16 de junio de 2019

Un secreto


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Tendría que remontarme a mi lejana adolescencia, cuando me quedaba hasta las tantas de la madrugada leyendo a Agatha Christie, para hallar un antecedente de lo que me ha ocurrido hace un par de semanas con el libro Un secreto de Alejandro Palomas: me había captado de tal manera que me resultaba imposible interrumpir su lectura e irme a la cama.
Un secreto no es una novela policiaca, pero sí encierra una intriga tan bien tejida que, al menos yo, no pude dejar de leerla hasta encajar todas las piezas del puzle. O, si quieren, hasta resolver con el autor el jeroglífico.
Hay escritores que cuidan en extremo el estilo, pero descuidan el argumento. Y entonces exclamas: “¡Qué bien escribe!” Mas al cabo de unas cuantas páginas el estilista ha conseguido hartarte. Lo ideal es fundir, como sucede en Un secreto, la riqueza y propiedad del lenguaje con el interés de la trama.
Por segunda vez Alejandro Palomas nos ha hecho el honor de acudir, de la mano de la gran amiga y promotora cultural Laura Colmenero, a nuestra tertulia mensual en El Espinar. Y como el 11 de junio de 2018 disfrutamos con Un amor, obra que ganó el Premio Nadal de ese año, el pasado 10 de junio Alejandro nos ha deleitado introduciéndonos en el proceso creativo de Un secreto, segunda parte de Un hijo, que en 2016 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
En Un secreto vuelven a aparecer personajes de Un hijo: los niños de 9 años Guille y Nazia, la profesora Sonia y la psicóloga María. A los que se añade Ángela, una niña albina de Mozambique que, según nos revela Alejandro, adquirirá más protagonismo en la tercera obra de la “trilogía de la orfandad”, aún sin título. El problema del albinismo le toca muy de cerca a nuestro autor, pues lo sufre su madre.
Confiesa Alejandro que no conoce el mundo infantil, pues no tiene hijos, ni sobrinos, ni niños con los que trate habitualmente. Y, sin embargo, no solo a mi juicio, refleja de mano maestra la forma de hablar y de escribir de Guille, la principal voz narradora de Un secreto. Habría que recurrir a la frase de Nietzsche, tantas veces citada, pero no por ello menos certera: “En todo hombre auténtico se esconde un niño, y ese niño quiere jugar”.
Al narrador único, al que suele llamarse “omnisciente”, que a Alejandro Palomas le resulta aburrido, él prefiere varios narradores, con los que se identifica y que aportan al relato sus distintos puntos de vista.
Nazia es la amiga de Guille y, como él mismo nos cuenta, “desde Navidad vive con papá y conmigo porque es mejor, ahora es mi hermana de acogida”. A esta niña paquistaní de 9 años sus padres quieren casarla por motivos económicos.
Digo con Nietzsche que los niños quieren jugar. Y con sus juegos, sus dibujos y los cuentos, en este caso el de Cenicienta, manifiestan y ocultan a la vez lo que piensan, sienten y desean, “niños iceberg”.
Alejandro se sirve de dibujos a manera de jeroglíficos para plantear y, al final, desentrañar, con la psicóloga María, el misterio, el secreto que da título a la novela. Declara que, cuando él mismo dibujaba esos jeroglíficos, sintió que se había metido en un buen lío, pues nunca le habían gustado tales acertijos ni había sido capaz de resolverlos.
Si el mundo de los niños le es extraño, a los profesores sí reconoce que los trata de cerca. Y defiende, frente a acusaciones injustas, su ímproba y trascendental labor. Incluida la de la directora, Mercedes en la novela, pues son los directores de los centros educativos quienes deben atender a los problemas generales y reales, sin dejarse llevar por impresiones no fundadas.
El humor y el amor a sus personajes impregnan toda la obra de Alejandro Palomas, que viene de firmar ejemplares en la Feria del Libro de Madrid. Cuando entra por detrás en la caseta, ve que ya le esperan cinco personas. ¿Solo? No. Una larga fila, separada de las anteriores por la encargada de seguridad, despierta en Alejandro lo que él denomina el “síndrome del impostor”: seguro que todos esos lectores, piensa, se han equivocado, pero para no defraudarle, siguen en la cola hasta que les firme el ejemplar que han comprado.
Cada vez más son los propios autores quienes se encargan de promocionar sus obras: viajan, participan en presentaciones, firman ejemplares en las ferias del libro y, si se trata de literatura infantil y juvenil –Alejando Palomas prefiere hablar de “literatura familiar”–, también se prestan a acudir a colegios para intercambiar impresiones con los escolares. Así, Alejando, que reside en Barcelona, ha recorrido varios países iberoamericanos, tratando de que el precio de sus obras no resulte excesivo para aquellos pagos, y, como ya he dicho, se viene a nuestra tertulia y al colegio de El Espinar, donde sabe escuchar a los alumnos de diez y once años.
Es imposible no querer a Alejandro Palomas.

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