Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Nuestro
viaje a Carnolès, localidad francesa cerca de Menton, en la costa mediterránea,
tenía como objeto visitar a mi cuñado Federico Bermejo, más conocido en la
familia como Fico, para acompañarle tras la muerte de su mujer Laura, ocurrida
el día 9 del pasado mes de diciembre. Así también veríamos a mi hijo Guillermo,
que convivía con su tío Fico.
Pero
por distintos motivos, entre los que no ha sido el menor las restricciones a la
movilidad de un país a otro por causa de la covid19, el viaje se fue
posponiendo hasta el 24 de noviembre. Aterrizamos mi mujer y yo en Niza por la
tarde de ese día y ya nos estaban esperando en la terminal 2 mi hijo y mi
sobrino Gonzalo Fernández, que había llegado procedente de La Coruña esa misma
mañana.
El
tranvía que tomamos en la salida del aeropuerto nos deja en el centro de Niza y
de allí fuimos andando hasta la estación del ferrocarril por la avenida Jean
Médecin, la principal de la famosa ciudad de la Riviera francesa. Me llamaron
la atención los tranvías que transitan en las dos direcciones por esa avenida,
en la que se encuentra la basílica de Notre Dame, de la que nos limitamos a
contemplar la fachada. Doy este detalle, porque mi mujer tenía en su programa
visitar con cierto detenimiento esta joya de la Costa Azul, visita que no
pudimos realizar.
El
tren nos deja a tiro de piedra de la casa en la que vive mi cuñado, en la
avenida de Profondeville, Roquebrune-Cap-Martin. Me fundo en un abrazo con
Fico, al que encuentro mejor de lo que me temía dadas su enfermedad y la
pérdida de Laura. Él, marino de guerra, había trabajado desde el año 1988 en la
Organización Hidrográfica Internacional (OHI) con sede en Mónaco. Como en
Mónaco es prohibitivo vivir incluso para economías desahogadas, mi cuñado y su
mujer se instalaron en la casa cuya dirección acabo de reseñar.
Fico
es la persona más sociable que he conocido, con un inalterable sentido del
humor, y reparte cariño a manos llenas entre su hija Sonia, cantante y
profesora de música, con una voz portentosa, familiares y amigos, que le adoran
y visitan en su casa, convertida en polo de atracción a pesar de la lejanía en
la que se encuentra para muchos. Ha recopilado datos de la familia Baró, en
varios vídeos, que nos proyecta el día 25, en el que no paró de llover.
Gonzalo,
periodista actualmente en paro, hijo de Marisina Pérez-Soba, la mayor de los
primos Baró, joven con retranca gallega y sonriente cordialidad, es una muestra
del cariño que miembros de nuestra familia profesan a Fico.
Como
lo es Marta Pérez-Soba, que con su marido holandés Wim van der Maas también le
visita estos mismos días. Marta, ingeniera agrónoma, trabaja en el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea en Istra (Italia), cerca de Milán, a
orillas del lago Maggiore, asesorando a la dirección general de agricultura sobre cómo la Política Agraria Comunitaria puede mejorar el medio ambiente y reducir el cambio climático. Pero
sobre este perfil profesional quiero resaltar su talla humana, en la que se
funden la belleza, la simpatía, la inteligencia, su inabarcable cultura y un
aire de misterio cautivador.
Desde Italia se han trasladado ella y Wim en coche a Carnolès. Wim trabaja en el Instituto Nacional de Medio Ambiente y Salud de Holanda aconsejando a los ministerios holandeses sobre los efectos de las emisiones de todos los sectores sobre el medio ambiente. Es hombre de talante alegre, siempre de buen humor y romántico enamorado de su mujer, a la que lleva un ramo de flores después de una separación por motivos de trabajo. Como nosotros, Marta y Wim se alojan en el Hotel Victoria de Roquebrune-Cap-Martin, en un emplazamiento privilegiado a orillas de la bahía de este nombre, en cuyas playas pedregosas rompen las olas del Mediterráneo. Yo no me canso de contemplar el mar y el cielo de un azul intenso.
Ellos
y Gonzalo son los mejores compañeros para visitar el día 26 Mónaco. El
principado es un horror urbanístico, del que se salva el Museo Oceanográfico y
Acuario, una maravilla que recorrimos con detenimiento, aunque insuficiente
para hacerte una idea de toda la riqueza que encierra esta creación del rey
Alberto I de Mónaco, que dedicó su vida y su talento a investigar los océanos y
sus tesoros. Me pregunto cómo mantendrán los responsables del Acuario tal
variedad de peces vivos.
Menton,
en cambio, es una delicia de ciudad que en su núcleo urbano conserva elegantes edificios
y estrechas calles que te trasladan a un pasado con encanto y tipismo. Nos guía
mi hijo Guillermo, al que el cambio de alcalde ha privado de trabajar con la
Fundación Jean Cocteau, ilustre habitante en su edad madura de Menton. En el
Bastion se conservan mosaicos suyos y más obras en el Museo de su nombre, que
se inundó y está cerrado por reparación. Pero nos compensó la subida a la
altura donde se alza la basílica de Saint Michel, una joya del siglo XVII, y
las iglesias de los Penitentes Blancos y los Penitentes Negros. Rematamos la
visita a Menton disfrutando del Jardín Botánico, mientras caía la tarde,
amparados por plantas exóticas, de las que me queda grabada para el recuerdo la
imagen bellísima de la ceiba speciosa, con su exuberante despliegue de flores
rosadas.
Fico,
Guillermo, Marta, Wim, Gonzalo, vosotros, como adorable representación de
nuestra familia, habéis sido el principal aliciente de nuestro viaje a Francia.