Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No sé a qué esperan
los académicos y las académicas –aunque estas sean pocas, y en cualquier caso
menos que los hombres– de la Lengua Española para proponer como miembra de
número de la Real Academia a la portavoza de Podemos en el Congreso de los
Diputados y las Diputadas.
El Diccionario de la
Real Academia Española (DRAE), cuya elaboración y puesta al día es uno de los
principales cometidos de la docta Casa, está echando en falta las aportaciones
de lumbreras como Bibiana Aído, a la que se debe el necesario femenino de
miembras, y de Irene Montero, diputada que trabaja incansablemente por
visibilizar a la mujer, siempre y en todas partes injustamente ocultada por los
predominantes y opresivos varones.
No se esfuercen
académicos y académicas de la Lengua en aclarar que en los sustantivos comunes
el género gramatical se evidencia por medio de determinantes y adjetivos: así,
en el caso de portavoz, el portavoz español y la portavoz española. Y no hagan
notar que la palabra ‘voz’, que forma parte del término compuesto portavoz, da
la casualidad de que es del género femenino. Son explicaciones poco
convincentes para las nuevas expertas en lingüística y filología.
Del mismo modo que
estas entendidas son impermeables a otras precisiones de la Real Academia, como
cuando esta insiste en la inutilidad del desdoblamiento en sustantivos
masculinos y femeninos. “La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado
del sustantivo en forma masculina y femenina va contra el principio de economía
del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Deben evitarse estas
repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y
complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos”.
Son inútiles tales
recomendaciones. ¿Por qué la forma masculina de los sustantivos va a
representar tanto a los hombres como a las mujeres? La insistencia en desdoblar
ciudadanos y ciudadanas, vascos y vascas, catalanes y catalanas, alumnos y
alumnas, profesores y profesoras, ha adquirido hoy carta de ciudadanía, no solo
entre políticos, sino también entre otros profesionales.
¿Tendrán los
historiadores que referirse al “tiempo de los romanos y las romanas”, a “las
invasiones de los vándalos y las vándalas”, “de los hunos y las hunas”…?
Se presenta a los
académicos y las académicas la ardua tarea de revisar el DRAE de acuerdo con
las normas, no ya del léxico, de la gramática y de la sintaxis, sino de lo
políticamente correcto. Así, por ejemplo, habrá que suprimir en el lema ‘fácil’
la acepción que reza: “adj. Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin
problemas a mantener relaciones sexuales”.
No es de recibo,
señores académicos y señoras académicas, la justificación que se aduce para
este y otros significados peyorativos, pretextando que el diccionario refleja
el lenguaje tal como se ha utilizado a lo largo de la historia. ¿Les parece
bien que en el vocablo ‘gitano’ siga figurando la acepción “Trapacero” (en
anteriores ediciones se explicitaba: “Que estafa u obra con engaño”)?
Más dificultoso,
aunque imprescindible, va a resultar modificar todos los sustantivos que no
terminen en –a para que hagan visibles a las mujeres. Ya se hizo esta operación
con ‘juez’ admitiendo el femenino ‘jueza’.
No se preocupen académicos
y académicas, nos acostumbraremos a decir el albañil y la albañila; los jóvenes
y las jóvenas, uso feliz que inauguró Carmen Romero, la exmujer del
expresidente Felipe González; el agente y la agenta…
Es extraño que,
cuando ya se han aceptado los sustantivos femeninos para designar a las mujeres
que ejercen profesiones antes desempeñadas exclusiva o predominantemente por
hombres, como ingeniero e ingeniera, arquitecto y arquitecta, abogado y
abogada…, las mujeres que practican la medicina no quieren que se las llame
médicas, sino médicos.
¿Y qué hacemos con
los sustantivos que terminan en –a y no son del género femenino? Pues tendremos
que transformarlos para que, cuando se refieren a hombres, acaben en –o: así
habrá que hablar de los futbolistos y las futbolistas, los tenistos y las
tenistas, los artistos y las artistas, los electricistos y las electricistas,
los oculistos y las oculistas…
Me objetarán que
estoy llevando al ridículo pretensiones que ni siquiera a las más delirantes
feministas se les han ocurrido. De acuerdo. Pero, cuando se equipara género
gramatical a sexo, está abierta la puerta a los mencionados y a otros excesos.
Hoy ya a nadie le extraña la expresión “violencia de género” para designar la
violencia contra la mujer.
Así, la tradicional y
penosa guerra de sexos ha derivado en la menos violenta guerra de géneros. Algo
hemos ganado.
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