24 de noviembre de 2019

La España vaciada


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Sobre la España vaciada se ha hecho más literatura que política seria y eficaz. Tienen encanto los programas de televisión que nos trasladan a pueblos pintorescos con escasos habitantes, o las fotografías, por ejemplo, de José Manuel Navia, en las que retrata a los supervivientes ancianos del mundo rural.
No creo que la plataforma “Teruel existe”, con su flamante diputado conseguido en las últimas elecciones generales, tenga más éxito que otras iniciativas para rescatar del olvido a regiones enteras de la España campesina.
Los gobernantes y los políticos solo prestan atención a este grave problema en las campañas electorales y, aun en las mismas, de manera tangencial, pensando más en obtener votos en determinadas circunscripciones que en resolver las carencias de los pueblos que se despueblan.
La primera reflexión que quiero consignar no puede por menos de ser pesimista: para muchos pueblos vaciados ya no hay solución posible. Y ello por varias razones.
Por debajo de una cifra de habitantes, que los sociólogos y los economistas no se ponen de acuerdo en concretar, la despoblación no tiene marcha atrás. No pueden retener o atraer población aldeas que carecen de los mínimos servicios para poder llevar en ellas una vida medianamente aceptable. No hay escuelas porque no hay niños. No hay tiendas porque no hay quien compre. Y, lo más importante, no hay puestos de trabajo.
La falta de posibilidades laborales fue, y sigue siendo, la principal causa por la que los jóvenes en edad de trabajar abandonaron y abandonan sus lugares de nacimiento para emigrar a otros pueblos mayores o a las ciudades. Como también dejaron y dejan sus localidades natales para poder acceder a una educación superior. Una vez conseguido un título universitario, no regresaron ni regresan a su pueblo de origen porque en él no pueden desarrollar su carrera.
El fenómeno de la migración interior de un país a las ciudades no es exclusivo de España, se ha dado y se da en todo el mundo. Criticamos, y con razón, la vida urbana, sus aglomeraciones, su tráfico, su contaminación, su ruido, la dificultad de encontrar una vivienda digna a un precio razonable… Pero la gran urbe ofrece a sus moradores una serie de posibilidades de educación, de ocio, culturales, teatro, cine, museos, impensables en un pueblo, incluso en ciudades pequeñas.
Todas estas causas de la despoblación de los núcleos rurales son, si quieren, verdades de Perogrullo, pero que conviene que los gobernantes tengan presentes a la hora de arbitrar medidas y destinar fondos económicos para las zonas afectadas por la despoblación.
Me “plagiaré” a mí mismo para poner una nota optimista en este sombrío panorama. En el Prólogo a mi libro Apuntes al oeste de Guadarrama, publicado en el año 2006 por Segovia Sur, Asociación para el Desarrollo Rural de Segovia Sur, escribía yo: “(…) junto a este flujo migratorio, está apuntando otro, aún tímido y modesto, que lleva a determinadas personas a regresar a los pueblos que abandonaron y fijar su residencia en ellos. Hablo, sobre todo, y por conocimiento de causa, de los jubilados que, libres ya de la necesidad de desempeñar un trabajo, deciden instalarse en el lugar en el que nacieron o, como es mi caso, en el que veranearon durante años. (…) Todos ellos buscan, buscamos, muy principalmente resarcirnos de labores ingratas, del agobio de horarios interminables, y hallar tiempo libre para dedicarnos a lo que nos gusta: leer, escribir, oír música, pasear, jugar al mus o a la petanca, conversar con los amigos y la familia… (…) Y todo ello en un ambiente más natural, más próximo al campo, a los montes, los valles, los ríos y arroyos que rara vez pueden contemplarse en las ciudades”. Se me objetará que si quiero añadir más viejos a una población residual y envejecida como la que queda en muchos pueblos. Bien, por algo se empieza. Tengo entendido que ciertas ayudas y subvenciones se conceden a los ayuntamientos en función del número de habitantes, independientemente de la edad de los mismos.
Otro fenómeno alentador es el de artistas, artesanos, escritores, restauradores, hosteleros y otros profesionales que vuelven a los pueblos, o se afincan en ellos, para realizar trabajos que pueden llevar a cabo desde casa, o para abrir negocios como autónomos. Negocios que traen clientes y otros negocios. En vez de crear nuevas e impersonales urbanizaciones, aprovechar las viviendas ya construidas es un medio más racional de vivir en un medio campestre.
Con ello defiendo una vez más la iniciativa privada. Si a ella se añaden otras medidas de carácter público, como pueden ser la creación de polígonos industriales y planes de desarrollo, se lograrán éxitos como el de Arteixo, municipio coruñés que, gracias a contar con la sede de la firma textil Inditex y con otras 584 empresas, ha ganado en los últimos cuatro años casi mil habitantes hasta alcanzar los 31.917 en 2018 y ha tenido en 2017 unas ventas de más de 24 mil millones de euros.
Luego vendrá Pablo Iglesias a criticar los gestos filantrópicos de Amancio Ortega.

17 de noviembre de 2019

El pueblo nunca se equivoca


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Insistir en las múltiples incoherencias de Pedro Sánchez es tarea inútil. No hace falta recurrir a las hemerotecas para poner de manifiesto que la palabra del aún presidente en funciones del Gobierno de “este país”, antes España, no vale nada.
Más que enumerar las innumerables veces que Sánchez ha incumplido sus promesas habría que consignar los muy escasos cumplimientos que jalonan su trayectoria política. Y aun esos casos, como puede ser la exhumación de los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos y su posterior inhumación en el panteón familiar de Mingorrubio, hechos ciertamente prometidos por Sánchez, se han visto acompañados de flagrantes transgresiones de sus mismos compromisos. Por boca de la inefable vicepresidenta en funciones Carmen Calvo y de otros miembros del Gobierno asimismo en funciones se había asegurado que la operación de desenterrar al que fuera jefe del Estado se llevaría a cabo con total discreción. Pues bien, solo les faltó llevar una banda de música y lanzar cohetes y salvas para que las más de cuarenta cámaras de televisión retransmitieran en directo y en las horas de mayor audiencia la lúgubre ceremonia. El NO-DO de la época franquista se habría quedado en aprendiz de propaganda comparado con tamaña exhibición a mayor gloria de un personaje tan engreído como Pedro Sánchez. Que, además, ateniéndonos a sus propias declaraciones, no sería un presidente democráticamente elegido, puesto que, hasta consumado el desentierro de Franco, España no era una democracia plena.
Y, ya en el colmo de la estupidez e ignorancia históricas, declaró Sánchez solemnemente que él no reconocía a Francisco Franco como jefe del Estado. A mí no me gustan ni Lenin, ni Stalin, ni Mao Tse-Tung, ni Ho Chi Minh, ni Fidel Castro, ni Hugo Chávez, ni tantos otros gobernantes más totalitarios y mucho más funestos para sus pueblos que Franco, y no por ello niego su perniciosa realidad histórica.
Pero he afirmado al comienzo de este artículo que es inútil insistir en la absoluta falta de palabra de Sánchez. Porque, a pesar de todos los pesares, a pesar de que en las elecciones generales del pasado 10 de noviembre ha perdido 3 escaños y más de 760.000 votos con respecto a los comicios del 28 de abril, lo cierto es que ha conseguido 120 escaños y 6.752.983 votos, ganando las elecciones.
Lo que a mí me llama la atención no es que el secretario general del PSOE haya perdido apoyos entre los votantes, sino que después de sus 17 meses de desgobierno y de las incontables muestras de su ineptitud y absoluta falta de ética siga contando con más de 6.750.000 electores.
A algunos de estos votantes socialistas yo les conozco, incluso unos cuantos son amigos míos. Estoy convencido de que son buenas personas e inteligentes. ¿Seré yo el que está equivocado al rechazar la candidatura de Pedro Sánchez? Aunque tampoco comulgo con todas las propuestas de ningún otro partido. Me decantaría por seleccionar de cada formación política algunas medidas de sus programas. Pero, en conjunto, no me convence ningún partido.
¿Ha cambiado tanto Pedro Sánchez desde que en octubre de 2016 fuera expulsado de la Secretaría General del PSOE por su propia ejecutiva? Hoy esos mismos “barones” –siempre me ha chirriado esta denominación en un partido que se declara “socialista” y “obrero”– que le defenestraron guardan en público un absoluto silencio. ¡Lo que une el poder!
También se ha recalcado que Unidas Podemos ha perdido en las últimas elecciones generales más de 630.000 votos con respecto a las del 28 de abril, y que su máximo de votantes estuvo en 5.185.778 en las elecciones de 2015. Pero de nuevo en este caso lo que a mí me extraña es que siga conservando más de 3 millones de votantes.
O sea que, sumando los votos cosechados el 10 de noviembre de 1019 por el PSOE y Unidas Podemos, los dos protagonistas del preacuerdo firmado la misma noche electoral, da un total de 9.850.000, en números redondos, partidarios de un gobierno de las llamadas izquierdas. Oiga, que son muchos millones los ciudadanos que ven con buenos ojos que siga al frente del Gobierno de “este país”, antes España, un individuo como el plagiario Pedro Sánchez, de cuya palabra no se fía ni su futuro aliado y previsible vicepresidente.
He defendido en público y en privado la bondad de mis conciudadanos. Y no me considero ni mejor ni más inteligente que la mayoría de ellos. Pero también he sostenido, frente al infundado aserto de que “el pueblo nunca se equivoca”, que el pueblo a lo largo de la historia y en numerosas ocasiones se ha equivocado eligiendo a líderes que han sembrado el caos y cometido atroces genocidios en sus países y en extensas regiones del mundo. No sostengo que el futuro gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias vaya a llegar a estos extremos. Pero no olvidemos que Pablo Iglesias sigue defendiendo los principios del comunismo y a aquellos regímenes como los de Maduro y Evo Morales que lo único que traen a sus pueblos es pobreza y falta de libertad.

10 de noviembre de 2019

Afán regulador


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

El afán de nuestros gobernantes por regularlo todo se basa en un supuesto que, en mayor o menor medida, comparten los líderes políticos, sean de una u otra tendencia, y que puede enunciarse del siguiente modo: el individuo es malo, débil o ignorante, o las tres cosas a la vez, y los representantes del Estado tienen la obligación de guiarle y enseñarle.
De ahí surge el cúmulo de leyes, normas, preceptos, medidas, imposiciones y prohibiciones que pesan sobre las personas individuales, limitando e incluso eliminando su libertad.
La pulsión reguladora se da más en los gobiernos socialistas de izquierdas, llegando a su extremo en los regímenes comunistas, pero no está ausente en los conservadores de derechas, y solo se libran de ella los liberales, de acuerdo con el principio “laissez faire, laissez passer”, en francés “dejad hacer, dejad pasar”, que ya enunciara en el siglo XVIII el fisiócrata Vincent de Gourmay contra el intervencionismo del gobierno en la economía.
De este modo, la iniciativa privada debe ceder ante las regulaciones estatales en prácticamente todos los campos, en la educación, en la sanidad, en la economía, en el comercio, en la cultura y, lo que es más peligroso, hasta en el pensamiento individual.
El filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) propuso en sus escritos el contrato social, pacto entre el pueblo y el Estado que da origen a la sociedad política. Según este acuerdo, el ciudadano renuncia a sus derechos naturales en favor del Estado, que a su vez asume la obligación de mantener la igualdad y la libertad, protegiendo al conjunto del pueblo de los intereses de los individuos y de las minorías.
Así, pues, las leyes y el Estado de derecho son necesarios para salvaguardar la sociedad, la convivencia de los ciudadanos y el orden público.
Pero siempre ha habido, y espero que siga habiendo, controles y cortapisas por parte del pueblo soberano al despotismo estatal, despotismo que defendiera, por ejemplo, el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra de 1651 Leviatán.
Dos casos actuales de imposiciones gubernamentales son la Ley de Memoria Histórica y las listas de terapias prohibidas por el Ministerio de Sanidad.
Según la Ley de Memoria Histórica hemos de aceptar una determinada visión de la historia, en muchos aspectos viciada por un enfoque y una interpretación tendenciosos, incurriendo en penas y sanciones si sostenemos en público versiones distintas.
En cuanto a las prohibiciones del Ministerio de Sanidad, me han llamado la atención, entre las 73 promulgadas, el “tantra”, el “masaje en la energía de los chakras”, los “cuencos tibetanos”, la “medicina antroposófica” y la “pranoterapia”, prácticas sanadoras que gozan de un prestigio y una experiencia ancestrales en culturas orientales milenarias como la india.
Incluso el yoga, hoy muy difundido en muchos países occidentales con innegables beneficios para quienes ejercitan alguna de sus variedades, está siendo sometido a escrutinio entre otras 66 prácticas, según los comunicados del Ministerio de Sanidad.
Que no se ofrezcan estos y otros tratamientos de reconocida eficacia en los centros sanitarios públicos tendría una cierta justificación, pero ¿que se nos prohíba practicarlos a los particulares y se persiga a quienes los ofrecen…?
Frente a la ley de la oferta y la demanda que rige en el mercado, hay representantes de partidos políticos que proponen, por ejemplo, como solución a la dificultad o imposibilidad de muchos ciudadanos de acceder a una vivienda digna, limitar por ley los precios de los alquileres, cuando sería mucho más eficaz sacar al mercado más suelo edificable y más casas de protección oficial.
Entre las posibilidades que tienen los pueblos de hacer frente a las imposiciones y al intervencionismo de los gobiernos en nombre del Estado están el derecho de manifestación, la libertad de expresión y de prensa, e incluso si se entienden y practican correctamente, las mociones de confianza y de censura, reconocidas en nuestra Constitución.
Y, en los sistemas democráticos, siempre pueden los ciudadanos mediante su voto cambiar un gobierno injusto o inepto por otro que defienda sus intereses y sus libertades.
Esta posibilidad es la que el pueblo español va a ejercitar mañana 10 de noviembre en las elecciones generales.
Somos los españoles muy dados a quejarnos de los gobiernos de turno, sobre todo si no son de la ideología que nosotros profesamos, y criticarlos cuando no ofrecen soluciones a los problemas cotidianos que no está en nuestras manos resolver. Aprovechemos la ocasión que nos brindan las urnas de cambiar las cosas.

4 de noviembre de 2019

Al margen de la ruidosa actualidad


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Estamos tan absorbidos por las noticias con que a diario nos bombardean los medios de comunicación, y muy en especial las televisiones, que descuidamos, o al menos yo descuido, el devenir que afecta a familiares y amigos.
En la pasada festividad de la Virgen del Pilar, mi prima Pilar Pérez-Soba nos invitó a mi mujer y a mí a una merienda en su casa. Hacía bastante tiempo que no nos reuníamos para conversar tranquilamente.
Sí, los cumpleaños y los santos son ocasiones propicias para ponernos al día de los aconteceres que jalonan las vidas de los seres queridos. Hay quienes cultivan estas efemérides e invitan a sus allegados a compartir encuentros, a los que algunas veces, por distintas circunstancias, no podemos asistir.
Pues bien, estábamos en casa de mi prima Pilar, con sus hijas Nana y María José, con Menchu, cuñada de Pilar, y su hija Inés. La conversación se remontaba a recuerdos del pasado, unos felices y otros dolorosos. Inevitablemente, dadas las calendas en las que nos movemos los mayores de la reunión, hacen acto de presencia los muertos.
A Jesús Díez del Corral, marido de Pilar, amén de por sus muchos logros profesionales en el campo del Derecho, le evocamos como campeón de España de ajedrez y contemplamos una foto en la que aparece con el ajedrecista campeón del mundo Anatoli Kárpov.
Menchu es viuda de Nando, hermano de Pilar, persona de gran simpatía y sentido del humor, muy querido por mí y por mi fallecida primera mujer Ana, con la que Nando jugaba de igual a igual a pesar de la diferencia de edad que los separaba.
De los tiempos pretéritos pasamos a los presentes, igualmente divididos en alegres y penosos. Me intereso por las dos hijas de Pilar, que desde hace años residen en Santiago de Chile, casadas las dos con sendos chilenos. Al bautizo de Ignacio, hijo mayor de Pilar hija, tuve yo ocasión de asistir hace 26 años, claro la edad del hoy arquitecto y con trabajo en su profesión. Ignoraba yo que Pilar hija y Gastón se habían separado, a pesar de ser los dos personas comprometidas con las causas de los pobres y oprimidos, y que habían compartido experiencias salvadoras en El Salvador con mi hermano Nacho, jesuita vilmente asesinado juntamente con cinco compañeros y dos asistentas en la Universidad Centroamericana por militares que obedecían órdenes de las más altas e indignas autoridades de la nación.
No podemos por menos de traer a colación las protestas civiles de los chilenos contra el presidente Piñera y las injustas desigualdades que se viven en ese país, al que en España muchos creíamos modelo de justicia y bienestar social. Pilar hija y sus hijos toman parte activamente en tales protestas.
También reside y trabaja en un país extranjero, en este caso Japón, Pablo, hijo de Pilar, casado con una japonesa adorable. Recientemente han tenido que abandonar de modo provisional con sus hijos su casa a causa de las inundaciones provocadas por el tifón Hagibis.
Nana y María José me toman el pelo porque el año pasado acudimos a la celebración del cumpleaños de su madre… con un día de retraso.
Una hija de Menchu, Marta, está casada con un holandés y ambos viven y trabajan en los Países Bajos, denominación que el gobierno de este país trata de que prevalezca sobre la de Holanda. Marta está embarcada en un proyecto de investigación de la Unión Europea y tiene que desplazarse a una ciudad de Italia, de cuyo nombre no puedo acordarme. Como en este momento tampoco soy capaz de consignar los nombres y las edades de los hijos de Marta, a pesar de haber coincidido con ellos en alguna ocasión en la residencia de Menchu en El Escorial.
No me olvido de Inés, valiosa profesora de Economía a caballo entre Madrid y Zaragoza. Uno de los sacerdotes que ofician en nuestra parroquia de San Juan Evangelista sirvió de guía en una visita que un grupo en el que iba Inés hizo a Tierra Santa.
Me da inmensa pena no poder abarcar en mi memoria el amplio abanico de parientes, de sus nombres y de sus vidas. Y estoy hablando tan solo de los descendientes de mis abuelos maternos Fernando Baró y Luisa Morón. Los dieciocho primos nos reunimos en las bodas de oro de papa Fernando y mama Luisa, como llaman a los abuelos en Andalucía. Con la familia de mi madre, Alicia Baró, hemos tenido más trato que con la familia de mi padre, Francisco Javier Martín Abril.
En el duermevela de mis amaneceres, cuando a menudo rescato del olvido nombres y figuras que durante el día se me resisten, rememoro cuántos hijos tuvieron las hermanas y el hermano de mi madre y cómo se llaman los que viven o llamaron los que murieron. Si de los hijos desciendo a los nietos, o sea los bisnietos de mis abuelos, ya la tarea se torna prácticamente inabordable.
Me hago el propósito de estar más atento, al margen de la ruidosa actualidad, a los gozos y las sombras de mis familiares y amigos.