7 de febrero de 2018

A la búsqueda del poeta y del amigo

El pasado día 5 de febrero se celebró en la sede de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles (AEAE) en Madrid un homenaje al poeta, periodista y escritor José Javier Aleixandre. En el acto intervinieron el presidente de la AEAE Juan Van Halen, el secretario José López Martínez y la escritora Angelina Lamelas. Reproduzco a continuación el escrito que leyó Angelina.
Verás, José Javier: Para encontrarte de nuevo, llevo unos días con tus libros apilados muy cerca de mí. Tengo doce y sé que me faltan unos cuantos. Releo tus dedicatorias con emoción, porque algunas andaban a la deriva en mi memoria, y te reencuentro tan amable y cariñoso como fuiste siempre conmigo.
Desde el prólogo que escribiste a mi primer poemario, Recital de lluvia, que se acabó de imprimir el 24 de septiembre de 1992, festividad de Nuestra Señora de la Merced, y mercedes otorgas tú a mi libro y una leve sanción por dos consonancias.
A tu amistad debo también que, después de ganar yo la Hucha de Oro, me asomaras al vértigo literario de ser jurado preseleccionador en sucesivas convocatorias del premio. Leo la dedicatoria de tu libro Encendida sombra de otoño y lo relatas en dos líneas: “Para Angelina, en recuerdo de 3.313 cuentos que compartimos”. Éramos tres, como los tres tenores: José Javier, Carlos Murciano y yo. Divididos entre tres, los 3.313 cuentos que se presentaron aquel año, tocábamos a 1.104 cuentos cada uno y sobraba uno, pobrecito, que leeríamos los tres. Un atracón de cuentos. Alguien recomendó desde la sensatez: no hay que pasarse en la lectura de treinta cuentos al día, incluidos sábados y domingos. Cuarenta y cuatro días de tarea y un pico sobrante. No se leían lo mismo los primeros de cada jornada, con la mente capaz de una mejor tasación: tanto de originalidad, tanto de perfección, tanto de conocimiento carnal del cuento, ninguna desmesura. Y que solo se oyera una voz. Era el credo del cuento. ¿Y qué más? ¿Qué decía Medardo Fraile? Que el cuento se escribe temblando, porque se puede quebrar. Hermoso.
Vuelvo a la poesía. Con ese apellido tan brillante, Aleixandre, que caminaba hacia el Nobel, no me extraña que te gustara contar cómo transcurrió la primera visita a tu tío Vicente en Velintonia. Tenías quince años, estabas recién llegado a Madrid y llevarías pantalones bombachos seguramente. Dijiste:
–Traigo unos poemas que he escrito, tío Vicente.
Él me pidió que leyera primero uno suyo.
–Lees bien –me dijo–. Me gustan el tono y la modulación.
Entonces leíste los tuyos y pudiste ver que él movía la cabeza afirmativamente.
En febrero de 1996, cuando me dedicas un ejemplar de Porque es de noche, escribes:
“Para mi buena amiga Angelina, a quien echo mucho de menos últimamente”.
Siempre fuiste un buen catalizador de la amistad. Y al leerte hoy, con la distancia justa que hay desde la Tierra a la eternidad, te cuento que mis frecuentes viajes a Argentina pudieron poner el hemisferio de la distracción en mis pasos, nunca el olvido.
Te oí versificar con ternura poética la emoción de tu nieta Leticia, que entonces tenía diez años. En ese mismo libro tienes el poema “Habitación con mariposas”. Calculo los años que hoy tendrá aquella niña de diez y me salen 32, el esplendor de la juventud y la sabiduría. Dices:
A la hora ritual de la merienda
todos los días llega del colegio.
Es mi nieta mayor.
                                Viene con prisas
rebosantes de abrazos que coloca
como apretadas alas en mis hombros
con un paso de danza improvisado;
con una canción nueva que le brinca
como un arroyo vivo por los labios;
………
Y con el fácil vuelo de sus risas
que, por arte de magia,
llenan la habitación de mariposas.
Ella, con la alegría de su nombre
–Leticia–,
decapita la sombra de mis tedios.
Qué pena, no puedo detenerme en todos tus poemarios tan premiados. Diste a luz Anunciación de Mónica, libro que encierra en su nombre la diversidad de las mujeres que pasaron por tu pensamiento. Se lo dedicas a tu mujer, que tampoco se llamaba Mónica. Se fue antes que tú y representó la compañía, la comprensión, la seguridad, el orden, la fidelidad, y hasta la difícil raya de tu pantalón.
Mónica pudo ser Galatea, Dulcinea, Beatriz, Julieta, Melibea:
¿Y acaso no será cada una
un momento distinto de una misma?
Ya para siempre Mónica.
¡A mí me gustan tanto las esdrújulas!
Y diez años más tarde, en Cartas desde muy cerca, Premio Francisco de Quevedo, susurras tu poema de huérfano reciente:
Quiero escribirte, madre,
desde ahora ya solo por escrito
puedo llamarte con tan dulce nombre.
Ya vienen a llevarte y estamos tú y yo solos,
cuando más solos y más juntos
desde que me llevaste en tu vientre.
Y en “Carta para una muchacha que ha elogiado mis versos”, imaginas:
Pienso que fue como si nos cruzáramos
por el ‘campus’ de la Universidad:
el viejo profesor de Humanidades
con la savia secándose poco a poco en su árbol
y la frutal alumna jovencísima
que tararea rock y Mozart
mientras prepara próximos exámenes.

En este homenaje, José Javier, no puedo detenerme lo que yo quisiera.
Déjame que te cuente
noticias de la Tierra.
Lo primero, decirte
que se te echa muchísimo
de menos.
También quiero contarte,
como amigo,
que a estas alturas me he casado
con Alberto,
un hombre bueno y culto,
cultivador de la palabra
hasta la esencia.
Si te digo que es hijo de Martín Abril,
ya sabes la casta que le adorna.
Nació en Valladolid.
Los dos somos valientes
y estamos muy bien juntos.
Tenía que decírtelo.
Y que hoy nieva en Madrid
intensamente.
Nieva recuerdos y letras
y algún endecasílabo.
Consuela que nos miras
desde el retrato
de tu presidencia
y te cruzas en Leganitos
con nosotros,
con Juan Van Halen, Pepe López Martínez,
Margarita Arroyo, Pilar Aroca,
Emilio Porta, Isabel Ibáñez,
Natalia Gómez de la Serna,
Carmina Casala, Fernando Almena…
Te queremos.


Angelina Lamelas

5 de febrero de 2018

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