Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Comprendo
que los articulistas que tengan que escribir varias columnas, o aunque sea una
sola, a la semana se las vean y deseen para encontrar temas de interés sin
repetirse.
Yo
me he comprometido conmigo mismo, y con mis lectores, aunque fuera uno solo, a
colgar una entrada semanal en mi blog. Y a menudo me digo: “De esto ya has
hablado, y más de una vez”. Claro que se puede, puedo, dar al asunto en
cuestión un enfoque nuevo.
Muchos
columnistas, comentaristas y tertulianos se refugian en la política, Y tratan
de competir con sus colegas a ver quién es más original, o está en posesión del
dato que el lector, oyente o telespectador ignora.
Confieso
que con frecuencia no puedo por menos de preguntarme qué habrá querido decir
tal periodista. A algunos, cuyos nombres no citaré, los tengo excluidos de
antemano de mi lectura habitual. Son crípticos, citan a autores de los que no
he oído ni siquiera el nombre, se pierden en juegos de palabras y alusiones
cuyo sentido se me escapa, tienen la mala costumbre de no desarrollar las
siglas que dan por supuesto que todos conocemos…
La
política actual en España es campo abonado para el aburrimiento, la decepción,
la indignación, el sesgo ideológico, la descalificación del que piensa de modo
distinto.
El noble arte de gobernar una nación, de ocuparse de los asuntos públicos, de trabajar por el bien común, por resolver los problemas de los ciudadanos, se ha degradado en una lucha partidista en la que priman los intereses personales y del partido en el que se milita.
Los dos principales partidos con implantación nacional, el PSOE y el PP, son incapaces de llegar a acuerdos que redunden en beneficio de todos, que afiancen las instituciones y el poder judicial, que traten de solucionar la crisis económica, el paro estructural, la quiebra de empresas, la deuda pública, la inflación y el consiguiente aumento de los precios de productos básicos, la actual escalada de la tarifa eléctrica, la baja natalidad, la falta de viviendas sociales, el aumento creciente de la pobreza.
Las sesiones de control al Gobierno se han convertido, cuando se celebran, en sesiones de control a la oposición. El Gobierno, y en especial su presidente, culpa a la oposición de todos los males que nos aquejan. Por su parte, la oposición se entretiene en disputas internas, del PP contra Vox, de Vox contra el PP y del PP contra el PP.
El PSOE ha dejado de ser socialista, obrero y español, para ser sanchista. La expresión “sanchismo” ha adquirido de un tiempo a esta parte carta de naturaleza, aunque ni en su construcción lingüística ni en su significado sea afortunada. ¿Sanchismo quiere decir que el presidente Sánchez tiene un programa de gobierno, unas ideas propias sobre cómo gestionar la res pública, la sanidad, la pandemia, la economía, las relaciones con las Cortes, con las autonomías, con la oposición, con el poder judicial?
Se le ha acusado a Sánchez de mentir, cosa que ha hecho constantemente. Pero lo que realmente le define es precisamente su indefinición, su falta de convicciones, su capacidad de afirmar en una misma tirada que defiende la Constitución “de pe a pa” y de aliarse con los enemigos declarados de la Constitución, como Podemos, partido con el que gobierna (es un decir), los independentistas catalanes y vascos, y los herederos y albaceas de ETA.
Si algo caracteriza a Sánchez es su interés por permanecer el mayor tiempo posible en La Moncloa y disfrutar de las prebendas que ello conlleva. Lo demás son medios para conseguir este fin.
En eso es un maestro de la resistencia y la resiliencia.
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