25 de marzo de 2023

Querido Ramón

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Conocí personalmente al profesor Ramón Tamames hará unos siete años en casa de mis primos Mar Baró y Eduardo Bermúdez, y en sucesivos encuentros pude anudar con él una amistad de la que me siento orgulloso. Mi admiración a Tamames no se centra en su sabiduría como economista, pues mis conocimientos en este campo son muy limitados, sino en su trayectoria vital y, concretamente, en su evolución científica y religiosa, que tiene una espléndida plasmación en su libro Buscando a Dios en el universo. Una cosmovisión sobre el sentido de la vida, publicado en el año 2018. Diez años antes vio la luz mi ensayo Tiempo de respuestas. Sobre el sentido de la vida, en el que trato de responder, desde una perspectiva menos científica que la de Tamames, a las preguntas ¿De dónde venimos, quiénes somos, adónde vamos? que se plantea el sabio humanista y a las que da respuesta con un despliegue de profundos conocimientos de las más variadas disciplinas.

Me enteré por mi primo Eduardo Bermúdez del propósito de Tamames de aceptar la invitación de Santiago Abascal para presentarse como candidato a presidente en la moción de censura que Vox preparaba contra el Gobierno de Pedro Sánchez.

He seguido con profundo interés a través de la televisión el desarrollo de los discursos y las respuestas que comenzaron a las 9:00 de la mañana del pasado martes 21 de marzo y siguieron el miércoles 22.

Me ha sorprendido, en articulistas con cuyas ideas suelo estar de acuerdo, la descalificación de la postura de Tamames, atribuyéndola a su “ego desmedido” y a su deseo de “aprovechar esta oportunidad inesperada para colmar su gigantesca vanidad”, “en su embriaguez de autoestima”.

Ignoran, o pretenden ignorar, los autores de estas valoraciones negativas que Ramón Tamames goza a sus 89 años de un prestigio y de una estima general que la participación en una moción de censura y los focos en el hemiciclo para nada iban a aumentar. Yo, y otros muchos, sí creemos que, como dijo el propio candidato en su discurso inicial, confiaba en que su intervención fuera uno de sus “últimos tributos en pro del futuro de nuestro hermoso país”.

Estoy seguro, querido Ramón, de que éste no será el último tributo que prestes al futuro, y a la concordia, de este hermoso país.

Frente al rifirrafe estéril en que se han convertido los debates en el Parlamento, tu sereno y clásico discurso fue una lección de síntesis, de poner el dedo en la llaga de los defectos y los errores del Gobierno de Sánchez. Hablaste de cosas tangibles, de las carencias de la industria, de la falta de una política del agua, del abandono de la agricultura y de los bosques. Denunciaste el desconocimiento y la adulteración de la historia que suponen la ley de memoria histórica y la ley de memoria democrática: “Hay que conocer la historia mejor y dejársela a los historiadores”, aconsejaste. Y no hablar de la Guerra Civil como un enfrentamiento entre buenos y malos, que crímenes se cometieron en ambos bandos. También acusaste a la Administración del actual Gobierno de notorias deficiencias que hacen prácticamente imposible conseguir una cita en las oficinas de la Seguridad Social.

El tono moderado y respetuoso de que habías hecho gala en todos tus planteamientos se vio alterado por el plúmbeo e interminable discurso de Pedro Sánchez, que se prolongó, entre su respuesta a Santiago Abascal y su réplica a tu discurso, más de hora y media. No me extraña que te sacaran de quicio los 200 folios del “tocho” de Sánchez y protestaras a la presidenta del Congreso, que te negó la posibilidad de interrumpir al presidente del Gobierno, que por lo demás no respondió a tus preguntas. “Tenemos que ser más breves y no repetir argumentos”, fue tu sensato consejo.

Tuviste la elegancia de dar respuesta a los portavoces de las formaciones con representación parlamentaria que, a pesar de que en sus intervenciones del jueves criticaron los múltiples incumplimientos del ejecutivo de Sánchez, anunciaron su voto en contra de la moción. Con sentido común reprochaste a los parlamentarios “dar mítines”. Y, lo que es peor, resucitar las dos Españas.

Al portavoz del PSOE, el exaltado y vociferante Patxi López, le ofreciste con humor una cafinitrina para que no le diera un infarto. Y a Yolanda Díaz, que intentó ¡darte lecciones de economía!, le aconsejaste trabajar más y despachaste su también desmesurado discurso como la presentación de su candidatura en Sumar.

Querido Ramón, tu tono propio de la Real Academia, tu lección magistral desentonó en un Parlamento plagado de insultos y descalificaciones. Y, cuando el presidente del Gobierno toma la palabra, hace uso de su arma más mortífera, que no son los datos que le suministran sus centenares de asesores, sino la estrategia a la que nos tiene acostumbrados desde el confinamiento durante la pandemia: el aburrimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

19 de marzo de 2023

¿Se acabó la pandemia?

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No sabría decir con exactitud cuándo el Gobierno y los medios de comunicación han dejado de informar sobre el estado de la pandemia causada por la covid-19. Pero es un hecho innegable que ya no se nos informa sobre el número de contagios, de fallecimientos, de ingresos en hospitales y en la UCI, causados por el coronavirus en cualquiera de sus variantes. ¿Significa esto que ya podemos dar por superada la pandemia? Pero, si es así, ¿por qué se nos sigue exigiendo el uso de la mascarilla en los centros de salud, en los hospitales y en las clínicas, y, lo que es inexplicable, en las farmacias?

Yo, por si acaso, llevo una o dos mascarillas en los bolsillos de las prendas que suelo usar, para echar mano de ellas si tengo que entrar en alguno de los establecimientos mencionados.

Cuando el uso de la mascarilla dejó recientemente de ser obligatorio en los transportes públicos, ¿dieron las autoridades sanitarias alguna razón de esta no obligatoriedad?

Me barrunto que la ministra de Sanidad, Carolina Darias, a la que no hace tanto tiempo veíamos con frecuencia en la televisión dando datos sobre la evolución de la covid-19, esté ahora más volcada en promocionar su candidatura a la alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria. Pero ¿no hay ningún cargo del Ministerio de Sanidad, ningún experto, que pueda informarnos en la televisión o en otros medios de comunicación sobre el estado de la pandemia? ¿O, definitivamente, debemos dar por vencidos el coronavirus y sus mortíferos efectos? ¿O, como ocurrió en lo más álgido de la covid-19, será que los expertos de los que se jactaban Pedro Sánchez o sus voceros no existen ahora como no existieron entonces?

Observo que, mientras aún hay personas que llevan mascarilla por la calle, casi nadie hace uso del gel hidroalcohólico que hay en la entrada del supermercado y de otros establecimientos, por supuesto de los centros sanitarios, y del que nos decían que era eficaz para eliminar la capa proteínica que recubre y protege al coronavirus.

En nuestra sociedad hiperinformada sólo existe aquello de lo que informan los medios de masas. Y el Gobierno de Pedro Sánchez, que se fijó la transparencia entre sus principales propósitos al emprender la actual legislatura, es uno de los más opacos de toda la historia de la democracia española.

Y, junto a la opacidad, se observa el despliegue interesado y falsario de la propaganda, del relato que camufla y adultera la realidad. Cuando al Gobierno le interesa que deje de hablarse de algún asunto comprometido para su cada vez más dudosa rectitud o competencia, como las funestas consecuencias de la ley del sólo sí es sí, o el caso del Tito Berni, lanza a sus corifeos a propalar otra especie, si es posible contra la oposición. No hay mejor defensa que un ataque. En esta táctica, las sesiones parlamentarias de control al Gobierno se han convertido en control al Partido Popular, a Vox o a Ciudadanos, incluso a Podemos, aunque esté dentro del Gobierno de coalición, si a Pedro Sánchez y al PSOE les conviene cargar contra su aliado de conveniencia.

¿Responderá a una táctica de ocultación la falta de información sobre la pandemia, que hace pensar a muchos que la covid-19 es cosa del pasado? Porque aquello de lo que no se informa no existe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

12 de marzo de 2023

La tilde diacrítica

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Supongo que a una gran mayoría de la población, preocupada por el incremento de los precios de alimentos básicos, de la factura del consumo eléctrico y de los carburantes, la polémica suscitada en la docta casa de la Real Academia Española (RAE) por el uso de la tilde en el adverbio sólo, la habrá dejado indiferente, si es que ha llegado a enterarse.

Creo que fue hace trece años cuando la RAE prescribió suprimir la tilde de sólo cuando equivale a solamente, argumentando que ya el contexto permite al lector deducir si solo es adverbio o adjetivo. Si escribo “Yo solo paseo, no corro”, está claro que solo es solamente, solamente paseo, me limito a pasear.

Pero hay muchos casos en los que por el contexto no se puede saber si solo es adverbio o adjetivo. En la frase “Yo paseo solo”, sin más precisiones, puedo querer decir que paseo sin compañía, o que paseo solamente, sin llegar a correr.

Los defensores del uso de la tilde, llamada diacrítica, es decir, diferenciadora, se basaban, y se basan, en la ambigüedad que pueden suscitar ejemplos como el anterior, o este otro: si alguien pide un café solo –sin tilde–, puede estar pidiendo un café sin leche, o que solo quiere un café y nada más.

En el pleno de los académicos celebrado al pasado jueves 9 de marzo, se llegó al acuerdo de dejar en libertad al usuario en el uso de la tilde de solo cuando equivale a solamente.

Los escritores, al frente de los cuales se situaba Arturo Pérez-Reverte, eran y son partidarios de tildar sólo cuando significa solamente, mientras que los lexicógrafos en general se decantaban por la supresión de dicha tilde.

Yo he defendido, y defiendo, el uso de la tilde en sólo cuando significa solamente, por el riesgo de ambigüedad que su supresión implica, como queda claro en los ejemplos “Paseo solo” y “Un café solo” que antes he utilizado. El contexto no siempre es suficiente para apreciar si solo es adverbio o adjetivo.

Respecto a la tilde en las palabras este, esta, ese, esa, aquel, aquella, cuando son pronombres, para diferenciarlas de los correspondientes adjetivos, opino que su uso tiene un valor sólo gramatical, que no afecta a su significado, el cual sigue siendo el mismo en “Este coche” o “Éste del escaparate”. Los neutros esto, eso y aquello son siempre pronombres, no pueden confundirse con adjetivos: no cabe decir “esto, eso o aquello coche” para significar que está más o menos próximo al hablante.

Hay otros usos de la tilde diacrítica, o diferenciadora, en los que el contexto permitiría suprimirla, por ejemplo ‘te’ pronombre o ‘té’ infusión: “Te veo muy bien”, donde te es pronombre en función de complemento directo, o “Te he comprado té en bolsitas”. Sin embargo, en los casos de ‘té’, como también en ‘dé’ del verbo dar, diferente a ‘de’ preposición, o ‘sé’ del verbo saber, distinto a ‘se’ pronombre, estos monosílabos llevan la tilde, por así decirlo, de fábrica, haya o no riesgo de ambigüedad.

Pero de éstos (con tilde, pronombre) no se han ocupado en esta (sin tilde, adjetivo) ocasión los académicos, sean escritores o lexicógrafos.

 

 

 

 

 

 

 

 

5 de marzo de 2023

De las fuentes del agua a las plantas desaladoras

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El lunes pasado 27 de febrero tuve un extraño sueño. Participaba yo en una expedición científica al norte de la Tierra en busca de las fuentes del agua terrestre. Sí que hallamos loa expedicionarios varias lagunas o manantiales que podrían ser las fuentes que alimentan en nuestro planeta el líquido elemento.

Me pregunté cuál sería la causa que me llevó a soñar con los manaderos del agua de la Tierra. Es verdad que, a menudo, en mis paseos espinariegos, he ido en busca del nacimiento de los ríos o arroyos de la zona, como los Ojos del río Moros, o las fuentes que dan origen al río Gudillos, al Voltoya, al arroyo del Prado Goyato, del Boquerón o de la Mata Roja, entre otros muchos. Pero estas caminatas, que me sirvieron para escribir la guía Paseos y excursiones por El Espinar, están lo bastante alejadas en el tiempo como para ser las causantes de mi sueño.

Después de alguna cavilación, en el mismo duermevela que con frecuencia sigue al episodio onírico, llegué a la conclusión de que este fue provocado por una escena de la película Arabesco que había visto la tarde anterior en la televisión. En un momento del filme, de complicada trama, el primer ministro de un país de Oriente Medio, que se encuentra en Londres para firmar con el Gobierno británico un tratado que aliviara la falta de agua en su desértica nación, pronuncia la siguiente frase: “Yo no puedo decir a mi pueblo que beba petróleo”.

Estas palabras, que para nada forman el núcleo del argumento de la película, me llevaron a formularme toda una serie de preguntas sobre los problemas que el agua, y sobre todo el agua potable, plantea a todo el mundo y, por supuesto, también a España.

Pensé dedicar una entrada de mi blog a esta cuestión, empezando por tratar de averiguar cómo han solucionado países desérticos la falta o escasez de agua dulce.

Google me responde con este aserto referido a los Emiratos Árabes Unidos: la falta de recursos naturales de agua dulce es compensada por las plantas de desalinización.

Lo cual me lleva a buscar información sobre la desalinización y las plantas desaladoras. Según la Wikipedia, “La desalinización es un proceso mediante el cual se elimina la sal del agua de mar o salobre. Las plantas desalinizadoras, también conocidas como desaladoras, son instalaciones industriales destinadas a la desalinización, generalmente del agua de mar o de lagos salados, para obtener agua potable”.

También en internet encuentro un interesante artículo de la Fundación Aquae sobre las plantas desaladoras en España. Cito textualmente la introducción de este artículo: “El agua desalada es uno de los recursos fundamentales para abastecer de agua apta para el consumo humano. A pesar de su elevado coste, en algunas zonas del mundo este sistema se consagra como una de las únicas opciones disponibles”.

Resulta que la desalinización es en España una de las formas más frecuentes de obtención de agua potable. Nuestro país ocupa el cuarto lugar en producción de agua desalada después de Arabia Saudí, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos.

Entonces me pregunto ¿cómo es que España, un país con grandes ríos y reservas de agua subterránea, necesita plantas desaladoras? El artículo de la Fundación Aquae nos da la respuesta: el incremento de la demanda de agua potable en las Islas Canarias, las Baleares y el litoral mediterráneo, no va acompañado por un aumento proporcional de la disponibilidad del bien hídrico.

Otras informaciones que también hallo en internet dan cuenta de los problemas que entraña la desalación del agua de mar, como la contaminación de océanos y mares por los residuos y desechos, sobre todo salinos, que se generan en el proceso de desalinización.

El acceso a este bien indispensable para la vida humana como es el agua dulce o potable entraña otros muchos aspectos y problemas, como son los trasvases de agua de los ríos, las plantas depuradoras de aguas residuales y los embalses. Pero mi sueño me ha llevado a conocer un poco más sobre las plantas desaladoras en nuestro país.