Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Cuando
El Espinar arde en acontecimientos culturales y festejos durante el mes de
agosto, yo estoy en Santander. Así que me perderé el Festival de Narradores
Orales, la presentación del libro Descubriendo
nuestras fuentes de Javier Sanz Pérez, o de La última reina de Carmen Gallardo, a cuya obra La reina de las lavanderas dedicamos una
tertulia de “El libro del mes” con presencia de la autora. Actos musicales como
el XX Concierto de las Teas “México Lindo Sinfónico” con Nuria Fergó, en la
plaza de toros; o la interpretación por Gaspar Payá y Cristina Angulo de
canciones de Norah Jones, Kiko Veneno y Dolly Parton, entre otros, en
“Despacito”, en la Corredera; o el Concierto de Pasodobles de la Banda
Municipal de Música de El Espinar en la Plaza de la Constitución, tendrán lugar
sin mi asistencia.
Pero
la música viene en mi auxilio en el Festival Internacional de Santander. Los
meses de agosto desde hace cinco años me revisto de “melómano”, no en el
sentido de entendido en música, sino en el más humilde de amante de la música.
El
martes 3 de agosto, la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo, bajo la dirección
del maestro valenciano Gustavo Gimeno, nos ofreció el Concierto rumano de
György Ligeti, el Concierto n.º 1 de Franz Liszt, con Yuja Wang al piano, y la
Sinfonía n.º 8 de Antonin Dvorak. Por mi deformación profesional como escritor,
no puedo prescindir de las palabras. Y así me atrevo a destacar en el Concierto
rumano la “sonoridad”, en el Concierto n.º 1 de Liszt el “lirismo” y en la
Sinfonía n.º 8 la “riqueza instrumental”.
La
misma Orquesta Filarmónica de Luxemburgo, también con el director Gustavo
Gimeno, nos brindó el miércoles 4 de agosto el Concierto para violín de Felix
Mendelssohn, con el violinista Julian Rachlin, y la Sinfonía n.º 5 de Ludwig
van Beethoven. Siguiendo con mi ocurrencia de la anterior audición de
sintetizar en un apelativo la impresión que me producía cada obra, me viene a
las mientes atribuir el calificativo de “delicadeza” al Concierto para violín
de Mendelssohn. Del mismo modo que a la Sinfonía n.º 3 de Beethoven se la
conoce con el sobrenombre de Heroica y a la n.º 8 con el de Patética, a la n.º
5, una de las más interpretadas del repertorio clásico, se la ha solido designar
como Sinfonía del Destino, por la creencia de los artistas del Romanticismo en
la fuerza del sino. ¿Cómo resumir en una palabra o expresión la Quinta Sinfonía
beethoveniana? Como en mis anteriores designaciones, reconozco que intentarlo
es algo subjetivo. Pero mientras escuchaba los continuos “tutti” que se sucedían
en la interpretación de la Filarmónica de Luxemburgo no pude sustraerme al
epíteto de “grandiosa” para esta maravilla de la inspiración y la composición
del genio de Bonn.
De
los profesores luxemburgueses pasamos el jueves 5 de agosto a la Orquesta
Sinfónica de Radiotelevisión Española bajo la batuta de Pablo González. Se
abrió la velada con el Concierto para piano y orquesta n.º 2 de Frédéric Chopin
y la actuación solista de Dmytro Choni, último ganador del Concurso Internacional
de Piano de Santander Paloma O’Shea. Mi hermana Alicia, profesora de música
durante toda su vida, caracterizaba la obra pianística del compositor polaco
con el término “sentimiento”. Yo, llevado de las escalas cromáticas que abundan
en esta composición, me atrevo a añadir “virtuosismo”.
Si
me considero bastante conocedor y admirador de la música de Chopin, no puedo
afirmar lo mismo de la obra de Dimitri Shostakovich, incluida la Sinfonía n.º 9
que completaba el programa del 5 de agosto. Pues bien, mi prevención ante la
música del compositor de San Petersburgo se volvió en cálido entusiasmo al
escuchar esta Sinfonía. Y no me contenté con aplicarle un calificativo, sino
que la comparé tanto con el oleaje del mar como con la galopada de briosos
corceles.
No
recomiendo a mis lectores este ejercicio de designar con palabras una
composición musical. La música debe escucharse con el corazón, en silencio de
todo ruido verbal, para que el ritmo, los acordes, las melodías y los timbres
de los distintos instrumentos penetren hasta lo más íntimo de nuestras almas.
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