Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Conocí
personalmente al profesor Ramón Tamames hará unos siete años en casa de mis
primos Mar Baró y Eduardo Bermúdez, y en sucesivos encuentros pude anudar con
él una amistad de la que me siento orgulloso. Mi admiración a Tamames no se
centra en su sabiduría como economista, pues mis conocimientos en este campo
son muy limitados, sino en su trayectoria vital y, concretamente, en su
evolución científica y religiosa, que tiene una espléndida plasmación en su
libro Buscando a Dios en el universo. Una
cosmovisión sobre el sentido de la vida, publicado en el año 2018. Diez
años antes vio la luz mi ensayo Tiempo de
respuestas. Sobre el sentido de la vida, en el que trato de responder,
desde una perspectiva menos científica que la de Tamames, a las preguntas ¿De
dónde venimos, quiénes somos, adónde vamos? que se plantea el sabio humanista y
a las que da respuesta con un despliegue de profundos conocimientos de las más
variadas disciplinas.
Me
enteré por mi primo Eduardo Bermúdez del propósito de Tamames de aceptar la
invitación de Santiago Abascal para presentarse como candidato a presidente en
la moción de censura que Vox preparaba contra el Gobierno de Pedro Sánchez.
He
seguido con profundo interés a través de la televisión el desarrollo de los
discursos y las respuestas que comenzaron a las 9:00 de la mañana del pasado
martes 21 de marzo y siguieron el miércoles 22.
Me
ha sorprendido, en articulistas con cuyas ideas suelo estar de acuerdo, la
descalificación de la postura de Tamames, atribuyéndola a su “ego desmedido” y
a su deseo de “aprovechar esta oportunidad inesperada para colmar su gigantesca
vanidad”, “en su embriaguez de autoestima”.
Ignoran,
o pretenden ignorar, los autores de estas valoraciones negativas que Ramón
Tamames goza a sus 89 años de un prestigio y de una estima general que la
participación en una moción de censura y los focos en el hemiciclo para nada
iban a aumentar. Yo, y otros muchos, sí creemos que, como dijo el propio
candidato en su discurso inicial, confiaba en que su intervención fuera uno de
sus “últimos tributos en pro del futuro de nuestro hermoso país”.
Estoy
seguro, querido Ramón, de que éste no será el último tributo que prestes al
futuro, y a la concordia, de este hermoso país.
Frente
al rifirrafe estéril en que se han convertido los debates en el Parlamento, tu
sereno y clásico discurso fue una lección de síntesis, de poner el dedo en la
llaga de los defectos y los errores del Gobierno de Sánchez. Hablaste de cosas
tangibles, de las carencias de la industria, de la falta de una política del
agua, del abandono de la agricultura y de los bosques. Denunciaste el
desconocimiento y la adulteración de la historia que suponen la ley de memoria
histórica y la ley de memoria democrática: “Hay que conocer la historia mejor y
dejársela a los historiadores”, aconsejaste. Y no hablar de la Guerra Civil
como un enfrentamiento entre buenos y malos, que crímenes se cometieron en
ambos bandos. También acusaste a la Administración del actual Gobierno de
notorias deficiencias que hacen prácticamente imposible conseguir una cita en
las oficinas de la Seguridad Social.
El
tono moderado y respetuoso de que habías hecho gala en todos tus planteamientos
se vio alterado por el plúmbeo e interminable discurso de Pedro Sánchez, que se
prolongó, entre su respuesta a Santiago Abascal y su réplica a tu discurso, más
de hora y media. No me extraña que te sacaran de quicio los 200 folios del
“tocho” de Sánchez y protestaras a la presidenta del Congreso, que te negó la
posibilidad de interrumpir al presidente del Gobierno, que por lo demás no
respondió a tus preguntas. “Tenemos que ser más breves y no repetir argumentos”,
fue tu sensato consejo.
Tuviste
la elegancia de dar respuesta a los portavoces de las formaciones con
representación parlamentaria que, a pesar de que en sus intervenciones del
jueves criticaron los múltiples incumplimientos del ejecutivo de Sánchez,
anunciaron su voto en contra de la moción. Con sentido común reprochaste a los
parlamentarios “dar mítines”. Y, lo que es peor, resucitar las dos Españas.
Al
portavoz del PSOE, el exaltado y vociferante Patxi López, le ofreciste con
humor una cafinitrina para que no le diera un infarto. Y a Yolanda Díaz, que
intentó ¡darte lecciones de economía!, le aconsejaste trabajar más y
despachaste su también desmesurado discurso como la presentación de su
candidatura en Sumar.
Querido
Ramón, tu tono propio de la Real Academia, tu lección magistral desentonó en un
Parlamento plagado de insultos y descalificaciones. Y, cuando el presidente del
Gobierno toma la palabra, hace uso de su arma más mortífera, que no son los
datos que le suministran sus centenares de asesores, sino la estrategia a la
que nos tiene acostumbrados desde el confinamiento durante la pandemia: el
aburrimiento.
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