8 de diciembre de 2024

Cosas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hace unos días he soñado con la multitud de cosas que se almacenan en la casa de mi mujer. Conforme pasan los años, todos vamos acumulando objetos dispares. Las mudanzas de domicilio son una buena ocasión para desechar esos objetos, que a menudo ni siquiera sabíamos de obraban en nuestro poder. Pero, claro, mucha gente lleva años sin cambiar de casa, como es el caso de mi mujer. A esto se añade su renuencia a desprenderse, por ejemplo, de ropa, de bolsos que ya no usa, de adornos de todo tipo…

Dejo aparte el capítulo –nunca aplicado con más propiedad– de los libros. En los años que llevo conviviendo con Angelina, he instalado varias librerías y estanterías que se añaden a las que existían y que ya están a punto de quedar saturadas. Pero, insisto, en el mencionado sueño no aparecían los libros, que son casi –o sin el casi– seres animados.

Que ahora recuerde, encabezaban la procesión de seres inanimados los lapiceros, los bolígrafos, las plumas estilográficas y los rotuladores. En la casa los hay por todas partes, en cualquier habitación. Con la circunstancia agravante de que la mayoría de ellos no escriben, bien sea porque habría que sacarles punta a los lápices, o porque la carga de los bolígrafos y rotuladores o la tinta de las estilográficas estaban agotadas. Al final, cuando mi mujer y yo nos disponemos a escribir, tenemos que echar mano de los bolígrafos BIC, dos o tres, que juegan al escondite y hay que buscarlos.

De la trasera de la puerta del armario en que se guardan toallas, sábanas y fundas de almohada cuelga un cosero. Esta palabra no la recoge el Diccionario de la RAE y sólo está documentada en el Diccionario histórico de la lengua española (1933-1936), pero aplicada a un tipo de camello. A mí me gusta utilizarla con el sentido de pequeño almacén de cosas. Pues bien, en este cosero, que es un colgante con varias filas de bolsas, se guardan pequeños adminículos relacionados con los medios de escribir, como grapas, sacapuntas, papel cello, amén de otros que poco o nada tienen que ver con la escritura, como pequeñas bombillas, cintas métricas, pegamentos…

En unas bandejitas –bandejuelas las llamaría el inolvidable presentador Constantino Romero– que reposan sobre la mesa de centro de la sala, junto a los ya mentados medios de escribir, encontramos un termómetro digital, que no sabemos utilizar, unas tijeritas, varios cortaúñas, pinzas, limas de uñas, un rosario, un candadito con su llave, un encendedor que no funciona…

Pensé, ya en el duermevela, retirar estas bandejitas de la mesa del salón y ubicar su contenido en distintos emplazamientos. Al final he desistido de esta dificultosa tarea y ahí siguen, para que mi mujer me pida de vez en cuando una lima de uñas.

 

 

 

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