16 de junio de 2018

Pobre lengua española


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Cuántas mujeres hace falta que integren el Gobierno de España para que haya que decir: “Consejo de Ministros y Ministras”? Porque ya ha habido presencia femenina en Gabinetes anteriores y no se creyó necesario este desdoblamiento impuesto por lo políticamente correcto.
¡Pobre lengua española, incapaz de dar a las mujeres “la visibilidad” que exige su importancia cada día mayor en todos los ámbitos de la sociedad!
Ya puede la Real Academia Española (RAE) insistir, como hace el Diccionario Panhispánico de Dudas, en que “los nombres apelativos masculinos, cuando se emplean en plural, pueden incluir en su designación a seres de uno y otro sexo […]. Así, con la expresión ‘los alumnos’ podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente por alumnos varones, pero también a un colectivo mixto, formado por chicos y chicas”. Y lo que el citado Diccionario ejemplifica en el sustantivo ‘alumnos’ puede aplicarse a ‘profesores’, a ‘ciudadanos’, a ‘catalanes’ y a… ‘ministros’. Pero no, la imperante corrección política ha extendido la costumbre de hacer explícita la alusión a ambos sexos. ¿Que ello da lugar a engorrosas repeticiones? No importa, con tal de que las mujeres obtengan de una vez el tratamiento lingüístico al que se han hecho acreedoras.
Así que empecemos a cambiar periclitadas denominaciones machistas y, en vez de Colegio de Abogados, Colegio de Arquitectos y Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes, etc., impongamos Colegio de Abogados y Abogadas, o mejor a la inversa, Colegio de Abogadas y Abogados, Colegio de Arquitectas y Arquitectos, y Escuela Técnica Superior de Ingenieras e Ingenieros de Montes…
Al llegar a este punto, me asalta una duda: ¿Habrá que mantener Colegio de Médicos, habida cuenta de que la mayoría de las mujeres que ejercen la medicina rechazan que se las llame ‘médicas’ y sostienen que ellas son ‘médicos’? A mí me suena fatal ‘la médico’, con esa llamativa falta de concordancia, y la RAE desaconseja tal uso. Pero aquí las que mandan son las mujeres que nos atienden en ambulatorios, clínicas y hospitales. Aunque así incurran en una flagrante contradicción con el empeño de feminizar palabras que son comunes en cuanto al género y no admiten el femenino terminado en -a, como ‘portavoz’, no ‘portavoza’, ‘miembro’, no ‘miembra’, ‘jóvenes’, no ‘jóvenas’… ¿Contradicción? ¡Pelillos (y pelillas) a la mar!
Digo que el idioma español adolece de un mal de origen al abarcar con el masculino plural de los sustantivos a personas de los dos sexos. Y esta deficiencia primigenia tiene mal arreglo, pues las soluciones aportadas conllevan cansinas reiteraciones, que además deberían extenderse a otros vocablos concertados con tales nombres: “Los españoles y las españolas han sido convocados y convocadas a elecciones generales”.
Hace muchos años, corría la década de los sesenta del siglo pasado, participé junto a la maestra y pedagoga Jimena Menéndez Pidal, el padre José María de Llanos, el catedrático de Filología y latinista Millán Bravo Lozano y un sacerdote cuyo nombre no recuerdo en la revisión y puesta al día de oraciones y textos litúrgicos de la religión católica. Repaso hoy el Padre nuestro y tropiezo con la frase “venga a nosotros tu reino”. Que a los cuatro varones se nos escapara esta limitación nada tiene de particular, pero ¿a Jimena? ¿Una actualización actual, valga la redundancia, no exigiría “venga a nosotros y a nosotras tu reino”?
A lo mejor es que, cuando el español comenzó a gestarse en los siglos X y XI, imponían su predominio los hombres, como por lo demás ha sucedido a lo largo del tiempo, y esta superioridad se plasmó en la señalada peculiaridad de que el masculino de los sustantivos en plural pueda designar a personas de ambos sexos.
A esta influencia del varón se debería también que la palabra ‘hombre’ en español designe no solo a los varones, sino a varones y hembras. La explicación de que ‘hombre’ proviene del latín ‘homo, hominis’, es decir, ser humano, no parece convencer hoy a los reformadores del lenguaje en aras de la igualdad de ‘hombres y mujeres’. Así, no basta que digamos, por ejemplo, que “a lo largo de la historia el hombre ha luchado por dominar una naturaleza a menudo hostil”, sino que habrá que puntualizar que esa lucha la han llevado a cabo “el hombre y la mujer”.
Y, trayendo a colación un texto litúrgico, en esa doxología que es el Gloria y que se reza en la misa, se proclama: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. ¿Se nos ha ocurrido alguna vez pensar que, al desear paz a los hombres, se está excluyendo de este deseo a las mujeres? ¿A las mujeres, según esta oración, no las ama el Señor? ¿Habrá que corregir el Gloria y añadir “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres y a las mujeres que ama el Señor”?


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