Las palabras y la vida
Alberto
Martín Baró
Mi
contacto personal con Antonio Fraguas se remonta a la década de los cincuenta
del siglo pasado en los veranos de El Espinar. Cuando este pueblo de la sierra
de Guadarrama era para mí, chico de ciudad, la quintaesencia de la vida en el
campo. Cuando su paisaje, sus prados, sus montes y sus gentes, se adentraron de
tal manera en mi alma que desde entonces han formado parte inseparable de mi
manera de pensar, de sentir y de ser.
Yo
era algo más de dos años mayor que Antonio. Y sigo siéndolo, claro, aunque su
reloj terrenal se haya detenido el 22 de febrero de 2018. Dos años en la
adolescencia representan una gran diferencia temporal y podían marcar
distancias que, después, con el transcurso del tiempo se van acortando.
Contemplo
en blanco y negro unas fotos en las que, correría ya la década de los sesenta,
aparecemos en la Peña del Coche Antonio, la que años más tarde sería su mujer,
Pilar Garrido, mi hermano Carlos, mis hoy consuegros Fernando Matute y Chari
Baena, y yo.
Antonio
era coetáneo de Nacho, mi otro hermano menor, nacidos ambos en 1942. Y siempre
conservó el recuerdo de los juegos y diversiones que los dos compartieron en
los veraneos espinariegos.
“Nacho
era muy divertido, muy ‘echao p’alante’ y muy inteligente. Además tenía una
especial habilidad en torcerse los tobillos al hacer ‘saltos gimnásticos en
pradera’, modalidad no olímpica que nosotros inventamos entre chotos y vacas”,
declararía Antonio en una entrevista que le hizo en noviembre de 2009 la
periodista Teresa Lapuerta, con ocasión del vigésimo aniversario de la matanza en
El Salvador de los seis jesuitas de la Universidad Centroamericana entre los
que se encontraba mi hermano Nacho.
Un
día después de su muerte, Antonio Fraguas, ya devenido en Forges, publicaba una
viñeta transida de emoción, en la que se leía: “Ignacio Martín Baró. Jesuita
español, asesinado a los 47 años en El Salvador por dedicar su vida a los
pobres y a los humildes. El sacrificio de tu vida es el ejemplo para los de tu
generación sumidos en el poder y el bienestar olvidándose de la justicia
social”.
También
dibujó Forges una caricatura de la cara de un Nacho niño para el colegio de
Valladolid que lleva su nombre: Ignacio Martín Baró.
Me
sirve esta vinculación de Forges con mi hermano para resaltar una de las
cualidades que más me han impresionado a lo largo de toda la carrera de este
grandísimo humorista gráfico: su capacidad para entablar estrechas relaciones
de amistad con innumerables personas de toda condición. Un ejemplo cercano de
integrante de esta red de amigos es mi querido colega Juan Andrés Saiz Garrido,
quien dedica a Toño una preciosa semblanza en El Adelantado del pasado día 24.
Pegada
a la puerta del frigorífico en la casa madrileña de mi mujer hay una
felicitación de Forges que, en una cartela sostenida por un ángel, reza así:
“Paz en la Tierra a las Anas Lamelas de excelente voluntad. Feliz 2013 y
sucesivos. Pilar y Antonio. ¡Afirmo!”. Ana Lamelas es hermana de Angelina, mi
mujer, y durante años colaboró en la organización de Mesas Redondas en el
Colegio Mayor Alcor: en la de Humoristas participó con su habitual entrega y
entusiasmo Forges.
A
pesar de ejercer con valentía la denuncia social y la crítica a políticos y
otros profesionales de conductas poco éticas, Forges nunca se granjeó enemigos
ni dejó que su lucha por la justicia degenerara en amarga violencia.
Mi
primo Carlos Baró, también amigo de Antonio desde la adolescencia, le decía:
“Antonio, pero ¿adónde vas con esos dibujos?”. No tuvo buen ojo mi primo,
mientras que sí supo apreciar el valor de esas figuras extravagantes, acompañadas
de originales textos, ricos en juegos y creaciones de palabras, el periodista
Jesús Hermida, quien lanzó la carrera de Forges ayudándole a publicar en 1964
en el diario “Pueblo” su primera viñeta. Desde entonces, juntamente con
Mingote, sus chistes han marcado con su impronta la labor de cuantos en España
se han dedicado al humor gráfico.
He
despedido a Antonio Fraguas en el tanatorio de la M-30, abrazando a su hermano
José María, “Pirracas”, y a su viuda Pilar. En la mañana del 22 de febrero me
llega por whatsapp el dibujo de Forges con la imagen de la iglesia de San
Eutropio y el siguiente dialoguillo: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida
espero… ¡Que en El espinar me quedo! Sí. Pues eso”. Y abajo, como colofón del
cartel: “Vivir (¡y respirar!) sólo en EL ESPINAR”.
Yo,
desde el año 2002, he seguido el consejo de Forges y me “he quedado” a vivir ¡y
respirar! en El Espinar. ¡Afirmo!
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