Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Si consultamos cualquier diccionario de la lengua española,
definirá Convivencia, siguiendo al
Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), como “Acción de convivir”. Con
lo cual tenemos que ir al lema “convivir” para encontrar la etimología y la
definición de este verbo. “convivir (del
latín convivere): intr. Vivir en
compañía de otro u otros, cohabitar”.
Así, esta definición no precisa si la convivencia es buena o
mala. El Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, sí añade una
acepción valorativa: “Vivir en buena armonía: ‘Así aprenden a convivir’”. Y en convivencia,
además de “Acción de convivir”, puntualiza: “Particularmente, hecho de vivir en
buena armonía unas personas con otras”, y pone un ejemplo: “La cortesía ayuda a
la convivencia humana”.
Cuando decimos que el independentismo ha roto la convivencia
en Cataluña, estamos dando al término “convivencia” ese sentido positivo.
A poco que naveguemos por Internet o leamos algún libro de
los que se denominan de autoayuda, encontraremos numerosos consejos para lograr
una convivencia armoniosa, sobre todo en la vida en pareja.
Yo tengo la impresión, y supongo que bastantes lectores
conmigo, de que las rupturas matrimoniales, sean divorcios o separaciones, han
aumentado de un tiempo a esta parte En España. En los años de mi juventud se
separaban o divorciaban predominantemente los artistas de cine de Hollywood. En
la población española, mayormente influida por la religión católica y el
matrimonio por la Iglesia, la separación de los cónyuges se daba en casos
contados. Y los casados que se separaban no estaban bien vistos en la sociedad,
sobre todo en provincias pequeñas y pueblos. La máxima “Lo que Dios ha unido no
lo separa el hombre” pesaba mucho en las conciencias de los creyentes. Por otra
parte, el divorcio no estaba permitido por la ley en España.
Las estadísticas confirman esta impresión subjetiva del
aumento de rupturas matrimoniales. Según datos del Instituto de Política
Familiar, basados en las cifras suministradas por el Instituto Nacional de
Estadística (INE), en 2015, de cada diez matrimonios, siete acababan en
ruptura.
Y, para valorar este incremento, también hay que tener en cuenta
el descenso de la nupcialidad, sean matrimonios civiles o religiosos, que en
España está entre las más bajas de la Unión Europea.
Los expertos en los problemas de la vida en pareja señalan
entre las principales causas de ruptura la infidelidad, la mala comunicación,
los celos, la distinta evolución de los miembros de la pareja, muy en especial
en lo concerniente a las relaciones sexuales, sus adicciones...
He asistido de cerca
a crisis y rupturas de parejas amigas. Y la explicación, en la mayor parte de
los casos, ha sido: “Se acabó el amor”. Del primer enamoramiento ilusionado se
había pasado a la indiferencia y al tedio, cuando no al enfrentamiento y a las
discusiones constantes. Y es que el amor hay que cuidarlo. Para que no
languidezca. Inventarse soluciones para que la convivencia sea armoniosa.
Convivir guarda relación con el latín convivium, que
significa banquete. Comer es no solo ingerir alimentos, sino una ocasión
privilegiada de estar juntos y comunicarse los miembros de una pareja o de una
familia.
Cada pareja tiene sus propios medios para que la ilusión y
la concordia no decaigan. Concordia, he ahí otra bella palabra que está
relacionada con el término latino cor, cordis, corazón, y nos remite a la
conformidad, a la unión de pareceres, de gustos. Sí, es importante en la vida
en pareja saber divertirse juntos, hacer cosas juntos. Sin que ello conlleve no
disponer de espacios propios para cada uno.
Pero más importante aún, me parece a mí, es pensar en el
otro, en lo que al otro le pueda agradar. En las tareas cotidianas, adelantarse
al otro en la realización de pequeños, y no tan pequeños, quehaceres.
El amor, desde luego, hay que expresarlo con palabras, decir
algo agradable al otro. Pero también con hechos. “Obras son amores, que no
buenas razones”, afirma la sabiduría popular.
Convivencia, concordia, comunicación, diálogo… Lo que vale
para la vida en pareja puede aplicarse a las relaciones entre los políticos y
los gobernantes. Que no esperen a ser expresidentes para dialogar, para entenderse,
como hicieron el otro día Felipe González y Mariano Rajoy.
Si a todos los políticos les moviese el interés por el bien
común, como alardean de boquilla en las campañas electorales, las lógicas e
inevitables diferencias entre las llamadas izquierdas y derechas no serían un
obstáculo para llegar a acuerdos en beneficio de todos. Acuerdos que son las
plasmaciones concretas de la concordia y de la convivencia armoniosa.
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