Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
De
las restricciones que el primer estado de alarma nos impuso desde el 14 de
marzo de 2020 la que peor llevé fue la prohibición de salir a pasear. El
confinamiento nos permitía únicamente ir a la farmacia, a la compra y al Banco.
A buenas horas el inoperante Tribunal Constitucional ha declarado
inconstitucional la limitación de derechos fundamentales que acarreó dicho
estado de alarma.
La
libre circulación es, no lo dudo, un derecho fundamental de las personas. Pero
yo quiero romper una lanza en favor del paseo sin un destino fijo y sin una
finalidad fuera del placer de caminar.
El
año 2006 publiqué en la Colección Etnográfica de Segovia Sur Apuntes al oeste de Guadarrama, un libro
de experiencias, invenciones y ficciones por los parajes de mi querida sierra
guadarrameña. Escribía yo en la contracubierta de este libro: “Convivimos con
ellos. Están ahí al lado, testigos mudos de nuestro quehacer cotidiano. Son los
montes y los valles, los prados, los bosques y las tierras de labor, los ríos y
los arroyos, las cañadas, veredas y demás caminos de nuestros pueblos, que a
menudo sus habitantes ignoramos, cuando no, lo que es peor, contaminamos y
deterioramos”.
Unas
líneas más adelante yo mismo me corregía: “¿Testigos mudos? Será porque no los
escuchamos, porque no les dirigimos la palabra y la mirada”.
Años
después, en 2012, el Ayuntamiento de El Espinar editó Paseos y excursiones por El Espinar, una guía con 43 itinerarios
por nuestro municipio, para la que conté con la colaboración de grandes
conocedores de los caminos espinariegos. Estos paseos y excursiones tenían unas
metas definidas. Se trataba de llegar a un destino fijado, sin desdeñar por
supuesto la contemplación y el disfrute de la fauna y la flora de los parajes por
los que transcurría nuestro caminar.
He
dicho que en esta entrada me propongo defender la maravilla que supone el andar
sin rumbo fijo y sin ánimo de hacer más descubrimiento que el de nuestro propio
interior en contacto con la naturaleza que nos rodea, sin excluir tampoco el
deambular por calles y avenidas de ciudades poco transitadas.
Los
franceses disponen de un término, flâneur,
que significa “caminante”, “paseante”, “callejero”, persona que vaga sin
objetivo fijo, bien sea por el campo o por la ciudad.
A
menudo, estos vagabundos pretenden llevar a cabo algún descubrimiento,
describir pensamientos, meditar sobre las sensaciones e incluso los ensueños
que el paseo suscita en ellos. Bien está. Pero dejémonos llevar del encanto de
“solo pasear”, de solamente pasear, nada más que pasear.
No
pretendo meditar sobre verdades filosóficas o espirituales. Quiero dejarme
invadir por el silencio. Realizar una cura de ocio, de no hacer nada.
Más
de una vez he citado pasajes de la obra del filósofo Jean-Jacques Rousseau Ensoñaciones de un paseante solitario.
Pasear
en compañía depara, no lo dudo, satisfacciones que yo he experimentado con
frecuencia. Pero, insisto, hoy quiero sumergirme en la soledad de mi yo en
contacto con el entorno rural o urbano. “Pasear solo”, sin que nadie me
acompañe.
Sé
que es peligroso salir a pasear en solitario por sitios abruptos. Cualquier
percance puede poner en riesgo nuestra andadura y nuestra integridad física.
Dejaré aviso a mis allegados del lugar, no muy lejano, de mi abandono andante.
No
tengo prisa.
A mis
soledades voy,
de mis soledades vengo.
Pero,
a diferencia de Lope de Vega, no quiero que mis pensamientos me impidan estar
conmigo a solas.
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