30 de abril de 2023

Los compañeros de mi edad feliz

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Me llama un compañero del colegio San José de Valladolid para invitarme a una comida de antiguos alumnos. No es la primera vez que recibo una invitación de este tipo y, que ahora recuerde, sólo en una ocasión he asistido a una de estas reuniones. Yo trabajaba por entonces en la Editorial Miñón, así que debió de ser hacia el año mil novecientos setenta y tantos. Tuvo lugar en El Montico, Tordesillas. Al entrar entonces en el hall del hotel, busqué con la mirada a mis antiguos compañeros. Aquel grupo de señores mayores no podían ser… Eran.

He estado dudando si aceptar hoy la invitación. Quien me la hace por teléfono, Clemente Garzón Querol, disputaba conmigo las dignidades y los primeros puestos. Martín Baró, Luis Alberto: diez en todo, rememora al invitarme otras veces Antonio Iglesias, gran jugador de baloncesto, rememora, digo, al padre prefecto Juan Iriarte cuando leía las notas.

En esta ocasión, se ha dado la curiosa circunstancia de que, por la tarde del mismo día, estábamos invitados mi mujer y yo a la presentación de un libro de poemas de Beatriz Villacañas, gran poeta y amiga, también en el Centro Riojano, Serrano, 25, Madrid, donde iba a tener lugar la comida de compañeros.

En la entrada del Centro veo a dos señores mayores: “¿No seréis antiguos alumnos del colegio San José?” Eran el mencionado Antonio Iglesias y su hermano Manuel, con menos pelo y más años.

Algunos de estos “compañeros de mi edad feliz” se han visto en anteriores reuniones y no necesitan presentarse. Yo opto por hacerlo. Más aún, cuando me quito la visera, que llevo por prescripción de la dermatóloga, y dejo al descubierto mi importante calva.

Desde luego, a ninguno de ellos le habría saludado de cruzarnos por la calle. Ni siquiera a Garzón, ni a Federico Pastor Ramos, con quien tanta vida compartí en tiempos pasados, ni a Juan José García Bilbao, que se conservan todos ellos bastante bien.

A pesar de mis buenas notas, a mí no me gustaba ir al colegio. Recuerdo la tristeza de los domingos por la noche ante la perspectiva de los días de clase, con unos horarios que se alargaban mañana y tarde, incluidos los sábados. El mismo domingo teníamos misa y una hora de estudio.

Evocamos a profesores jesuitas y seglares: al hermano Martínez, apodado Chefe; al padre Ojínaga, el encargado de nuestro curso; al padre Cagigal, que murió en un accidente de avión en Barajas; al padre Larrea, siempre rodeado de un grupo de chicos en el patio; al padre Schweitzer, a quien yo me encontré en Bonn en una excursión del colegio; al señor Redondo, que nos decía en aquella clase de Intendencia que podíamos llamarle don Doroteo o señor Redondo, pero no señor Doroteo y don Redondo; a don Veridiano, que tenía casi tantos hijos como alumnos…

Ciro Alonso Herrero tiene una memoria excepcional para recordar estos pormenores y nos divierte con otras anécdotas de su vida posterior, algunas “picantes”.

Monje Tejeda, José Luis, que se sienta a mi derecha, ha traído y nos enseña fotos de entonces. No me venía su nombre, pero cuando me lo ha dicho Garzón, sí le reconozco. Como identifico a Juan José García Bilbao, al que recordaba más alto, y a Juan Montijano, que debe de pesar el doble que yo, hombre cordial que ha venido en el AVE de su residencia en Segur de Calafell expresamente para esta reunión.

Nos reprocha a todos Garzón que en el año 1975, cuando murió Franco, no entráramos en política. Andrés Martínez Méndez, que conserva sus rasgos juveniles y el pelo rubio, se justifica con su voto a la derecha que mantiene.

Escucha con atención, pero habla poco, José Antonio Mijares García Pelayo. Creo que era interno y con los internos del colegio teníamos menos trato.

Cuentan que, de los del curso que entramos jesuitas, sólo permanece Antonio López de la Rica. Luis Jesús Cantalapiedra Conde sigue de sacerdote secular.

Vidal Pérez Herrero, asiduo al Centro Riojano y hombre de múltiples actividades culturales, nos regala al terminar la comida la edición de este año de la Agenda Taurina que él edita.

Me preguntan por mi hermano Nacho, asesinado por un batallón del ejército salvadoreño junto a Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López y López y dos asistentas. ¿Progresa su beatificación? No, es mi tajante respuesta.

¿Qué conservamos nosotros de aquella educación en un colegio de jesuitas? Pienso que, como mínimo, un fondo de humanismo cristiano.

 

23 de abril de 2023

Los chinos

 Las palabras y la vida 

 Alberto Martín Baró

Mientras el presidente Xi Jinping anda muy ocupado en extender su área geopolítica de influencia por todo el mundo y en recibir a mandatarios de los más diversos signos políticos, los chinos que han emigrado a otros países trabajan como ídem en tiendas y restaurantes.

Desde hace siete años, mi vida transcurre principalmente entre Madrid y El Espinar, con una estancia en Santander en el mes de agosto y otra más breve en la capital cántabra en Navidad.

Pues bien, tanto en mi querido pueblo serrano como en el Parque de las Avenidas de Madrid, donde se encuentra la casa de mi mujer donde vivo, hay comercios chinos, más numerosos y variados en este barrio madrileño que en El Espinar. Así, mientras que en El Espinar, que yo conozca, hay sólo tres tiendas, fundamentalmente de alimentación, en el Parque de las Avenidas, además de los locales dedicados al comercio alimentario, se encuentran: un gran bazar donde se vende casi de todo, varias tiendas de ropa, también varias de “uñas, pies y masajes”, una de fotos y copistería, que siempre tiene clientela, y otra de reparación y repuestos de teléfonos móviles.

Un restaurante chino que había en una bocacalle de la Avenida de Bruselas ha cerrado. Sin embargo, los servicios de telecomida siguen activos en las proximidades del Parque. A mi mujer le gustan del menú chino sobre todo los rollitos primavera y no tanto el arroz tres delicias.

Una tienda en un local muy grande de esquina que vendía ropa ha ampliado el negocio a la más necesaria alimentación en estos tiempos de crisis.

Me he preguntado a menudo, si la República Popular de China es la segunda potencia económica mundial después de Estados Unidos, ¿cómo tantos de sus habitantes emigran a otros países buscando mejores condiciones de vida?

Pero ¿realmente viven mejor, en concreto en España, que en sus ciudades o pueblos de origen? Claro que la respuesta a esta pregunta depende de qué entendamos por “vivir mejor”. ¿Usted, vecino de El Espinar o del Parque de las Avenidas, ha visto a algún chino paseando por la calle, o con su familia en un parque público, o tomando algo en una cafetería o en un bar? Algo similar podría decirse de los marroquíes establecidos en El Espinar.

Eso sí, cuando otras tiendas cierran, los establecimientos chinos permanecen abiertos. Sus horarios son más amplios que los de la competencia española. Delante de estas tiendas suelen congregarse grupos de jóvenes, su mejor clientela.

Antes de la pandemia del covid-19, la china era la séptima población extranjera con más permisos de residencia en España detrás de marroquíes, rumanos, británicos, colombianos, italianos y venezolanos: 228.564. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 1998 había en nuestro país 12.036 residentes chinos, que en 2019 pasaron a ser 202.093.

Una explicación a esta emigración china reside, según varios autores, en las regiones de las que parte, cuyas condiciones de vida distan mucho del progreso alcanzado, por ejemplo, en ciudades como Pekín o Shanghái.

Sea de ello lo que fuere, bien haría el presidente chino –cuyo nombre Xi Jinping me cuesta escribir y mucho más pronunciar– en ocuparse de sus súbditos de las zonas menos prósperas.

Y nosotros, españoles asentados en El Espinar o en Madrid, tenemos mucho que aprender de nuestros laboriosos vecinos chinos. Que, además de su entrega al trabajo, siempre te atienden con amabilidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

16 de abril de 2023

El esperado concierto

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Haber conocido y tratado, aunque sólo sea someramente, a la pianista y profesora de Repertorio Vocal en la Escuela Superior de Canto de Madrid Irene Alfageme, es uno de los preciados regalos que me ha hecho la vida en estos años que espero no sean los últimos.

Como ya he referido en un blog anterior, la tesis doctoral de Irene Alfageme “Las canciones para voz y piano de Jesús Legido: un análisis poético y musical”, defendida en la Universidad de Valladolid en 2022 recibió un sobresaliente cum laude.

Yo había tenido anteriormente un breve encuentro con el compositor vallisoletano Jesús Legido, quien en el año 2019 puso música a 10 poemas del libro de mi padre Francisco Javier Martín Abril Violetas mojadas y en 2014 a 3 poemas de otro poemario de mi padre Nostalgia en la meseta.

Ayer sábado 15 de abril de 2023 pudimos mi mujer y yo asistir, en el espléndido Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid, al concierto en Homenaje a los 80 años de Jesús Legido, con la actuación de la soprano Raquel Lojendio y la pianista Irene Alfageme.

El programa de la velada musical, que tuvo lugar en la sala de Cámara del mencionado Centro Cultural, se articulaba en dos partes. La primera, a su vez, se dividía en tres apartados, siguiendo los versos de Miguel Hernández: “Llegó

 con tres heridas: / la de la muerte, / la del amor, / la de la vida…”. MUERTE: Jesús Legido, Oración en silencio (1975), sobre poema de José Luis Hidalgo. AMOR: Antón García Abril, Tríptico de Antonio Gala (Canciones de Valldemosa, 1979). Jesús Legido, Soledades (2021), sobre poemas de Antonio Machado. VIDA: Jesús Legido, Violetas mojadas (selección, 2019), sobre poemas de Francisco Javier Martín Abril. La parte segunda se articuló en dos apartados: Xavier Montsalvatge, Cinco canciones negras (1945). Jesús Legido, Romances del bajo Duero (1986), sobre tonadas del Cancionero zamorano.

Me habría gustado recordar, o tener presentes, las letras de los poemas musicados por Legido, para poder seguir, en la voz de Raquel Lojendio y el piano de Irene Alfageme, las notas intimistas y nostálgicas de este compositor al que suele calificarse de postromántico, pero que, a mi juicio, domina todos los registros de la música poética. Como el mismo Legido lo expresó en sus palabras de agradecimiento al final del concierto, él busca siempre en sus composiciones comunicar al oyente la emoción y, en este caso, la esencia de la poesía.

A fe mía que en este concierto, que los admiradores del compositor esperábamos con expectación, Jesús Legido, Raquel Lojendio e Irene Alfageme, me habéis emocionado con vuestra síntesis magistral de la composición, la voz y el piano. Los acordes pianísticos se armonizaban a la perfección con las modulaciones cromáticas del canto.

Comprenderá el lector de este blog, y el compositor y las intérpretes de este concierto, que a mí me llegaran a lo más profundo del alma los poemas de Violetas mojadas. Que, para mayor deleite, puedo –y pueden los que adquieran el CD Cuadernos secretos, que además reproduce en el cuadernillo que lo acompaña dibujos de mi padre– revivir en esta grabación la poesía de Martín Abril, que, como bien resume Iván Iglesias en ese cuadernillo, “la naturaleza se erige en fuente de sensaciones y la luz en metáfora del tiempo”.

Desde la eternidad, Paco Martín Abril habrá escuchado, con aquel humor entre poético e irónico, sus versos con música que Legido dedica a los niños, y muy especialmente a los de su familia.

 

 

 

 

 

 

 

 

9 de abril de 2023

Los desastres naturales y el mal provocado por los seres humanos

 Las palabras y la vida  

Alberto Martín Baró

En la pasada Semana Santa, en la que las vacaciones, las procesiones y el buen tiempo han copado los telediarios, las páginas de la prensa diaria y los programas de radio, nos hemos olvidado de unos hechos recientes cuyas consecuencias aún perduran, como son los terremotos que han devastado amplios territorios de Turquía y Siria, y una amplia zona costera de Ecuador, o los tornados que han destruido casas y otros edificios y, lo que es peor, han provocado muertes, en diversas regiones de hasta diez Estados de los Estados Unidos.

La misma guerra de Ucrania, a fuerza de reiterativa en su horror de matanzas y destrucción, ya no nos causa todo el espanto y el rechazo que esta injusta invasión por el ejército ruso a las órdenes del dictador Putin debería producirnos.

Quienes creemos en un Dios omnipotente y padre amoroso que, al terminar de crear el mundo y a los hombres, “Vio que era muy bueno todo cuanto había hecho”, según el relato del Génesis, ¿cómo podemos explicar los desastres provocados por las fuerzas de la naturaleza o por la maldad de los seres humanos?

En el mismo libro del Génesis se nos aclara que el mal en los seres humanos, creados buenos por Dios, se debe al pecado de nuestros primeros padres. El hombre y la mujer, que habían sido creados libres, hacen un mal uso de su libertad.

Pero ¿cómo un padre bueno y misericordioso puede castigar permanentemente a toda la humanidad por el pecado de aquella primera pareja?

Jesús, conocedor en su propia carne de la maldad humana, sintió en la cruz el abandono del Padre. No obstante, una y otra vez a lo largo de su vida afirmó que Dios es padre de todos los hombres, a los que ama y por los que quiere ser amado.

Si escudriñamos en lo profundo de nuestro ser, hallamos, sí, pulsiones e inclinación al mal, que la religión condensó en los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. El propio San Pablo, en su Epístola a los Romanos, confiesa: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. Ello es verdad en todos nosotros. Pero, a la vez, descubrimos en nuestro interior una fuerza que nos lleva a acercarnos a nuestros prójimos con humildad, con amabilidad, con disponibilidad, para ayudarles en sus aflicciones y para luchar juntos contra la injusticia y la desigualdad. En suma, para amarlos como Jesús nos amó y como Dios padre nos ama.

Aún me quedaría por justificar a ese Dios omnipotente y bueno que permite que las fuerzas de la naturaleza se desmadren y causen destrucción y muerte. Reconozco que no soy capaz de hallar una explicación, como tampoco grandes teólogos y pensadores creyentes la han encontrado.

Cuando esos desastres son causados por la mano del hombre, por su acción u omisión, como es el caso de numerosos incendios, la omnipotencia y la bondad de Dios quedarían a salvo. Pero, insisto, no tengo argumentos para dejar en buen lugar a un Dios creador, al que sus criaturas naturales se le sublevan.

O eso nos parece, en nuestro precario conocimiento del orden que rige el universo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 de abril de 2023

Lorena, Orquídea y Helen

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Lorena trabaja de camarera en la cafetería de nuestro barrio madrileño donde mi mujer y yo solemos merendar a media tarde. A esas horas, la mayor parte de los días está sola, pero se las arregla de maravilla de manera que, al poco de entrar en el local, ya tenemos servido lo que vamos a tomar. Y como nos ha visto pelearnos con los envases de mantequilla tan difíciles de abrir, los trae a la mesa con la tapa medio levantada.

En alguna ocasión he escrito sobre la dificultad que entrañan los cierres de los envases con que se comercializan alimentos y productos de todo tipo, incluidos los medicamentos. Cuando has quitado una envoltura de plástico, te encuentras con otra tapa. A menudo tienes que recurrir a unas tijeras u otro instrumento para acceder al contenido en cuestión.

Perdón por el excurso. Estaba elogiando la eficacia de Lorena, que además es guapa y simpática. Como sé que nació en Ecuador, le pregunto si el terremoto que ha sacudido recientemente la zona costera de su país natal ha afectado a algún familiar suyo. Me dice que los efectos del seísmo han alcanzado la casa de su abuela, situada en el interior del país.

Orquídea es también camarera en otra cafetería del barrio, que frecuentamos menos. Dice mi mujer que esta parte de nuestra calle se ha convertido en un centro de restauración muy animado y lleno de terrazas. Volviendo a Orquídea, a nuestra pregunta sobre su procedencia nos contesta que es dominicana. Se ríe cuando yo, extrañado, le pido que me aclare si su nombre es el mismo que el de la exótica flor. Después me he quedado pensando en los nombres de flores que lo son también de mujeres. Me vienen a la memoria los de Rosa, Violeta, Margarita, Hortensia, Amapola, Azucena, Jacinta, Verónica…

De nuevo me excuso por la digresión. Adonde quiero ir a parar es a la mayor facilidad que tienen los inmigrantes hispanoamericanos para encontrar trabajo en España debido a la lengua que compartimos.

Mientras que la tercera protagonista de esta entrada de mi blog, Helen, oriunda de Nigeria, se enfrenta a la dificultad del idioma. “Nigeria, no trabajo “, me dijo cuando yo le pregunté por qué había venido a España. Pues, hasta la fecha, tampoco lo ha encontrado en nuestro país. Como llevaba un par de semanas sin estar pidiendo limosna a la entrada de Supercor, pensé que e nuevo había estado hospitalizada por la gripe o sus problemas de tendinitis. Pues no. Ha hecho un curso de limpieza de jardines y la han apuntado para llamarla cuando haya una posibilidad de trabajar. Esto si le he entendido dado su deficiente castellano.

Otra pobre, que a veces ocupa el puesto de Helen delante del supermercado, a mi pregunta por su país de procedencia, me contesta que “Bulgaria”. No le he sacado otra palabra en español.

Una rumana, a la que también había dado un par de euros de limosna, me pidió en una ocasión que le pagara el billete de vuelta a su país. Le di 10 euros, más por tranquilizar mi conciencia que por contribuir al pago de su viaje.

En el barrio madrileño en el que actualmente paso más tiempo que en El Espinar, veo a numerosas mujeres de aspecto hispanoamericano que acompañan a personas mayores. Otra buena oportunidad de ganarse la vida ayudando a quien necesita ayuda.

Y no me digan que las camareras, las asistentas y estas acompañantes de gente mayor con dificultades para andar quitan puestos de trabajo a las españolas.