Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Lorena
trabaja de camarera en la cafetería de nuestro barrio madrileño donde mi mujer
y yo solemos merendar a media tarde. A esas horas, la mayor parte de los días
está sola, pero se las arregla de maravilla de manera que, al poco de entrar en
el local, ya tenemos servido lo que vamos a tomar. Y como nos ha visto
pelearnos con los envases de mantequilla tan difíciles de abrir, los trae a la
mesa con la tapa medio levantada.
En
alguna ocasión he escrito sobre la dificultad que entrañan los cierres de los
envases con que se comercializan alimentos y productos de todo tipo, incluidos
los medicamentos. Cuando has quitado una envoltura de plástico, te encuentras
con otra tapa. A menudo tienes que recurrir a unas tijeras u otro instrumento
para acceder al contenido en cuestión.
Perdón
por el excurso. Estaba elogiando la eficacia de Lorena, que además es guapa y
simpática. Como sé que nació en Ecuador, le pregunto si el terremoto que ha
sacudido recientemente la zona costera de su país natal ha afectado a algún
familiar suyo. Me dice que los efectos del seísmo han alcanzado la casa de su
abuela, situada en el interior del país.
Orquídea
es también camarera en otra cafetería del barrio, que frecuentamos menos. Dice
mi mujer que esta parte de nuestra calle se ha convertido en un centro de
restauración muy animado y lleno de terrazas. Volviendo a Orquídea, a nuestra
pregunta sobre su procedencia nos contesta que es dominicana. Se ríe cuando yo,
extrañado, le pido que me aclare si su nombre es el mismo que el de la exótica
flor. Después me he quedado pensando en los nombres de flores que lo son
también de mujeres. Me vienen a la memoria los de Rosa, Violeta, Margarita,
Hortensia, Amapola, Azucena, Jacinta, Verónica…
De
nuevo me excuso por la digresión. Adonde quiero ir a parar es a la mayor
facilidad que tienen los inmigrantes hispanoamericanos para encontrar trabajo
en España debido a la lengua que compartimos.
Mientras
que la tercera protagonista de esta entrada de mi blog, Helen, oriunda de
Nigeria, se enfrenta a la dificultad del idioma. “Nigeria, no trabajo “, me
dijo cuando yo le pregunté por qué había venido a España. Pues, hasta la fecha,
tampoco lo ha encontrado en nuestro país. Como llevaba un par de semanas sin
estar pidiendo limosna a la entrada de Supercor, pensé que e nuevo había estado
hospitalizada por la gripe o sus problemas de tendinitis. Pues no. Ha hecho un
curso de limpieza de jardines y la han apuntado para llamarla cuando haya una
posibilidad de trabajar. Esto si le he entendido dado su deficiente castellano.
Otra
pobre, que a veces ocupa el puesto de Helen delante del supermercado, a mi
pregunta por su país de procedencia, me contesta que “Bulgaria”. No le he
sacado otra palabra en español.
Una
rumana, a la que también había dado un par de euros de limosna, me pidió en una
ocasión que le pagara el billete de vuelta a su país. Le di 10 euros, más por
tranquilizar mi conciencia que por contribuir al pago de su viaje.
En
el barrio madrileño en el que actualmente paso más tiempo que en El Espinar,
veo a numerosas mujeres de aspecto hispanoamericano que acompañan a personas
mayores. Otra buena oportunidad de ganarse la vida ayudando a quien necesita
ayuda.
Y
no me digan que las camareras, las asistentas y estas acompañantes de gente
mayor con dificultades para andar quitan puestos de trabajo a las españolas.
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