El pasado día 5 de febrero se
celebró en la sede de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles (AEAE) en
Madrid un homenaje al poeta, periodista y escritor José Javier Aleixandre. En
el acto intervinieron el presidente de la AEAE Juan Van Halen, el secretario José López Martínez y la escritora Angelina Lamelas. Reproduzco a continuación
el escrito que leyó Angelina.
Verás, José Javier: Para
encontrarte de nuevo, llevo unos días con tus libros apilados muy cerca de mí.
Tengo doce y sé que me faltan unos cuantos. Releo tus dedicatorias con emoción,
porque algunas andaban a la deriva en mi memoria, y te reencuentro tan amable y
cariñoso como fuiste siempre conmigo.
Desde el prólogo que escribiste a
mi primer poemario, Recital de lluvia,
que se acabó de imprimir el 24 de septiembre de 1992, festividad de Nuestra
Señora de la Merced, y mercedes otorgas tú a mi libro y una leve sanción por
dos consonancias.
A tu amistad debo también que,
después de ganar yo la Hucha de Oro, me asomaras al vértigo literario de ser
jurado preseleccionador en sucesivas convocatorias del premio. Leo la
dedicatoria de tu libro Encendida sombra
de otoño y lo relatas en dos líneas: “Para Angelina, en recuerdo de 3.313
cuentos que compartimos”. Éramos tres, como los tres tenores: José Javier,
Carlos Murciano y yo. Divididos entre tres, los 3.313 cuentos que se
presentaron aquel año, tocábamos a 1.104 cuentos cada uno y sobraba uno,
pobrecito, que leeríamos los tres. Un atracón de cuentos. Alguien recomendó
desde la sensatez: no hay que pasarse en la lectura de treinta cuentos al día,
incluidos sábados y domingos. Cuarenta y cuatro días de tarea y un pico sobrante.
No se leían lo mismo los primeros de cada jornada, con la mente capaz de una
mejor tasación: tanto de originalidad, tanto de perfección, tanto de
conocimiento carnal del cuento, ninguna desmesura. Y que solo se oyera una voz.
Era el credo del cuento. ¿Y qué más? ¿Qué decía Medardo Fraile? Que el cuento
se escribe temblando, porque se puede quebrar. Hermoso.
Vuelvo a la poesía. Con ese
apellido tan brillante, Aleixandre, que caminaba hacia el Nobel, no me extraña
que te gustara contar cómo transcurrió la primera visita a tu tío Vicente en
Velintonia. Tenías quince años, estabas recién llegado a Madrid y llevarías
pantalones bombachos seguramente. Dijiste:
–Traigo unos poemas que he escrito,
tío Vicente.
Él me pidió que leyera primero uno
suyo.
–Lees bien –me dijo–. Me gustan el
tono y la modulación.
Entonces leíste los tuyos y pudiste
ver que él movía la cabeza afirmativamente.
En febrero de 1996, cuando me
dedicas un ejemplar de Porque es de noche,
escribes:
“Para mi buena amiga Angelina, a
quien echo mucho de menos últimamente”.
Siempre fuiste un buen catalizador
de la amistad. Y al leerte hoy, con la distancia justa que hay desde la Tierra
a la eternidad, te cuento que mis frecuentes viajes a Argentina pudieron poner
el hemisferio de la distracción en mis pasos, nunca el olvido.
Te oí versificar con ternura
poética la emoción de tu nieta Leticia, que entonces tenía diez años. En ese
mismo libro tienes el poema “Habitación con mariposas”. Calculo los años que
hoy tendrá aquella niña de diez y me salen 32, el esplendor de la juventud y la
sabiduría. Dices:
A
la hora ritual de la merienda
todos
los días llega del colegio.
Es
mi nieta mayor.
Viene con prisas
rebosantes
de abrazos que coloca
como
apretadas alas en mis hombros
con
un paso de danza improvisado;
con
una canción nueva que le brinca
como
un arroyo vivo por los labios;
………
Y
con el fácil vuelo de sus risas
que,
por arte de magia,
llenan
la habitación de mariposas.
Ella,
con la alegría de su nombre
–Leticia–,
decapita
la sombra de mis tedios.
Qué pena, no puedo detenerme en
todos tus poemarios tan premiados. Diste a luz Anunciación de Mónica, libro que encierra en su nombre la
diversidad de las mujeres que pasaron por tu pensamiento. Se lo dedicas a tu
mujer, que tampoco se llamaba Mónica. Se fue antes que tú y representó la
compañía, la comprensión, la seguridad, el orden, la fidelidad, y hasta la
difícil raya de tu pantalón.
Mónica pudo ser Galatea, Dulcinea,
Beatriz, Julieta, Melibea:
¿Y
acaso no será cada una
un
momento distinto de una misma?
Ya
para siempre Mónica.
¡A
mí me gustan tanto las esdrújulas!
Y diez años más tarde, en Cartas desde muy cerca, Premio Francisco
de Quevedo, susurras tu poema de huérfano reciente:
Quiero
escribirte, madre,
desde
ahora ya solo por escrito
puedo
llamarte con tan dulce nombre.
Ya
vienen a llevarte y estamos tú y yo solos,
cuando
más solos y más juntos
desde
que me llevaste en tu vientre.
Y en “Carta para una muchacha que
ha elogiado mis versos”, imaginas:
Pienso
que fue como si nos cruzáramos
por
el ‘campus’ de la Universidad:
el
viejo profesor de Humanidades
con
la savia secándose poco a poco en su árbol
y
la frutal alumna jovencísima
que
tararea rock y Mozart
mientras
prepara próximos exámenes.
En este homenaje, José Javier, no
puedo detenerme lo que yo quisiera.
Déjame
que te cuente
noticias
de la Tierra.
Lo
primero, decirte
que
se te echa muchísimo
de
menos.
También
quiero contarte,
como
amigo,
que
a estas alturas me he casado
con
Alberto,
un
hombre bueno y culto,
cultivador
de la palabra
hasta
la esencia.
Si
te digo que es hijo de Martín Abril,
ya
sabes la casta que le adorna.
Nació
en Valladolid.
Los
dos somos valientes
y
estamos muy bien juntos.
Tenía
que decírtelo.
Y
que hoy nieva en Madrid
intensamente.
Nieva
recuerdos y letras
y
algún endecasílabo.
Consuela
que nos miras
desde
el retrato
de
tu presidencia
y
te cruzas en Leganitos
con
nosotros,
con
Juan Van Halen, Pepe López Martínez,
Margarita
Arroyo, Pilar Aroca,
Emilio
Porta, Isabel Ibáñez,
Natalia
Gómez de la Serna,
Carmina
Casala, Fernando Almena…
Te
queremos.
Angelina Lamelas
5 de febrero de 2018
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