Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No creo que los gobernantes de los países más
industrializados hagan caso a las protestas de los millones de jóvenes que se
han manifestado en las calles contra el cambio climático. En todas las Cumbres
sobre el Clima se ha venido acordando limitar las emisiones de CO2 a la
atmósfera, una de las causas a las que se atribuye dicho cambio, en unos
porcentajes que luego casi nunca se han cumplido. Y no se han cumplido por la sencilla
razón de que ningún país está dispuesto a renunciar a su desarrollo económico,
a mantenerlo los países desarrollados y a alcanzarlo los países en vías de
desarrollo. El desarrollo económico está vinculado en una medida considerable a
la gran industria, que es una de las principales fuentes de contaminación.
Dentro de esta responsabilidad generalizada en el deterioro
del medio ambiente, no son en la actualidad los países capitalistas los mayores
responsables de la contaminación de nuestro planeta. China, con sus
1.392.730.000 de habitantes en 2018, es hoy el principal contaminador de las
aguas por residuos plásticos no reciclados. Claro que China, sin renunciar al
comunismo como sistema político, ha adoptado en cierto grado el capitalismo
para su desarrollo económico, industrial y comercial.
Ahora bien, el desarrollo que el capitalismo ha hecho
posible en los países democráticos de la Unión Europea, en Estados Unidos y
Canadá, en Nueva Zelanda y Australia, entre otros, les ha permitido también
tomar medidas contra la contaminación del aire y de las aguas, y reciclar
plásticos y otros residuos.
Pero a los jóvenes les mueven las grandes causas, como la
lucha contra el cambio climático y el calentamiento global, que, según se les
ha adoctrinado, ponen en peligro inminente la supervivencia del planeta Tierra.
Cambios climáticos los ha habido siempre, que conozcamos, a
lo largo de la historia geológica de miles de millones de años. Esos cambios
del clima no se han debido a la acción del hombre, con sus reducidos medios de
dominio de la naturaleza. Fueron causados, y en gran parte lo siguen siendo,
por los ciclos del Sol, que desencadenaron glaciaciones o calentamientos y
deshielos.
En lo que sí parece que coinciden los científicos es que
tales cambios, propiciados hoy por los poco controlados y poderosos medios de
producción agrícola e industrial, se producen actualmente con mayor rapidez.
Es fácil y confortante para los jóvenes echarse a la calle y
protestar contra los gobernantes y contra las generaciones de sus mayores que
han puesto en peligro la supervivencia de la especie humana sobre la Tierra. Y
está bien que se manifiesten.
Pero ¿están esos jóvenes dispuestos a renunciar, por
ejemplo, a sus móviles, tabletas y demás artilugios sin los que ya no saben vivir,
y que son causantes de las Guerras del Coltán en África Central para proveernos
de tantalio, columbio y otros minerales necesarios para la fabricación de tales
aparatos tecnológicos?
¿Cuántos de los airados jóvenes manifestantes reciclan o
reutilizan los plásticos de envases y botellas, el vidrio, el papel, la ropa
usada, utilizando los contenedores instalados en calles y plazas?
¿Y cuántos limpian los residuos que dejan después de
celebrar sus botellones y otros esparcimientos?
¿Saben estos jóvenes lo que contaminan con atronadores
decibelios y cegadoras iluminaciones los macroconciertos masivos a los que son
tan aficionados?
Claro que me preocupa la salvaguardia del medio natural. Y
celebro las medidas que se tomen para reducir las emisiones contaminantes de
los aviones, los coches y las calefacciones. ¿Pero estamos conformes con
prescindir de buena gana de las comodidades que nos brindan los medios de
transporte, los calefactores y los aparatos de aire acondicionado?
Entro a comprar en el supermercado del barrio. Están, por un
lado, las bolsas de plástico, que los comerciantes según reciente normativa
tienen la obligación de cobrarnos. Yo llevo mi bolsa reciclable, equivalente al
antiguo capacho. Y admiro a los estadounidenses que veo en las películas cargados
con sus bolsas de papel. Pero luego la mayor parte de los alimentos y demás
productos se sirven en envases, bandejas y bolsas igualmente de plástico. Como
de plástico son los tubos, las cajas y los tarros en los que se expenden los
medicamentos en las farmacias.
Llevará tiempo, si es que se consigue alguna vez, sustituir
los plásticos por otros materiales menos contaminantes.
El futuro de nuestro planeta y de nuestra civilización no se
salva con manifestaciones multitudinarias, ni culpabilizando siempre a otros de
unos males a los que nosotros no estamos dispuestos a poner remedio en lo que
está en nuestras manos.
El futuro, hoy más que nunca, depende de la inteligencia del
ser humano, de los avances de la ciencia, de la investigación. Ciencia e investigación
que, a su vez, dependen de la educación y de los estudios de esos jóvenes
manifestantes.
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