Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
El pasado 30 de noviembre asistía yo en el colegio de San Agustín de Madrid a la Confirmación de sesenta y ocho alumnos y alumnas. Me extrañó que el acto se celebrara en el pabellón polideportivo y no en la capilla, extrañeza que desapareció cuando vi el ingente número de asistentes a la ceremonia: además del vicario oficiante y varios sacerdotes agustinos, estábamos los padrinos y las madrinas, los padres, las madres y otros familiares y compañeros de los confirmandos.
No recuerdo haber asistido en toda mi vida a un sacramento de la Confirmación, salvo la mía, que recibí en la parroquia de El Salvador de Valladolid y que hubo que confirmar, valga la redundancia, para poder ser padrino de Ángela, la nieta de mi mujer.
Me piden los padres de Ángela que, para una convivencia que tendrán una semana antes de la Confirmación los sesenta y ocho confirmandos, le escriba una carta, carta que transcribo a continuación:
“Querida
Ángela:
Me
has pedido que sea tu padrino de la Confirmación, sacramento que vas a recibir
el próximo 30 de noviembre. Lo primero que quiero decirte es que me hace
muchísima ilusión y me llena de orgullo haber sido elegido por ti para
acompañarte, no sólo en la ceremonia de la unción e imposición de manos
mediante la cual recibirás los dones del Espíritu Santo, sino también a lo
largo de toda tu vida como creyente católica.
Como
su propio nombre indica, este sacramento confirma a quien lo recibe en la fe
cristiana y en la pertenencia a la Iglesia católica que se hizo realidad en el
Bautismo. Pero como el Bautismo lo solemos recibir al poco de nacer, cuando aún
no tenemos conocimiento, la Confirmación, que suele impartirse en torno a los
16 años del confirmando, viene a reafirmar las promesas que, en nombre del
bautizado, hicieron sus padrinos.
No
voy a instruirte en esta carta sobre los compromisos que asumes y los dones del
Espíritu Santo que descienden sobre ti al recibir la Confirmación. Estoy seguro
de que los responsables de tu preparación a este sacramento te habrán puesto
los cimientos para recibirlo con provecho y entrega a Cristo.
Pero
desde la atalaya de mis muchos años y de tantos olvidos, sí quiero comunicarte
lo que para mí es la esencia de la fe cristiana que tú vas a fortalecer en la
Confirmación: el amor al prójimo. Con lo cual no hago sino recordar el
principal mandamiento que Jesús nos dio: que nos amáramos unos a otros como Él
nos amó. En mí más una aspiración que un cumplimiento.
Cuando
te ponga mi mano sobre tu hombro en la ceremonia de la Confirmación te
comunicaré humildemente este deseo.
Te
quiere con todo el corazón el marido de tu abu.
Alberto”
Al
llegar delante del sacerdote oficiante, con mi mano derecha sobre el hombre
izquierdo de Ángela, tengo que pronunciar su nombre, y el sacerdote le impone
las manos en un gesto que transmite los dones del Espíritu Santo. No sé si a
otros padrinos y madrinas les pasaría, pero a mí se me saltan las lágrimas de
emoción.
Y si por dentro los jóvenes confirmados están espiritualmente renovados y fortalecidos, por fuera están elegantes y guapos, con traje oscuro y corbata los chicos y falda larga las chicas.
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