Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No soy yo, ni es la prensa conservadora, los que hemos sacado a colación el término “el muro” para referirnos al verdadero, mejor dicho el único, objetivo de Pedro Sánchez. Fue el propio presidente aún en funciones del Gobierno quien en el debate de investidura aseguró: “Si algo ha dejado claro la derecha reaccionaria es que no se va a detener. Por eso en este debate estamos eligiendo algo muy importante: o bien alzamos un muro ante estos ataques recurrentes a los valores de la España democrática y también constitucional, o bien les damos salvoconducto”.
O sea, lo que presenta como objetivo de su legislatura es alzar un muro que haga imposible la alternancia en el Gobierno de la Nación española, es decir, que haga imposible la democracia y le perpetúe a él en el poder.
La falacia de tal necesidad de “alzar un muro” es fácil de demostrar. Si algo ha caracterizado a la derecha, sea reaccionaria o ultraderecha –los términos con los que Sánchez siempre se dirige a la oposición–, en la pasada legislatura, por no remontarnos más lejos, es la falta o la debilidad de ataques a su gobierno, y menos aún a los valores de la España democrática y constitucional.
¿Quién se ha aliado o pactado con las fuerzas políticas que se proponen abiertamente destruir la España constitucional, a saber, ERC, Junts y Bildu, y antes que con estos partidos independentistas, con los comunistas de Podemos y Sumar, a los que ha sentado en el Consejo de Ministros sin que le quitaran el sueño?
Pues bien, el muro que Sánchez propone alzar trae inevitables resonancias al que en tiempos no muy lejanos dividió en Alemania al comunismo y la democracia, impidiendo que los habitantes del Este, paradójicamente denominado “democrático”, pudieran pasarse al Oeste federal, éste sí demócrata.
Es lo que trae consigo hablar de muro. Un muro tiene una doble función: por un lado, impide a los de fuera entrar, y por otro, encierra a los que están dentro no dejándoles salir.
¿Pretende Sánchez encerrar a cuantos le han votado dentro de los muros de un socialcomunismo, que se cuida mucho de denominarse como tal? ¿Qué son Podemos y Sumar sino comunistas, eso sí vergonzantes, que no se atreven a presentarse como tales, pero defienden todo lo que a lo largo de la historia y en el presente ha conducido a los pueblos que lo han abrazado, o sufrido, a la pobreza y a la falta absoluta de libertad? ¿Éste es el programa que Sánchez plantea a los que se parapeten tras ese muro que él propone alzar?
Es llamativa la renuencia de los socialistas a abandonar el PSOE, o a dejar de votarlo, aunque estén en desacuerdo con la ley de amnistía que es, no lo olvidemos, el principal campo de batalla del que ha dependido la investidura de Sánchez como presidente del Gobierno. Una amnistía que, antes de las elecciones del 23J, ministros de Sánchez como Grande-Marlaska y María Jesús Montero, y el propio Sánchez, declararon que consideraban claramente inconstitucional. ¿Se encuentran los socialistas que se oponen a la ley de amnistía enclaustrados tras un muro que les impide saltar a la libertad, como el muro de Berlín no dejaba a los habitantes del Este otra alternativa que jugarse la vida si querían escapar del encierro?
No estuvo afortunado Pedro Sánchez al mentar el muro en la casa que comparte con los comunistas, los de Sumar, aunque haya dejado fuera del confort de los Ministerios y otras prebendas a los cinco diputados también comunistas de Podemos.
Que, no lo dude, cuando comprueben que con él ya no tienen nada que ganar, ni que perder, le dejarán en la estacada, siguiendo la inveterada tradición de traiciones del comunismo.