Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Doy por supuesto que
la mayoría de mis lectores, por no decir todos, en especial los que viven en El
Espinar, en pueblos del entorno serrano y en la misma Segovia capital, saben de
sobra que gabarrero, además de conductor y cargador o descargador de gabarras,
es el que saca leña del monte y la transporta para venderla.
Un buen día, corría
el año 1996, mi querido amigo y colega Juan Andrés Saiz Garrido daba a la
estampa el libro “Los gabarreros de El Espinar”, en el que, con testimonios de
los protagonistas de sus historias, contaba la vida y milagros de unos
trabajadores del monte que, en tiempos de arduas penurias, se echaban de buena
mañana al pinar para cargar en caballerías leñas muertas y llevarlas al pueblo
para después venderlas. “Vida y milagros”, nunca mejor dicho, pues este duro
oficio apenas daba para mantener a una familia.
Dos años después, y
como consecuencia muy señalada del libro de Juan Andrés, comenzó a celebrarse
en El Espinar a principios del mes de marzo la Fiesta de los Gabarreros, en la
que con exhibiciones de carga y acarreo de leña y de corta de troncos se
recordaba y celebraba a estos esforzados leñadores. A las actividades más
directamente relacionadas con la gabarrería hay que añadir las Jornadas
Gastronómicas, los espectáculos de música y danza a cargo de la Banda de Música
y del Grupo de Danzas de El Espinar y de la Escuela de Dulzaina de San Rafael,
y otros muchos actos, como los celebrados en los colegios para mostrar a sus
alumnos los oficios del monte.
Esta semana, la XX
Edición de la Fiesta de los Gabarreros se ha inaugurado con la presentación, en
el salón de plenos del Ayuntamiento de la villa, de una nueva edición,
“corregida y aumentada” como suele decirse, de “Los gabarreros de El Espinar”.
Junto al autor, Cipriano Dorrego, agente forestal, aunque a él sigue gustándole
la denominación de “guardabosque”, y Hermenegildo Herrero “Mene”, cortador y
profesor de cortadores, se turnaron en hablarnos de los entresijos de la obra
de Juan Andrés y de la gabarrería en general. En la presidencia de honor se
sentaban gabarreros con muchos años de oficio a sus espaldas: Benedicto Muñoz,
Hipólito Herranz “Polín”, Pablo González, Mariano de Benito y Tomás García
–este acompañado de su hijo Tomasín y de su nieto Álvaro–, y cortadores y
arrastradores que han cogido el relevo de los anteriores y participan en la
fiesta o la hacen posible, como Jorge Bunes, José Muñoz “Geñete”, Juan
Rodríguez, padre e hijo, José Luis González, y los miembros del Centro de
Iniciativas Turísticas (CIT). El actual presidente del CIT es Juan Andrés Saiz
Lobo, Juanan, hijo de Juan Andrés Saiz Garrido, a cuyos ánimos, según confesión
de su padre, se debe que esta segunda edición del libro se haya escrito y visto
la luz.
Edición que se ha
enriquecido con nuevos textos de Juan Andrés, con numerosas entrevistas y con
una amplísima colección de fotografías de gabarreros y de las sucesivas
celebraciones de la fiesta.
Como ya quedaba
patente en el libro de 1996, la gabarrería era y es a juicio de Juan Andrés, no
un mero trabajo de supervivencia, con su dureza y su picaresca, sino toda una
cultura, la cultura del monte, con el que los gabarreros y los habitantes de
los pueblos de la sierra de Guadarrama viven, vivimos, amancebados.
Una frase de Pablo
González, gabarrero jubilado hace más de veinte años, resume profundamente la
relación de amor y odio entre el gabarrero y el monte: “¡Cuánto me hizo sufrir
y cuánto le quiero!”. De ahí que, como cuenta Juan Andrés, la mayor alegría de
Pablo sea perderse por el monte de San Rafael y, cuando es menester, bajar algo
de leña en su coche para la calefacción de su casa.
¿Tiene sentido toda
esta insistencia literaria y festiva en la gabarrería, un oficio que
desapareció, iba a decir felizmente, hace décadas? Sí, tiene todo el sentido
del mundo, el sentido de no olvidar que pertenecemos a la tierra, en nuestro
caso, al monte, al pinar, y que la tierra, el monte, el pinar nos pertenece, es
nuestra mayor riqueza y fuente de vida.
Los gabarreros, se ha
dicho muchas veces, contribuían a conservar y preservar el monte, aunque muchas
veces fuera por egoísmo, eran ecologistas “avant la lettre”, cuando aún no se
hablaba de ecología.
Tampoco dejemos a un
lado el valor de nuestros montes y de la Fiesta de los Gabarreros como
atractivo para el turismo, según señaló en la presentación del libro de Juan
Andrés la alcaldesa de El Espinar Alicia Palomo, de la que a mí me gusta
resaltar que es periodista, y se le nota para bien.
Cuando recibo a
visitantes que no conocen El Espinar, les llevo a pasear por cualesquiera de
los caminos, cañadas, veredas, coladas y cordeles que surcan como venas vivificadoras
nuestros montes y praderas. Y siempre quieren volver.
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