Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Deberíamos
alegrarnos de que en el pasado mes de septiembre el paro en España bajó en
76.113 personas respecto al mes anterior y la afiliación a la Seguridad Social
aumentó en 57.387 cotizantes.
Este
es el vaso medio lleno. Pero el vaso medio vacío nos hace ver que el total de
parados en nuestro país sigue arrojando la escalofriante cifra de 3.257.802
personas. Y en este número no están incluidos los trabajadores en ERTE
(Expediente de Regulación Temporal de Empleo), que vaya usted a saber si no
pasarán a engrosar el pelotón de desempleados, ni los autónomos que cobran el
cese extraordinario de actividad.
Por
si este panorama no fuera suficiente para enfriar la euforia del Gobierno con
los datos de septiembre, la CEOE (Confederación Española de Organizaciones
Empresariales) avisa al presidente Sánchez de que: “En la actualidad hay
214.000 funcionarios públicos más que en 2019”. Y Sánchez anuncia que les
subirá el sueldo un 2 %, lo cual significa que el salario de este colectivo
acumula un aumento del 7,15 % desde 2019.
Porque,
en realidad, cuando los Gobiernos prometen crear puestos de trabajo, lo único
que está en sus manos es incrementar el número de funcionarios públicos.
En
el programa del PSOE de 1982 figuraba la creación de 800.000 empleos. Pues
bien, en diciembre del año 2008, un desencantado Felipe González declaraba: “Yo
prometí crear 800.000 empleos y destruí 800.000 empleos”. Y añadía: “Los
empleos los dan los empleadores y no el Estado”.
Esta
cifra mágica de 800.000 nuevos puestos de trabajo es la que aparece en el Plan
de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española, solemne
y reiteradamente anunciado por el presidente Sánchez en octubre de 2020.
Empleos que se crearían a lo largo de los años 2020, 2021 y 2022 gracias a los
140.000 millones del fondo de recuperación europeo. Estamos terminando el año
2021 y, para estas fechas, haciendo un sencillo cálculo, tendrían que haberse
creado aproximadamente 500.000 empleos.
No
voy a caer en la crítica fácil al funcionariado. Como en otros colectivos, hay
en él trabajadores bien preparados y eficientes, y otros que han logrado su
colocación gracias a influencias espurias y careciendo de la adecuada
preparación.
Cuando
hoy no pocos analistas políticos abogan por una reforma de la Constitución
Española que suprimiera las onerosas e ineficientes Comunidades Autónomas, ¿nos
hacemos cargo del número de desempleados que acarrearía esa supresión,
empezando por los consejeros y parlamentarios de las 17 autonomías?
También
es verdad que en los periodos de transición después de unas elecciones
generales, en los que aún no se había formado Gobierno, la vida pública
funcionaba sin grandes trabas gracias a los funcionarios de los distintos
departamentos y organismos públicos.
Llegar
a ser funcionario en España, y supongo que también en otros países, es el sueño
de muchas madres para sus hijos y el objetivo de muchas personas deseosas de
desempeñar un empleo libre de los sobresaltos y posibles despidos, procedentes
o improcedentes, de otros trabajos.
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