18 de marzo de 2018

Brechas


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Hará unos diez años se comenzó a utilizar la palabra ‘brecha’ con el sentido de desigualdad, muy alejado del significado de herida, y especialmente herida en la cabeza, que tiene para la gran mayoría de los hablantes en español.
Se traducía con brecha el término inglés ‘gap’ y, acompañada del calificativo digital, se usaba –y se usa– para designar la diferencia que separa a los nativos digitales, los jóvenes que han crecido entre ordenadores, móviles y tabletas de todo tipo, y los inmigrantes digitales, los adultos que, a una edad más o menos avanzada, hemos tenido que aprender a manejar los inventos tecnológicos.
A la brecha digital se fueron uniendo otras brechas: la brecha socioeconómica entre personas de entornos desfavorecidos y las de entornos favorecidos; la brecha generacional, las diferencias que distancian a las generaciones mayores de las de los hijos; la brecha entre el PIB de los países ricos y el de los países pobres…
Pero de un tiempo a esta parte todas esas brechas han quedado eclipsadas por la brecha salarial que separa a las mujeres de los hombres.
Tales desigualdades han constituido uno de los principales motivos que movieron a miles de mujeres a participar en la huelga y en las manifestaciones del pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Aunque, según el Manifiesto hecho público por las asociaciones feministas y los sindicatos convocantes, se incitaba a las mujeres a protestar, no solo contra la discriminación de su sexo, sino también contra el capitalismo, contra el heteropatriarcado, contra la violencia mal llamada de género, y hasta contra el cambio climático… Así se mezclaban churras con merinas y se desvirtuaba la legitimidad de un llamamiento en pro de la igualdad de hombres y mujeres en todos los ámbitos, legales, sociales, laborales y educacionales.
La brecha salarial existe, aunque no sea tan elevada como se afirma desde algunas instancias. Según los últimos informes disponibles de Eurostat, que corresponden al año 2015, las mujeres en España cobran un 14,2 % menos por hora trabajada que los hombres, porcentaje inferior a la media del 16,2 % de la Unión Europea, y de países como Dinamarca (15,1 %), Francia (15,3 %), Holanda (16,2 %), Finlandia (17,6 %), Reino Unido (21 %) y Alemania (22 %). No debe consolarnos el hecho de que nuestra brecha salarial esté por debajo de la de otros países europeos. Pero, si analizamos algunos factores que la condicionan, nos encontramos con una mayor presencia de mujeres trabajadoras en sectores peor retribuidos, o que cuentan con menor antigüedad laboral, o que desempeñan cargos de menor responsabilidad. Estas rémoras están condicionadas en gran parte por la maternidad.
Cuando más del 66 % de las jóvenes españolas cursan o han cursado estudios universitarios de grado, licenciatura, máster o doctorado, frente al 52,7 % de hombres jóvenes, ¿a qué se debe que la mujer esté menos representada en puestos directivos de empresas e instituciones? ¿Serán los empresarios, en general, machistas y no contratan a mujeres, o no permiten que desempeñen cargos de más alto nivel, simplemente por ser mujeres, aunque ellas cobren menos o estén mejor preparadas que los hombres? Tontos serían. Ocurre que la maternidad induce a las mujeres que desean ser madres a optar por la reducción de jornada, o por trabajos de menor dedicación, para poder atender a los hijos.
Con lo que las mujeres que prefieren promocionarse en su carrera profesional renuncian a ser madres. Y, en consecuencia, la natalidad desciende a niveles inferiores al reemplazo generacional, lo que a su vez se traduce en menos trabajadores que en un futuro coticen a la Seguridad Social y hagan posible el Estado de bienestar, las pensiones, la sanidad y la educación gratuitas.
La conciliación familia-trabajo afecta hoy por hoy más a la mujer. Este es un campo en el que es preciso avanzar, por medio de políticas más favorecedoras de la familia y con una incorporación del hombre al cuidado y la educación de los hijos y a las tareas domésticas en un plano de igualdad con la mujer.
Y una precisión en defensa de las denostadas labores del hogar. ¿Realiza más a la mujer como persona trabajar de cajera en un supermercado que ocuparse de sus hijos en casa? ¿Es el hombre más feliz pasando a diario largas horas en una oficina con un trabajo a menudo monótono y tedioso, que atendiendo a sus hijos?
Claro que de nuevo surge un obstáculo, insalvable en las condiciones actuales: sea el hombre o sea la mujer quien renuncia, aunque sea temporalmente, a su trabajo profesional para dedicarse a la prole y a la casa, con los salarios hoy existentes, salvo en contados casos de ingresos unipersonales superiores a los corrientes, no hay forma de mantener a una familia.
Más sangrantes que la diferencia salarial entre hombres y mujeres son las desiguales condiciones laborales entre los funcionarios y los empleados de las empresas privadas. Y no digamos ya entre estos y los parados. Pues eso, brechas.

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