10 de julio de 2022

Añoranza de El Espinar

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Desde la ventana del cuarto de estar de mi casa en El Espinar puedo ver, enmarcado en el fondo del pinar, el hotel que fue de los Cárdenas y que construyó el gran arquitecto Ignacio Cárdenas. Para mí, uno de los más bellos edificios que se alzan en este pueblo serrano. Adosada a la tapia sur del jardín estaba –quizá siga estando, no lo he comprobado, a pesar de que tengo amistad con los nuevos dueños– la casita de juegos de Inés, Inés Cárdenas, hija de Ignacio. Que es de quien quiero hablar en esta entrada de mi blog.

Hace un par de meses visitamos mi mujer y yo a Inés y a su marido José Antonio Matute en su domicilio madrileño de la calle Barquillo, 6. Una ventana de esta casa da a la Plaza del Rey y otra, en la parte opuesta, al parque del Ministerio del Ejército, que es como si fuera un jardín particular de mis amigos y que a Inés le hace evocar el de su casa del Cabezuelo.

A José Antonio dedico yo mi libro “Apuntes al oeste de Guadarrama”, porque con él recorrí los montes, los caminos y las riberas de los ríos de este pueblo, en el que comenzó a veranear su padre Mateo, bisabuelo de mi nieto que ha heredado su nombre.

Así que tampoco Inés puede pasear por los parajes espinariegos que tanto amó. No puede físicamente, pero sí –y aquí quería yo llegar– lo hace con la imaginación. Y se ve volviendo al anochecer a su casa del Cabezuelo, o recorriendo el camino de Las Lanchas hasta la casa forestal que llamábamos “la casita del guarda”, o subiendo a Peña La Casa, o paseando hasta la fuente y el chozo de la Majada del Brezo, o por las eras de Santa Quiteria y el camino del Boquerón, o yendo en bicicleta a bañarse al río Moros en las inmediaciones del molino de la Leoncia…

Inés, que fue medio novia de mi hermano mayor Javier, siempre ha sido y sigue siendo un referente de simpatía y belleza para quienes la admirábamos desde unos pocos años menos.

Yo sigo viniendo a El Espinar, aunque no tanto como quisiera, por motivos, sobre todo médicos, con los que no les voy a aburrir. Y cuando estoy en Madrid, me traslado con la mente a El Espinar, como hace Inés.

En un poema de Juan Ramón Jiménez titulado “El nostáljico doble” (en Google aparece escrito con ge, aunque yo creo que Juan Ramón lo escribiría con jota), canta así el poeta en su etapa más romántica:

“¿Mar desde el huerto,

huerto desde el mar?

¿Ir con el que pasa cantando,

oírlo desde lejos cantar?”

¿El Espinar desde Madrid, con la nostalgia de lo que no está presente? ¿O El Espinar en el mismo El Espinar, como esta tarde de cielo azul y sol radiante en la que escribo en el jardín, vislumbrando el Caloco a través de los arces tan crecidos que yo planté?

Anteayer he ido a pasear con mi hija Gabriela y mis nietos Alicia y Mateo por el sendero que bordea el arroyo de la Gargantilla en San Rafael que, a pesar de la sequía, aún corre, entre un mar de helechos verdes. Mis nietos andan y corren con la agilidad que yo tenía a su edad.

Cuando esté en Madrid, añoraré este y otros paseos que me llenan de nostalgia.

Aunque, quizá, en realidad lo que añore no sea El Espinar, sino mi propia infancia en El Espinar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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