Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Mientras
el presidente Xi Jinping anda muy ocupado en extender su área geopolítica de
influencia por todo el mundo y en recibir a mandatarios de los más diversos
signos políticos, los chinos que han emigrado a otros países trabajan como ídem
en tiendas y restaurantes.
Desde
hace siete años, mi vida transcurre principalmente entre Madrid y El Espinar,
con una estancia en Santander en el mes de agosto y otra más breve en la
capital cántabra en Navidad.
Pues
bien, tanto en mi querido pueblo serrano como en el Parque de las Avenidas de
Madrid, donde se encuentra la casa de mi mujer donde vivo, hay comercios
chinos, más numerosos y variados en este barrio madrileño que en El Espinar. Así,
mientras que en El Espinar, que yo conozca, hay sólo tres tiendas,
fundamentalmente de alimentación, en el Parque de las Avenidas, además de los
locales dedicados al comercio alimentario, se encuentran: un gran bazar donde
se vende casi de todo, varias tiendas de ropa, también varias de “uñas, pies y
masajes”, una de fotos y copistería, que siempre tiene clientela, y otra de
reparación y repuestos de teléfonos móviles.
Un
restaurante chino que había en una bocacalle de la Avenida de Bruselas ha
cerrado. Sin embargo, los servicios de telecomida siguen activos en las
proximidades del Parque. A mi mujer le gustan del menú chino sobre todo los
rollitos primavera y no tanto el arroz tres delicias.
Una
tienda en un local muy grande de esquina que vendía ropa ha ampliado el negocio
a la más necesaria alimentación en estos tiempos de crisis.
Me
he preguntado a menudo, si la República Popular de China es la segunda potencia
económica mundial después de Estados Unidos, ¿cómo tantos de sus habitantes emigran
a otros países buscando mejores condiciones de vida?
Pero
¿realmente viven mejor, en concreto en España, que en sus ciudades o pueblos de
origen? Claro que la respuesta a esta pregunta depende de qué entendamos por
“vivir mejor”. ¿Usted, vecino de El Espinar o del Parque de las Avenidas, ha
visto a algún chino paseando por la calle, o con su familia en un parque
público, o tomando algo en una cafetería o en un bar? Algo similar podría
decirse de los marroquíes establecidos en El Espinar.
Eso
sí, cuando otras tiendas cierran, los establecimientos chinos permanecen
abiertos. Sus horarios son más amplios que los de la competencia española.
Delante de estas tiendas suelen congregarse grupos de jóvenes, su mejor
clientela.
Antes
de la pandemia del covid-19, la china era la séptima población extranjera con
más permisos de residencia en España detrás de marroquíes, rumanos, británicos,
colombianos, italianos y venezolanos: 228.564. Según datos del Instituto
Nacional de Estadística, en 1998 había en nuestro país 12.036 residentes
chinos, que en 2019 pasaron a ser 202.093.
Una
explicación a esta emigración china reside, según varios autores, en las
regiones de las que parte, cuyas condiciones de vida distan mucho del progreso
alcanzado, por ejemplo, en ciudades como Pekín o Shanghái.
Sea
de ello lo que fuere, bien haría el presidente chino –cuyo nombre Xi Jinping me
cuesta escribir y mucho más pronunciar– en ocuparse de sus súbditos de las
zonas menos prósperas.
Y
nosotros, españoles asentados en El Espinar o en Madrid, tenemos mucho que
aprender de nuestros laboriosos vecinos chinos. Que, además de su entrega al
trabajo, siempre te atienden con amabilidad.
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