Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
De “ensoñación” nada, aprendices de adivinos del Supremo. Ni
el “procés” fue un “sueño”, ni la declaración de independencia un acto
“simbólico”, como pretendió Carme Forcadell ante el tribunal que la juzgaba.
Los actos de las autoridades catalanas en los meses de septiembre y octubre de
12017 fueron un intento de golpe de Estado en toda regla. Los autores de la
sentencia sabrán mucho de leyes, pero andan muy ignaros de lógica. Si los
hechos juzgados no hubieran pasado de ser deseos quiméricos de los encausados,
sus Señorías no habrían podido condenarlos por sedición. A nadie se le puede
declarar culpable de un delito tan grave como la sedición solo por soñar.
Otra cosa es que los sediciosos no lograran sus fines. Pero está
claro, y consta en los mismos antecedentes de la sentencia del Supremo, que
pretendieron subvertir el orden constitucional y crear un Estado independiente,
con todos los medios a su alcance, a saber, la aprobación de las Leyes de
Desconexión en el Parlamento catalán el 7 de septiembre, el Referéndum del 1 de
octubre y la declaración unilateral de independencia el 27 de octubre.
Los separatistas, los condenados y los que han escapado de
la Justicia, han declarado que “lo volverán a hacer”. Es decir, ¿que volverán a
soñar o a realizar actos simbólicos? Tan tontos no son los líderes
independentistas. Lo que les ha faltado es valor. Ahí tienen a Puigdemont
echándose atrás un instante después de declarar la independencia de Cataluña y
escapando al extranjero en el maletero de un coche. Sí, han fracasado los
independentistas en su intento de crear una República catalana independiente,
pero no porque no lo quisieran con todas sus fuerzas, sino porque son unos
cobardes. Y, lo que es igualmente importante, porque no cuentan con el apoyo de
toda la población catalana. Según reconocen las propias encuestas de la
Generalidad, los partidarios de una república catalana independiente de España
son menos de la mitad de la población de Cataluña.
Y no será porque, a lo largo de cuarenta años, no hayan
contado con medios más que sobrados, facilitados por las instituciones
autonómicas, para conducir a sus súbditos crédulos a la tierra prometida donde
mana leche y miel: inmersión lingüística, adoctrinamiento de los niños en la
escuela, sometimiento de los medios de comunicación públicos y privados,
intimidación de los no afectos a la causa, sujeción de los mozos de escuadra a
unos jefes separatistas, una universidad pública partidaria de la secesión. Y
todo ello ante la pasividad de los gobiernos centrales.
Si aun así los separatistas no han conseguido su propósito
es porque más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña se consideran a la vez
catalanes y españoles. Los independentistas alardean de demócratas y pacíficos.
Pero conculcan los principios básicos de la democracia, a saber, la ley de las
mayorías, la libertad de expresión y de disentir de las ideas impuestas por
unos gobernantes totalitarios, y la pacífica convivencia. Los partidarios de la
independencia de Cataluña ni cuentan con una mayoría simple, ni respetan a las
minorías discrepantes, y han roto la convivencia armoniosa de los catalanes,
incluso dentro de las mismas familias.
En cuanto al pretendido pacifismo de los independentistas,
ya el propio Tribunal Supremo reconoce en su sentencia que hubo en el procés
“episodios violentos”. Por si hubiera alguna duda, las manifestaciones y las protestas
vandálicas de la semana pasada en Barcelona y en otras ciudades catalanas han
puesto de manifiesto el carácter intrínsecamente violento de las masas
independentistas, alentadas por las autoridades que representan, o deberían
representar, al Estado español en Cataluña. Y con el mismísimo presidente de la
Generalidad encabezando una marcha que cortaba una importante autovía. Como con
anterioridad había instado a sus partidarios, en especial a los Comités de
Defensa de la República, a “apretar”.
Pero somos mayoría. Por más que nuestros gobernantes nos
dejen en la estacada y solo velen por sus intereses particulares o partidistas,
somos más los que queremos una Cataluña unida a los demás pueblos de España,
una Cataluña pacífica y próspera, libre y tolerante, culta y abierta, dentro de
la más arraigada tradición de sus escritores y músicos, de sus empresarios y
trabajadores de toda índole, de sus investigadores y artistas.
Somos mayoría los que apoyamos a las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado, a la Policía Nacional, a los mozos de escuadra, a la
Guardia Civil y al Ejército español, que garantizan la seguridad de todos,
incluidos los que rechazan a estos servidores de la ley.
Somos mayoría los españoles que amamos a Cataluña y a los
catalanes, los que vamos a diario al trabajo sin participar en huelgas
políticas, los que disfrutamos de la convivencia amorosa en nuestras familias, los
que defendemos el bilingüismo como una riqueza y el uso del español como lengua
común.
Y somos mayoría los que queremos que nuestros hijos, dejando
atrás odios que llevan a guerras fratricidas, hereden una España libre y unida.