18 de febrero de 2018

Guerra de géneros

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

No sé a qué esperan los académicos y las académicas –aunque estas sean pocas, y en cualquier caso menos que los hombres– de la Lengua Española para proponer como miembra de número de la Real Academia a la portavoza de Podemos en el Congreso de los Diputados y las Diputadas.
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), cuya elaboración y puesta al día es uno de los principales cometidos de la docta Casa, está echando en falta las aportaciones de lumbreras como Bibiana Aído, a la que se debe el necesario femenino de miembras, y de Irene Montero, diputada que trabaja incansablemente por visibilizar a la mujer, siempre y en todas partes injustamente ocultada por los predominantes y opresivos varones.
No se esfuercen académicos y académicas de la Lengua en aclarar que en los sustantivos comunes el género gramatical se evidencia por medio de determinantes y adjetivos: así, en el caso de portavoz, el portavoz español y la portavoz española. Y no hagan notar que la palabra ‘voz’, que forma parte del término compuesto portavoz, da la casualidad de que es del género femenino. Son explicaciones poco convincentes para las nuevas expertas en lingüística y filología.
Del mismo modo que estas entendidas son impermeables a otras precisiones de la Real Academia, como cuando esta insiste en la inutilidad del desdoblamiento en sustantivos masculinos y femeninos. “La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos”.
Son inútiles tales recomendaciones. ¿Por qué la forma masculina de los sustantivos va a representar tanto a los hombres como a las mujeres? La insistencia en desdoblar ciudadanos y ciudadanas, vascos y vascas, catalanes y catalanas, alumnos y alumnas, profesores y profesoras, ha adquirido hoy carta de ciudadanía, no solo entre políticos, sino también entre otros profesionales.
¿Tendrán los historiadores que referirse al “tiempo de los romanos y las romanas”, a “las invasiones de los vándalos y las vándalas”, “de los hunos y las hunas”…?
Se presenta a los académicos y las académicas la ardua tarea de revisar el DRAE de acuerdo con las normas, no ya del léxico, de la gramática y de la sintaxis, sino de lo políticamente correcto. Así, por ejemplo, habrá que suprimir en el lema ‘fácil’ la acepción que reza: “adj. Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”.
No es de recibo, señores académicos y señoras académicas, la justificación que se aduce para este y otros significados peyorativos, pretextando que el diccionario refleja el lenguaje tal como se ha utilizado a lo largo de la historia. ¿Les parece bien que en el vocablo ‘gitano’ siga figurando la acepción “Trapacero” (en anteriores ediciones se explicitaba: “Que estafa u obra con engaño”)?
Más dificultoso, aunque imprescindible, va a resultar modificar todos los sustantivos que no terminen en –a para que hagan visibles a las mujeres. Ya se hizo esta operación con ‘juez’ admitiendo el femenino ‘jueza’.
No se preocupen académicos y académicas, nos acostumbraremos a decir el albañil y la albañila; los jóvenes y las jóvenas, uso feliz que inauguró Carmen Romero, la exmujer del expresidente Felipe González; el agente y la agenta…
Es extraño que, cuando ya se han aceptado los sustantivos femeninos para designar a las mujeres que ejercen profesiones antes desempeñadas exclusiva o predominantemente por hombres, como ingeniero e ingeniera, arquitecto y arquitecta, abogado y abogada…, las mujeres que practican la medicina no quieren que se las llame médicas, sino médicos.
¿Y qué hacemos con los sustantivos que terminan en –a y no son del género femenino? Pues tendremos que transformarlos para que, cuando se refieren a hombres, acaben en –o: así habrá que hablar de los futbolistos y las futbolistas, los tenistos y las tenistas, los artistos y las artistas, los electricistos y las electricistas, los oculistos y las oculistas…
Me objetarán que estoy llevando al ridículo pretensiones que ni siquiera a las más delirantes feministas se les han ocurrido. De acuerdo. Pero, cuando se equipara género gramatical a sexo, está abierta la puerta a los mencionados y a otros excesos. Hoy ya a nadie le extraña la expresión “violencia de género” para designar la violencia contra la mujer.

Así, la tradicional y penosa guerra de sexos ha derivado en la menos violenta guerra de géneros. Algo hemos ganado. 

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