Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
La fama pasa, las montañas
permanecen. Algo parecido debió de pensar Blanca Fernández Ochoa el pasado 24
de agosto cuando, después de dejar el coche en el aparcamiento de Las Dehesas
de Cercedilla, se dirigió hacia el escarpado monte de la Peñota.
Desde que la familia de la famosa esquiadora
anunció el 29 de agosto su desaparición y la noticia se hizo pública, fuimos
innumerables las personas que seguimos paso a paso la búsqueda de Blanca hasta
que el miércoles 4 de septiembre fue hallado su cuerpo sin vida en un agreste
paraje entre el Collado del Rey y el Pino de San Roque, también conocido como
Pino Solitario, en la vertiente meridional de la Peñota.
No se sabe si Blanca llegó a
la cumbre de este monte, situado en la linde entre el término municipal de El
Espinar en la Comunidad de Castilla y León y el de Cercedilla en la Comunidad
de Madrid. Mi familiaridad con la Peñota añadió una nota de cercanía a mi
interés en el seguimiento de los últimos pasos de Blanca en mi querida sierra
de Guadarrama.
Desde mi calle de El Espinar
y desde otros muchos lugares de esta villa es posible distinguir los tres picos
que forman la cima de la Peñota, de difícil acceso a pesar de que por ella pasa
el sendero de gran recorrido GR 10. Más de una vez he preguntado a mis acompañantes
qué monte les parecía más alto, la Peñota o el vecino a la izquierda
contemplados desde El Espinar, la Peña del Águila. Sin excepción me han
contestado que la Peñota, siendo así que su cumbre se halla a 1.944 m de
altitud, mientras que la Peña del Águila alcanza los 2.008. Se trata de un
efecto óptico, debido a que la silueta de la Peña del Águila es aplanada y la
de la Peñota escarpada.
Se ha elucubrado en los
medios de comunicación sobre las causas de la muerte de Blanca Fernández Ochoa.
La autopsia, realizada el 5 de septiembre, descartó una caída o accidente, pues
el cuerpo no presentaba magulladuras o huellas de golpes. A la hora en que escribo
este artículo no se han hecho públicos los resultados definitivos de la
autopsia. En cualquier caso, aunque se llegue a la conclusión de que la muerte
ha sido causada por una dosis excesiva de litio, medicamento que tomaba la
esquiadora, diagnosticada de bipolaridad, ningún examen médico o forense podrá
nunca descubrir la voluntad íntima de la fallecida. Hablar de muerte
voluntaria, como han hecho periodistas irresponsables, me parece una
inexcusable falta de ética y de respeto a la familia de Blanca.
En un excelente reportaje de
la antigua serie “Volver con…” que el jueves 5 de septiembre emitió la Primera
de RTVE, pudimos recordar a una Blanca sonriente, feliz de contar con el cariño
incuestionable de su familia, de sus amigos, del pueblo todo de Cercedilla,
donde existe una avenida con su nombre.
Sí, la fama pasa, pero no la
satisfacción de haber logrado ser la primera esquiadora española que obtuvo una
medalla de bronce en los Juegos Olímpicos, como consiguió Blanca en la prueba
de eslalon en Albertville en 1992. El ejemplo de su hermano mayor Paco, medalla
de oro en Sapporo en 1972, fue sin duda un acicate en su carrera. Del mismo
modo que la hazaña de Blanca ha servido de inspiración a muchas deportistas
españolas.
La fama pasa, pero no el amor de su madre, de sus hijos
David y Olivia, también entregados al deporte, en su caso el rugby, que
asimismo practicó Blanca; de sus siete hermanos, Juan Manuel, que fue su
entrenador, Paquito, que le aconsejaba que se riera al menos una vez al día, de
Lola, la pequeña, que guarda con ella un gran parecido y en cuya casa vivía
Blanca en los últimos tiempos. Cuatro de los hermanos, además de Paco, a saber,
Juan Manuel, Ricardo, Luis y Lola, también fueron notables esquiadores y
participaron en pruebas olímpicas.
Blanca y Lola evocaban en el citado reportaje de RTVE las
bromas gastadas a cuenta de su gran parecido. Y el año que pasaron internas en
el Colegio Regina Asumpta de Cercedilla, del que salían los fines de semana
para ir a ver a sus padres en el Puerto de Navacerrada, en la Escuela Española
de Esquí, donde su padre trabajaba como gerente y su madre de cocinera. Blanca
tenía entonces 10 años y a los 11 sus padres la enviaron al Valle de Arán, al
internado Juan March, a estudiar y a formarse y entrenar como esquiadora. El Puerto
de Navacerrada, que por entonces permanecía cubierto de nieve casi la mitad del
año, se le había quedado pequeño a la pequeña futura campeona.
La nieve siempre jugó un papel fundamental en la vida de
Blanca, cuyo nombre de pila completo era… Blancanieves.
Blanca, aunque no te conocí personalmente, me siento unido a
ti por tu permanente sonrisa, por tu tesón en alcanzar tu ideal en la vida, por
tu amor a la naturaleza, en especial a la montaña, y por tu entrega a la
familia y a los amigos. Este es el ejemplo que quiero seguir.
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