Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Sobre la España vaciada se ha hecho más literatura que
política seria y eficaz. Tienen encanto los programas de televisión que nos trasladan
a pueblos pintorescos con escasos habitantes, o las fotografías, por ejemplo,
de José Manuel Navia, en las que retrata a los supervivientes ancianos del
mundo rural.
No creo que la plataforma “Teruel existe”, con su flamante diputado
conseguido en las últimas elecciones generales, tenga más éxito que otras
iniciativas para rescatar del olvido a regiones enteras de la España campesina.
Los gobernantes y los políticos solo prestan atención a este
grave problema en las campañas electorales y, aun en las mismas, de manera
tangencial, pensando más en obtener votos en determinadas circunscripciones que
en resolver las carencias de los pueblos que se despueblan.
La primera reflexión que quiero consignar no puede por menos
de ser pesimista: para muchos pueblos vaciados ya no hay solución posible. Y
ello por varias razones.
Por debajo de una cifra de habitantes, que los sociólogos y
los economistas no se ponen de acuerdo en concretar, la despoblación no tiene
marcha atrás. No pueden retener o atraer población aldeas que carecen de los
mínimos servicios para poder llevar en ellas una vida medianamente aceptable.
No hay escuelas porque no hay niños. No hay tiendas porque no hay quien compre.
Y, lo más importante, no hay puestos de trabajo.
La falta de posibilidades laborales fue, y sigue siendo, la
principal causa por la que los jóvenes en edad de trabajar abandonaron y
abandonan sus lugares de nacimiento para emigrar a otros pueblos mayores o a
las ciudades. Como también dejaron y dejan sus localidades natales para poder
acceder a una educación superior. Una vez conseguido un título universitario,
no regresaron ni regresan a su pueblo de origen porque en él no pueden
desarrollar su carrera.
El fenómeno de la migración interior de un país a las
ciudades no es exclusivo de España, se ha dado y se da en todo el mundo. Criticamos,
y con razón, la vida urbana, sus aglomeraciones, su tráfico, su contaminación,
su ruido, la dificultad de encontrar una vivienda digna a un precio razonable…
Pero la gran urbe ofrece a sus moradores una serie de posibilidades de
educación, de ocio, culturales, teatro, cine, museos, impensables en un pueblo,
incluso en ciudades pequeñas.
Todas estas causas de la despoblación de los núcleos rurales
son, si quieren, verdades de Perogrullo, pero que conviene que los gobernantes
tengan presentes a la hora de arbitrar medidas y destinar fondos económicos
para las zonas afectadas por la despoblación.
Me “plagiaré” a mí mismo para poner una nota optimista en
este sombrío panorama. En el Prólogo a mi libro Apuntes al oeste de
Guadarrama, publicado en el año 2006 por Segovia Sur, Asociación para el
Desarrollo Rural de Segovia Sur, escribía yo: “(…) junto a este flujo
migratorio, está apuntando otro, aún tímido y modesto, que lleva a determinadas
personas a regresar a los pueblos que abandonaron y fijar su residencia en
ellos. Hablo, sobre todo, y por conocimiento de causa, de los jubilados que,
libres ya de la necesidad de desempeñar un trabajo, deciden instalarse en el
lugar en el que nacieron o, como es mi caso, en el que veranearon durante años.
(…) Todos ellos buscan, buscamos, muy principalmente resarcirnos de labores
ingratas, del agobio de horarios interminables, y hallar tiempo libre para
dedicarnos a lo que nos gusta: leer, escribir, oír música, pasear, jugar al mus
o a la petanca, conversar con los amigos y la familia… (…) Y todo ello en un
ambiente más natural, más próximo al campo, a los montes, los valles, los ríos
y arroyos que rara vez pueden contemplarse en las ciudades”. Se me objetará que
si quiero añadir más viejos a una población residual y envejecida como la que
queda en muchos pueblos. Bien, por algo se empieza. Tengo entendido que ciertas
ayudas y subvenciones se conceden a los ayuntamientos en función del número de
habitantes, independientemente de la edad de los mismos.
Otro fenómeno alentador es el de artistas, artesanos, escritores,
restauradores, hosteleros y otros profesionales que vuelven a los pueblos, o se
afincan en ellos, para realizar trabajos que pueden llevar a cabo desde casa, o
para abrir negocios como autónomos. Negocios que traen clientes y otros
negocios. En vez de crear nuevas e impersonales urbanizaciones, aprovechar las
viviendas ya construidas es un medio más racional de vivir en un medio
campestre.
Con ello defiendo una vez más la iniciativa privada. Si a
ella se añaden otras medidas de carácter público, como pueden ser la creación
de polígonos industriales y planes de desarrollo, se lograrán éxitos como el de
Arteixo, municipio coruñés que, gracias a contar con la sede de la firma textil
Inditex y con otras 584 empresas, ha ganado en los últimos cuatro años casi mil
habitantes hasta alcanzar los 31.917 en 2018 y ha tenido en 2017 unas ventas de
más de 24 mil millones de euros.
Luego vendrá Pablo Iglesias a criticar los gestos
filantrópicos de Amancio Ortega.