30 de noviembre de 2021

El viaje a Francia

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Nuestro viaje a Carnolès, localidad francesa cerca de Menton, en la costa mediterránea, tenía como objeto visitar a mi cuñado Federico Bermejo, más conocido en la familia como Fico, para acompañarle tras la muerte de su mujer Laura, ocurrida el día 9 del pasado mes de diciembre. Así también veríamos a mi hijo Guillermo, que convivía con su tío Fico.

Pero por distintos motivos, entre los que no ha sido el menor las restricciones a la movilidad de un país a otro por causa de la covid19, el viaje se fue posponiendo hasta el 24 de noviembre. Aterrizamos mi mujer y yo en Niza por la tarde de ese día y ya nos estaban esperando en la terminal 2 mi hijo y mi sobrino Gonzalo Fernández, que había llegado procedente de La Coruña esa misma mañana.

El tranvía que tomamos en la salida del aeropuerto nos deja en el centro de Niza y de allí fuimos andando hasta la estación del ferrocarril por la avenida Jean Médecin, la principal de la famosa ciudad de la Riviera francesa. Me llamaron la atención los tranvías que transitan en las dos direcciones por esa avenida, en la que se encuentra la basílica de Notre Dame, de la que nos limitamos a contemplar la fachada. Doy este detalle, porque mi mujer tenía en su programa visitar con cierto detenimiento esta joya de la Costa Azul, visita que no pudimos realizar.

El tren nos deja a tiro de piedra de la casa en la que vive mi cuñado, en la avenida de Profondeville, Roquebrune-Cap-Martin. Me fundo en un abrazo con Fico, al que encuentro mejor de lo que me temía dadas su enfermedad y la pérdida de Laura. Él, marino de guerra, había trabajado desde el año 1988 en la Organización Hidrográfica Internacional (OHI) con sede en Mónaco. Como en Mónaco es prohibitivo vivir incluso para economías desahogadas, mi cuñado y su mujer se instalaron en la casa cuya dirección acabo de reseñar.

Fico es la persona más sociable que he conocido, con un inalterable sentido del humor, y reparte cariño a manos llenas entre su hija Sonia, cantante y profesora de música, con una voz portentosa, familiares y amigos, que le adoran y visitan en su casa, convertida en polo de atracción a pesar de la lejanía en la que se encuentra para muchos. Ha recopilado datos de la familia Baró, en varios vídeos, que nos proyecta el día 25, en el que no paró de llover.

Gonzalo, periodista actualmente en paro, hijo de Marisina Pérez-Soba, la mayor de los primos Baró, joven con retranca gallega y sonriente cordialidad, es una muestra del cariño que miembros de nuestra familia profesan a Fico.

Como lo es Marta Pérez-Soba, que con su marido holandés Wim van der Maas también le visita estos mismos días. Marta, ingeniera agrónoma, trabaja en el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea en Istra (Italia), cerca de Milán, a orillas del lago Maggiore, asesorando a la dirección general de agricultura sobre cómo la Política Agraria Comunitaria puede mejorar el medio ambiente y reducir el cambio climático. Pero sobre este perfil profesional quiero resaltar su talla humana, en la que se funden la belleza, la simpatía, la inteligencia, su inabarcable cultura y un aire de misterio cautivador.

Desde Italia se han trasladado ella y Wim en coche a Carnolès. Wim trabaja en el Instituto Nacional de Medio Ambiente y Salud de Holanda aconsejando a los ministerios holandeses sobre los efectos de las emisiones de todos los sectores sobre el medio ambiente. Es hombre de talante alegre, siempre de buen humor y romántico enamorado de su mujer, a la que lleva un ramo de flores después de una separación por motivos de trabajo. Como nosotros, Marta y Wim se alojan en el Hotel Victoria de Roquebrune-Cap-Martin, en un emplazamiento privilegiado a orillas de la bahía de este nombre, en cuyas playas pedregosas rompen las olas del Mediterráneo. Yo no me canso de contemplar el mar y el cielo de un azul intenso.

Ellos y Gonzalo son los mejores compañeros para visitar el día 26 Mónaco. El principado es un horror urbanístico, del que se salva el Museo Oceanográfico y Acuario, una maravilla que recorrimos con detenimiento, aunque insuficiente para hacerte una idea de toda la riqueza que encierra esta creación del rey Alberto I de Mónaco, que dedicó su vida y su talento a investigar los océanos y sus tesoros. Me pregunto cómo mantendrán los responsables del Acuario tal variedad de peces vivos.

Menton, en cambio, es una delicia de ciudad que en su núcleo urbano conserva elegantes edificios y estrechas calles que te trasladan a un pasado con encanto y tipismo. Nos guía mi hijo Guillermo, al que el cambio de alcalde ha privado de trabajar con la Fundación Jean Cocteau, ilustre habitante en su edad madura de Menton. En el Bastion se conservan mosaicos suyos y más obras en el Museo de su nombre, que se inundó y está cerrado por reparación. Pero nos compensó la subida a la altura donde se alza la basílica de Saint Michel, una joya del siglo XVII, y las iglesias de los Penitentes Blancos y los Penitentes Negros. Rematamos la visita a Menton disfrutando del Jardín Botánico, mientras caía la tarde, amparados por plantas exóticas, de las que me queda grabada para el recuerdo la imagen bellísima de la ceiba speciosa, con su exuberante despliegue de flores rosadas.

Fico, Guillermo, Marta, Wim, Gonzalo, vosotros, como adorable representación de nuestra familia, habéis sido el principal aliciente de nuestro viaje a Francia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

22 de noviembre de 2021

La vejez honorable

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Se empezó a poner la tercera dosis de la vacuna anticovid a los ingresados en residencias de mayores. Después se fijó en sesenta y cinco años la edad a partir de la cual se recomienda esa tercera dosis. Ahora se habla de administrarla a edades inferiores. De todos modos, no es fácil orientarse en este campo, dado que muchas disposiciones relacionadas con la lucha contra el coronavirus varían de unas a otras comunidades autónomas.

Esta cuestión de la conveniencia de la vacunación contra el covid por franjas de edad me ha llevado estos días a reflexionar sobre la vejez, sus límites, carencias y posibles remedios.

Me ha extrañado que ese gran periodista y escritor que es Pedro G. Cuartango, en un artículo publicado recientemente en el diario ABC, estuviera en desacuerdo con el elogio que el orador, político y filósofo romano Cicerón hace de la vejez en su libro De senectute, que suele traducirse en español como El arte de envejecer. Y disiente Cuartango a cuento de los males físicos y achaques de los que se quejaban en una reunión un grupo de amigos del articulista.

Los viejos se pueden dividir –esto lo aventuro yo– en dos grupos. Por un lado, están aquellos que continuamente hablan de sus dolencias y te cuentan con todo lujo de detalles su tratamiento o su última operación. Me temo que estos son mayoría. Luego no faltan quienes, por el contrario, alardean de su buena salud, de que a ellos “no les parte un rayo”. Y me parece que son minoría.

En la citada obra, Cicerón, por boca del político, escritor y militar romano Catón el Viejo, hace un elogio de la vejez y rebate los cuatro defectos que se achacan comúnmente a la vejez: 1. La vejez aparta de las actividades. 2. La pérdida de la fuerza física. 3. La vejez hace perder el disfrute de los placeres. 4. La proximidad de la muerte.

“La vejez –dice Cicerón Catón– es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento”.

Me detengo en la tercera condición para que la vejez sea “honorable”: “Si no es dependiente de nadie”. Está claro que la edad avanzada nos aparta de las actividades, nos hace perder fuerza física, memoria y deleite de los placeres, y nos aproxima a la muerte. Pero todas estas carencias son relativas y pueden superarse, mientras que la dependencia es, a mi juicio, el principal obstáculo para la vida “honorable” del anciano.

Cada vez que he visitado una residencia de mayores, o sea, de viejos, he salido deprimido. Comprendo que en muchos casos es la única solución para las personas dependientes que no tienen otra forma de satisfacer sus necesidades cotidianas.

He conocido en mi familia a viejos que no podían vivir solos y estaban acogidos por una hermana casada y con hijos, o por otros parientes. Esta convivencia familiar es, hoy día, poco menos que imposible.

A menudo decimos de algún viejo conocido que tiene “la cabeza perdida”. Le compadecemos y no querríamos que esa pérdida nos ocurriera a nosotros. Pero quizá la persona que la padece es más una carga para quienes conviven con ella, mientras que ella misma no es consciente de su estado.

De nosotros depende en gran medida que su vejez sea “honorable”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

15 de noviembre de 2021

Embajada de dolor

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Me vino con nocturnidad, sí, pero no puedo añadir que con alevosía. Había estado ayudando a Cristina, nuestra amiga argentina que había pasado una temporada en nuestra casa, a bajar a la calle su voluminoso y pesado equipaje. De momento no sentí ningún tirón, ninguna molestia. Pero, ah, por la noche, ya en la cama, no hubo forma de conciliar el sueño: un dolor punzante en la paletilla derecha me hacía ver las estrellas, a la vez que me mareaba y revolvía…

Echo mano del socorrido Ibuprofeno y del no menos socorrido Paracetamol, que me proporcionan un alivio pasajero. Pero no encuentro postura, ni tumbado, ni sentado, que me calme. Y de pie o andando me sobreviene un mareo cercano al vértigo, que hacía tiempo que no sentía.

Las tareas más sencillas se me hacen cuesta arriba. MI mujer me trae de la farmacia una almohada eléctrica. Aplicar calor en la zona dolorida es un remedio de toda la vida…

…que, cuando acudo a Urgencias al cuarto día, la doctora incluye en el tratamiento de mi “dorsolumbalgia aguda”, junto con Fastum, un antiinflamatorio no esteroideo, Airtal, también antiinflamatorio y antirreumático, Robaxin, relajante muscular, Omeprazol y Nolotil.

¿Soy el mismo que hace solo unos pocos días llevaba una vida normal, o si quieren anormal para mis ochenta y dos años?

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

¿Es posible que estos versos de Rubén Darío pertenezcan a Cantos de vida y esperanza? Ahora me parece mentira la alegría que sentí hace tan solo un par de semanas cuando el médico me comunicó los buenos resultados de mis análisis.

El dolor nos avisa que la vida es frágil. Que lo que ayer nos parecía lo más natural del mundo, una simple distensión o contractura lo convierta en una montaña imposible de escalar.

La embajada del dolor nos recuerda nuestras limitaciones. Y nos avisa para que no pretendamos superarlas.

Pero sin el afán de superación nuestra vida carecería de aliciente y ni nosotros ni la humanidad progresaríamos.

Cuando se descorre el velo del dolor, asoma la luz de la esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7 de noviembre de 2021

El gozo de la fraternidad

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hace unas noches, en uno de los duermevelas que jalonan mi sueño, me vino a la memoria una exclamación latina que más tarde averigüé que es el comienzo del Salmo 133: “Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum”. “Mira qué bueno y qué gratificante es habitar los hermanos en unión”.

No he encontrado un adjetivo castellano que exprese en una sola palabra la riqueza de “iucundum”. Lo he traducido por “gratificante”, otras traducciones emplean “deleitoso”, pero en ambos casos no se recoge el sentido etimológico de “iucundum”, que guarda relación con el gozo.

Si hay algo que al salmista le llama la atención en que los hermanos vivan en unión, en armonía, es porque esto es no solo “bonum”, “bueno”, sino también “iucundum”, “gozoso”.

Esta unión y esta armonía, que el salmo 133 descubre en los hermanos unidos por lazos familiares, de sangre, yo quisiera extenderlas a todos los seres humanos, los que convivimos en un determinado tiempo de la historia y en un concreto lugar de la tierra.

No esperemos a que la tragedia asole un territorio, como desde hace unos meses la isla de La Palma, para que la fraternidad humana alcance a cuantos sufren cualquier tipo de carencia, de pérdida, de exclusión.

Los primeros que tendrían que preceder con el ejemplo son los gobernantes y los políticos. Que el eslogan “no dejar a nadie atrás” sea algo más que un reclamo electoral vacío.

Muchas encrespadas disputas a las que nos tienen acostumbrados los diputados de los distintos partidos en el Parlamento se disiparían si en realidad todos se consideraran hermanos de aquellos que les han votado y que les han dado su representación, y se esforzaran por el bien común. Una serena alegría distendería sus gestos acres.

¿Que esto es una utopía? ¿Qué ni siquiera en los hermanos de una misma familia hay muchas veces unión fraternal, sino rencillas y enconos por los más diversos y, a veces, fútiles motivos?

Tratar a los hombres con los que nos ha tocado convivir como hermanos no solo es bueno, es también gozoso, fuente de gozo.

Porque, como nos recuerda otra frase de la Biblia, esta tomada de los Hechos de los Apóstoles, 20, 35: “Hay más alegría en dar que en recibir”.

Todos tenemos algo que compartir con los demás: con el prójimo, es decir, con aquellos que viven más cerca de nosotros; con los amigos, con los compañeros de trabajo, con los vecinos y conciudadanos…

Y volviendo a los gobernantes y políticos, ellos tienen en sus manos, por delegación del pueblo, legislar y gobernar en bien de la mayoría y, en especial, de los más necesitados.

Si así lo hicieran, dejando a un lado estériles partidismos e ideologías, aparecería en sus rostros el gozo de la fraternidad y la alegría de dar.