22 de noviembre de 2021

La vejez honorable

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Se empezó a poner la tercera dosis de la vacuna anticovid a los ingresados en residencias de mayores. Después se fijó en sesenta y cinco años la edad a partir de la cual se recomienda esa tercera dosis. Ahora se habla de administrarla a edades inferiores. De todos modos, no es fácil orientarse en este campo, dado que muchas disposiciones relacionadas con la lucha contra el coronavirus varían de unas a otras comunidades autónomas.

Esta cuestión de la conveniencia de la vacunación contra el covid por franjas de edad me ha llevado estos días a reflexionar sobre la vejez, sus límites, carencias y posibles remedios.

Me ha extrañado que ese gran periodista y escritor que es Pedro G. Cuartango, en un artículo publicado recientemente en el diario ABC, estuviera en desacuerdo con el elogio que el orador, político y filósofo romano Cicerón hace de la vejez en su libro De senectute, que suele traducirse en español como El arte de envejecer. Y disiente Cuartango a cuento de los males físicos y achaques de los que se quejaban en una reunión un grupo de amigos del articulista.

Los viejos se pueden dividir –esto lo aventuro yo– en dos grupos. Por un lado, están aquellos que continuamente hablan de sus dolencias y te cuentan con todo lujo de detalles su tratamiento o su última operación. Me temo que estos son mayoría. Luego no faltan quienes, por el contrario, alardean de su buena salud, de que a ellos “no les parte un rayo”. Y me parece que son minoría.

En la citada obra, Cicerón, por boca del político, escritor y militar romano Catón el Viejo, hace un elogio de la vejez y rebate los cuatro defectos que se achacan comúnmente a la vejez: 1. La vejez aparta de las actividades. 2. La pérdida de la fuerza física. 3. La vejez hace perder el disfrute de los placeres. 4. La proximidad de la muerte.

“La vejez –dice Cicerón Catón– es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento”.

Me detengo en la tercera condición para que la vejez sea “honorable”: “Si no es dependiente de nadie”. Está claro que la edad avanzada nos aparta de las actividades, nos hace perder fuerza física, memoria y deleite de los placeres, y nos aproxima a la muerte. Pero todas estas carencias son relativas y pueden superarse, mientras que la dependencia es, a mi juicio, el principal obstáculo para la vida “honorable” del anciano.

Cada vez que he visitado una residencia de mayores, o sea, de viejos, he salido deprimido. Comprendo que en muchos casos es la única solución para las personas dependientes que no tienen otra forma de satisfacer sus necesidades cotidianas.

He conocido en mi familia a viejos que no podían vivir solos y estaban acogidos por una hermana casada y con hijos, o por otros parientes. Esta convivencia familiar es, hoy día, poco menos que imposible.

A menudo decimos de algún viejo conocido que tiene “la cabeza perdida”. Le compadecemos y no querríamos que esa pérdida nos ocurriera a nosotros. Pero quizá la persona que la padece es más una carga para quienes conviven con ella, mientras que ella misma no es consciente de su estado.

De nosotros depende en gran medida que su vejez sea “honorable”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario