Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
La Navidad es cosa de niños. Y no lo es menos la fiesta de
Reyes.
¿Por qué digo que la Navidad es cosa de niños?
Porque en Navidad los cristianos celebramos el nacimiento de
un niño, el niño Jesús.
Aunque, si nos atenemos al ambiente que rodea hoy día a esta
celebración y, muy en especial, a los anuncios de la televisión, en poco se
diferencia la Navidad de otras festividades. Se trata de fomentar el consumo,
lo que tampoco me parece mal, pues es uno de los motores de la economía y
fuente de puestos de trabajo, siempre que no sea a costa de postergar hermosas
creencias.
El tradicional nacimiento –a mí me gusta más esta
denominación que la de belén– está siendo cada vez más sustituido por el árbol
de origen nórdico en el que se cuelgan los regalos de Nochebuena.
Y no faltan regidores que proscriben en sus municipios
cualquier asomo que recuerde el hecho religioso que se conmemora en Navidad.
Sí, la Navidad es cosa de niños, porque hace falta la sencillez
infantil para creer que el niño nacido en Belén es el hijo de Dios hecho
hombre.
Es cosa de niños, porque, como más tarde enseñaría Jesús en
su predicación, si no nos hiciéremos como niños, no entraremos en el Reino de
los Cielos (Mateo 18, 3). Estaban los discípulos de Jesús muy interesados en
saber quién sería el mayor en el Reino de los Cielos. Entonces Jesús, llamando
a un niño, le puso en medio de ellos y dijo:
–Os doy mi palabra: si no os convertís y os hacéis como los
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Y añadió:
–El que reciba a un niño como este en mi nombre a mí me
recibe.
En otra ocasión, en la que presentaban a Jesús unos niños
para que les impusiera las manos y rezara por ellos, los discípulos regañaban a
quienes esto hacían. Entonces Jesús les dijo:
–Dejad a los niños y no les impidáis que vengan conmigo,
pues de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 19, 13-14).
Esta insistencia de Jesús en proponernos a los niños como
modelos de conducta si queremos entrar en el Reino de los Cielos nos puede
resultar difícil de entender.
Los niños son el paradigma de la inocencia, es decir, de la
falta de malicia. Pero los niños reales pueden ser caprichosos y estar no
exentos de maldad. Pueden llegar a ser crueles, como se demuestra en los casos
de acoso escolar.
La expresión “cosa de niños” puede también significar
irresponsabilidad. Disculpadles, son “cosas de niños”, no hay que darles mayor
importancia.
El niño Jesús nació pobre en una cueva rodeado de animales,
pues no hubo sitio para sus padres en ninguna posada de Belén, ni, de modo un
tanto inexplicable dada la hospitalidad judía, tampoco los acogió en su casa
algún pariente.
Pues bien, al postrarnos ante su humilde pesebre, hagámonos
niños en el sentido más ingenuo y positivo de la niñez.
Revistámonos del candor de la infancia, de la sencillez que
reflejan los tradicionales villancicos.
Los que hablan de unos ángeles que anunciaron a los pastores
que había nacido un niño más hermoso que el sol bello. Y que cantaron “gloria a
Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
En el poemario Mujer en vela, de Angelina Lamelas, del que
me ocupaba en un artículo anterior, encuentro entre otros un villancico
titulado “Las lavanderas de Belén” de especial gracia. Uno de los ángeles que
habían bajado de noche a Belén, de vuelta rumbo al paraíso, detuvo su vuelo
junto a unas lavanderas que lavaban la ropa en el río. Y una le preguntó:
“–Dígame, señor, / ¿cuál es la noticia / que vino a traer? / –Ha nacido un
niño. / –¡Pues vaya un misterio, / si yo tengo cuatro / y esta tiene seis! / El
ángel, entonces, / se acercó a las tres / y con voz muy dulce, / como debe ser,
/ les dijo despacio: / –Es hijo de Dios. / Las buenas mujeres / absortas
quedaron: / recogieron tablas, / la cesta, el jabón, / y fueron cantando: /
¡Gloria al Salvador!”
Si, la Navidad es cosa de niños. Y de hombres que se hacen
como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos. Y para ser llamados
hijos de Dios.
Y si la Navidad es cosa de niños, no lo es menos la fiesta
de Reyes. Los reyes o magos de Oriente que siguieron a una estrella para adorar
al hijo de Dios. Sabios astrónomos que no dudaron en ver en un niño desvalido
al rey del universo.
Los niños, y los que nos hacemos como ellos, creemos en los
Reyes Magos y esperamos sus regalos.
La ilusión de la infancia hace que la repetición año tras
año del misterio de la Navidad y de la adoración de los Magos nos acerque a un
Dios que quiso, y sigue queriendo, hacerse niño.
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