4 de marzo de 2018

¡Afirmo!


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Mi contacto personal con Antonio Fraguas se remonta a la década de los cincuenta del siglo pasado en los veranos de El Espinar. Cuando este pueblo de la sierra de Guadarrama era para mí, chico de ciudad, la quintaesencia de la vida en el campo. Cuando su paisaje, sus prados, sus montes y sus gentes, se adentraron de tal manera en mi alma que desde entonces han formado parte inseparable de mi manera de pensar, de sentir y de ser.
Yo era algo más de dos años mayor que Antonio. Y sigo siéndolo, claro, aunque su reloj terrenal se haya detenido el 22 de febrero de 2018. Dos años en la adolescencia representan una gran diferencia temporal y podían marcar distancias que, después, con el transcurso del tiempo se van acortando.
Contemplo en blanco y negro unas fotos en las que, correría ya la década de los sesenta, aparecemos en la Peña del Coche Antonio, la que años más tarde sería su mujer, Pilar Garrido, mi hermano Carlos, mis hoy consuegros Fernando Matute y Chari Baena, y yo.
Antonio era coetáneo de Nacho, mi otro hermano menor, nacidos ambos en 1942. Y siempre conservó el recuerdo de los juegos y diversiones que los dos compartieron en los veraneos espinariegos.
“Nacho era muy divertido, muy ‘echao p’alante’ y muy inteligente. Además tenía una especial habilidad en torcerse los tobillos al hacer ‘saltos gimnásticos en pradera’, modalidad no olímpica que nosotros inventamos entre chotos y vacas”, declararía Antonio en una entrevista que le hizo en noviembre de 2009 la periodista Teresa Lapuerta, con ocasión del vigésimo aniversario de la matanza en El Salvador de los seis jesuitas de la Universidad Centroamericana entre los que se encontraba mi hermano Nacho.
Un día después de su muerte, Antonio Fraguas, ya devenido en Forges, publicaba una viñeta transida de emoción, en la que se leía: “Ignacio Martín Baró. Jesuita español, asesinado a los 47 años en El Salvador por dedicar su vida a los pobres y a los humildes. El sacrificio de tu vida es el ejemplo para los de tu generación sumidos en el poder y el bienestar olvidándose de la justicia social”.
También dibujó Forges una caricatura de la cara de un Nacho niño para el colegio de Valladolid que lleva su nombre: Ignacio Martín Baró.
Me sirve esta vinculación de Forges con mi hermano para resaltar una de las cualidades que más me han impresionado a lo largo de toda la carrera de este grandísimo humorista gráfico: su capacidad para entablar estrechas relaciones de amistad con innumerables personas de toda condición. Un ejemplo cercano de integrante de esta red de amigos es mi querido colega Juan Andrés Saiz Garrido, quien dedica a Toño una preciosa semblanza en El Adelantado del pasado día 24.
Pegada a la puerta del frigorífico en la casa madrileña de mi mujer hay una felicitación de Forges que, en una cartela sostenida por un ángel, reza así: “Paz en la Tierra a las Anas Lamelas de excelente voluntad. Feliz 2013 y sucesivos. Pilar y Antonio. ¡Afirmo!”. Ana Lamelas es hermana de Angelina, mi mujer, y durante años colaboró en la organización de Mesas Redondas en el Colegio Mayor Alcor: en la de Humoristas participó con su habitual entrega y entusiasmo Forges.
A pesar de ejercer con valentía la denuncia social y la crítica a políticos y otros profesionales de conductas poco éticas, Forges nunca se granjeó enemigos ni dejó que su lucha por la justicia degenerara en amarga violencia.
Mi primo Carlos Baró, también amigo de Antonio desde la adolescencia, le decía: “Antonio, pero ¿adónde vas con esos dibujos?”. No tuvo buen ojo mi primo, mientras que sí supo apreciar el valor de esas figuras extravagantes, acompañadas de originales textos, ricos en juegos y creaciones de palabras, el periodista Jesús Hermida, quien lanzó la carrera de Forges ayudándole a publicar en 1964 en el diario “Pueblo” su primera viñeta. Desde entonces, juntamente con Mingote, sus chistes han marcado con su impronta la labor de cuantos en España se han dedicado al humor gráfico.
He despedido a Antonio Fraguas en el tanatorio de la M-30, abrazando a su hermano José María, “Pirracas”, y a su viuda Pilar. En la mañana del 22 de febrero me llega por whatsapp el dibujo de Forges con la imagen de la iglesia de San Eutropio y el siguiente dialoguillo: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero… ¡Que en El espinar me quedo! Sí. Pues eso”. Y abajo, como colofón del cartel: “Vivir (¡y respirar!) sólo en EL ESPINAR”.
Yo, desde el año 2002, he seguido el consejo de Forges y me “he quedado” a vivir ¡y respirar! en El Espinar. ¡Afirmo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario