Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Hará unos diez años
se comenzó a utilizar la palabra ‘brecha’ con el sentido de desigualdad, muy
alejado del significado de herida, y especialmente herida en la cabeza, que
tiene para la gran mayoría de los hablantes en español.
Se traducía con
brecha el término inglés ‘gap’ y, acompañada del calificativo digital, se usaba
–y se usa– para designar la diferencia que separa a los nativos digitales, los
jóvenes que han crecido entre ordenadores, móviles y tabletas de todo tipo, y
los inmigrantes digitales, los adultos que, a una edad más o menos avanzada,
hemos tenido que aprender a manejar los inventos tecnológicos.
A la brecha digital
se fueron uniendo otras brechas: la brecha socioeconómica entre personas de
entornos desfavorecidos y las de entornos favorecidos; la brecha generacional,
las diferencias que distancian a las generaciones mayores de las de los hijos;
la brecha entre el PIB de los países ricos y el de los países pobres…
Pero de un tiempo a
esta parte todas esas brechas han quedado eclipsadas por la brecha salarial que
separa a las mujeres de los hombres.
Tales desigualdades
han constituido uno de los principales motivos que movieron a miles de mujeres
a participar en la huelga y en las manifestaciones del pasado 8 de marzo, Día
Internacional de la Mujer. Aunque, según el Manifiesto hecho público por las
asociaciones feministas y los sindicatos convocantes, se incitaba a las mujeres
a protestar, no solo contra la discriminación de su sexo, sino también contra
el capitalismo, contra el heteropatriarcado, contra la violencia mal llamada de
género, y hasta contra el cambio climático… Así se mezclaban churras con
merinas y se desvirtuaba la legitimidad de un llamamiento en pro de la igualdad
de hombres y mujeres en todos los ámbitos, legales, sociales, laborales y
educacionales.
La brecha salarial
existe, aunque no sea tan elevada como se afirma desde algunas instancias.
Según los últimos informes disponibles de Eurostat, que corresponden al año
2015, las mujeres en España cobran un 14,2 % menos por hora trabajada que los
hombres, porcentaje inferior a la media del 16,2 % de la Unión Europea, y de
países como Dinamarca (15,1 %), Francia (15,3 %), Holanda (16,2 %), Finlandia
(17,6 %), Reino Unido (21 %) y Alemania (22 %). No debe consolarnos el hecho de
que nuestra brecha salarial esté por debajo de la de otros países europeos.
Pero, si analizamos algunos factores que la condicionan, nos encontramos con
una mayor presencia de mujeres trabajadoras en sectores peor retribuidos, o que
cuentan con menor antigüedad laboral, o que desempeñan cargos de menor
responsabilidad. Estas rémoras están condicionadas en gran parte por la
maternidad.
Cuando más del 66 %
de las jóvenes españolas cursan o han cursado estudios universitarios de grado,
licenciatura, máster o doctorado, frente al 52,7 % de hombres jóvenes, ¿a qué
se debe que la mujer esté menos representada en puestos directivos de empresas
e instituciones? ¿Serán los empresarios, en general, machistas y no contratan a
mujeres, o no permiten que desempeñen cargos de más alto nivel, simplemente por
ser mujeres, aunque ellas cobren menos o estén mejor preparadas que los
hombres? Tontos serían. Ocurre que la maternidad induce a las mujeres que
desean ser madres a optar por la reducción de jornada, o por trabajos de menor
dedicación, para poder atender a los hijos.
Con lo que las
mujeres que prefieren promocionarse en su carrera profesional renuncian a ser
madres. Y, en consecuencia, la natalidad desciende a niveles inferiores al
reemplazo generacional, lo que a su vez se traduce en menos trabajadores que en
un futuro coticen a la Seguridad Social y hagan posible el Estado de bienestar,
las pensiones, la sanidad y la educación gratuitas.
La conciliación
familia-trabajo afecta hoy por hoy más a la mujer. Este es un campo en el que
es preciso avanzar, por medio de políticas más favorecedoras de la familia y
con una incorporación del hombre al cuidado y la educación de los hijos y a las
tareas domésticas en un plano de igualdad con la mujer.
Y una precisión en
defensa de las denostadas labores del hogar. ¿Realiza más a la mujer como
persona trabajar de cajera en un supermercado que ocuparse de sus hijos en
casa? ¿Es el hombre más feliz pasando a diario largas horas en una oficina con
un trabajo a menudo monótono y tedioso, que atendiendo a sus hijos?
Claro que de nuevo
surge un obstáculo, insalvable en las condiciones actuales: sea el hombre o sea
la mujer quien renuncia, aunque sea temporalmente, a su trabajo profesional
para dedicarse a la prole y a la casa, con los salarios hoy existentes, salvo
en contados casos de ingresos unipersonales superiores a los corrientes, no hay
forma de mantener a una familia.
Más sangrantes que la
diferencia salarial entre hombres y mujeres son las desiguales condiciones
laborales entre los funcionarios y los empleados de las empresas privadas. Y no
digamos ya entre estos y los parados. Pues eso, brechas.
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