Las palabras y la vida
Alberto
Martín Baró
¿Cuántas
mujeres hace falta que integren el Gobierno de España para que haya que decir: “Consejo
de Ministros y Ministras”? Porque ya ha habido presencia femenina en Gabinetes
anteriores y no se creyó necesario este desdoblamiento impuesto por lo
políticamente correcto.
¡Pobre
lengua española, incapaz de dar a las mujeres “la visibilidad” que exige su
importancia cada día mayor en todos los ámbitos de la sociedad!
Ya
puede la Real Academia Española (RAE) insistir, como hace el Diccionario
Panhispánico de Dudas, en que “los nombres apelativos masculinos, cuando se
emplean en plural, pueden incluir en su designación a seres de uno y otro sexo
[…]. Así, con la expresión ‘los alumnos’ podemos referirnos a un colectivo
formado exclusivamente por alumnos varones, pero también a un colectivo mixto,
formado por chicos y chicas”. Y lo que el citado Diccionario ejemplifica en el
sustantivo ‘alumnos’ puede aplicarse a ‘profesores’, a ‘ciudadanos’, a
‘catalanes’ y a… ‘ministros’. Pero no, la imperante corrección política ha
extendido la costumbre de hacer explícita la alusión a ambos sexos. ¿Que ello
da lugar a engorrosas repeticiones? No importa, con tal de que las mujeres
obtengan de una vez el tratamiento lingüístico al que se han hecho acreedoras.
Así
que empecemos a cambiar periclitadas denominaciones machistas y, en vez de
Colegio de Abogados, Colegio de Arquitectos y Escuela Técnica Superior de
Ingenieros de Montes, etc., impongamos Colegio de Abogados y Abogadas, o mejor
a la inversa, Colegio de Abogadas y Abogados, Colegio de Arquitectas y
Arquitectos, y Escuela Técnica Superior de Ingenieras e Ingenieros de Montes…
Al
llegar a este punto, me asalta una duda: ¿Habrá que mantener Colegio de
Médicos, habida cuenta de que la mayoría de las mujeres que ejercen la medicina
rechazan que se las llame ‘médicas’ y sostienen que ellas son ‘médicos’? A mí
me suena fatal ‘la médico’, con esa llamativa falta de concordancia, y la RAE
desaconseja tal uso. Pero aquí las que mandan son las mujeres que nos atienden
en ambulatorios, clínicas y hospitales. Aunque así incurran en una flagrante
contradicción con el empeño de feminizar palabras que son comunes en cuanto al
género y no admiten el femenino terminado en -a, como ‘portavoz’, no
‘portavoza’, ‘miembro’, no ‘miembra’, ‘jóvenes’, no ‘jóvenas’… ¿Contradicción?
¡Pelillos (y pelillas) a la mar!
Digo
que el idioma español adolece de un mal de origen al abarcar con el masculino
plural de los sustantivos a personas de los dos sexos. Y esta deficiencia
primigenia tiene mal arreglo, pues las soluciones aportadas conllevan cansinas
reiteraciones, que además deberían extenderse a otros vocablos concertados con
tales nombres: “Los españoles y las españolas han sido convocados y convocadas
a elecciones generales”.
Hace
muchos años, corría la década de los sesenta del siglo pasado, participé junto
a la maestra y pedagoga Jimena Menéndez Pidal, el padre José María de Llanos,
el catedrático de Filología y latinista Millán Bravo Lozano y un sacerdote cuyo
nombre no recuerdo en la revisión y puesta al día de oraciones y textos
litúrgicos de la religión católica. Repaso hoy el Padre nuestro y tropiezo con
la frase “venga a nosotros tu reino”. Que a los cuatro varones se nos escapara
esta limitación nada tiene de particular, pero ¿a Jimena? ¿Una actualización
actual, valga la redundancia, no exigiría “venga a nosotros y a nosotras tu reino”?
A lo
mejor es que, cuando el español comenzó a gestarse en los siglos X y XI,
imponían su predominio los hombres, como por lo demás ha sucedido a lo largo
del tiempo, y esta superioridad se plasmó en la señalada peculiaridad de que el
masculino de los sustantivos en plural pueda designar a personas de ambos
sexos.
A
esta influencia del varón se debería también que la palabra ‘hombre’ en español
designe no solo a los varones, sino a varones y hembras. La explicación de que
‘hombre’ proviene del latín ‘homo, hominis’, es decir, ser humano, no parece
convencer hoy a los reformadores del lenguaje en aras de la igualdad de
‘hombres y mujeres’. Así, no basta que digamos, por ejemplo, que “a lo largo de
la historia el hombre ha luchado por dominar una naturaleza a menudo hostil”,
sino que habrá que puntualizar que esa lucha la han llevado a cabo “el hombre y
la mujer”.
Y,
trayendo a colación un texto litúrgico, en esa doxología que es el Gloria y que
se reza en la misa, se proclama: “Gloria
a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. ¿Se nos
ha ocurrido alguna vez pensar que, al desear paz a los hombres, se está
excluyendo de este deseo a las mujeres? ¿A las mujeres, según esta oración, no
las ama el Señor? ¿Habrá que corregir el Gloria y añadir “Gloria a Dios en el
cielo, y en la tierra paz a los hombres y a las mujeres que ama el Señor”?
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