclusiones.
La primera invita a no perder de vista la historia de la que provenimos, con sus luces y sombras, para no trasladar a épocas anteriores criterios y juicios que hoy nos son familiares. Hemos avanzado mucho en la equiparación de hombres y mujeres, pero debemos seguir trabajando juntos, los miembros de ambos sexos, en esa igualdad.
Una segunda consideración busca las causas de que, en numerosos campos de la cultura y de la ciencia, no haya habido mujeres. La principal causa reside en que las mujeres han estado durante milenios relegadas al hogar, y su trabajo ha consistido fundamentalmente en las tareas domésticas y en el cuidado y educación de los hijos, a la vez que se les negaban derechos de que gozaban los hombres.

Un tercer aspecto me lleva a afirmar que, en vez de recurrir a absurdas deformaciones de palabras para “dar visibilidad” a la mujer, es mucho más eficaz estudiar y rescatar del olvido a tantas escritoras, artistas, científicas, filósofas…, que han hecho posible que cada vez más mujeres desempeñen hoy profesiones y ocupen puestos antes reservados a los hombres. 

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