20 de diciembre de 2020

Dios humano

 Las palabras y la vida 

El primer libro de la Biblia, el Génesis, nos presenta a Dios como creador del universo y, muy en especial, del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y hembra” (Gén 1, 28). En esta versión de la creación del hombre se basa la creencia cristiana en el origen divino del ser humano: los seres humanos, varón y hembra, somos imagen de Dios.

Pero también cabe dar la vuelta a esta afirmación y sostener que en Dios hay una realidad humana. Tal interpretación es la base del antropomorfismo, que el Diccionario de la Real Academia Española define en la segunda acepción como: “Conjunto de creencias o de doctrinas que atribuyen a la divinidad la figura o las cualidades del ser humano”.

En el Credo, la profesión de la fe cristiana, proclamamos los creyentes: “Creo en Dios, Padre todopoderoso”. Es decir, creemos que Dios es padre, padre de su Hijo unigénito, pero también padre nuestro, como nos enseñó a rezar el mismo Jesús. Ahora bien, la paternidad es una cualidad propia de los seres humanos, que compartimos con la mayoría de los animales.

En el citado libro del Génesis, en el capítulo 2, aparece Dios dando a Adán el mandato de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Y en el capítulo 3, Yahvé Dios, “que se paseaba por el jardín al fresco de la tarde”, llamó al hombre: “¿Dónde estás?”. O sea, que Dios habla con el hombre y se pasea por el Edén al atardecer. La palabra es una cualidad exclusiva del ser humano. Y pasear también es algo que nos gusta y caracteriza.

Es muy posible que los hombres solo seamos capaces de concebir y representar a la divinidad con propiedades y rasgos humanos. Y si llegamos a atribuir a Dios cualidades como la omnipotencia o la omnisciencia, lo hacemos negando o sublimando las carencias y las debilidades humanas. Dios nunca es el “absolutamente otro”.

Ahora bien, donde culmina esta humanización de Dios es en la creencia sobre la que se basa la celebración cristiana de la Navidad: Dios se hace hombre. En un relato de suma belleza literaria y puesta en escena luminosa, que ha inspirado a pintores como el Giotto y Leonardo da Vinci, el arcángel Gabriel anuncia a María que dará a luz un hijo, que será Hijo del Altísimo. Y Jesús, Hijo de Dios, no solo nace y crece, “en edad, sabiduría y gracia”, sino que como hombre sufre, en la pasión, y muere, en la cruz.

En estos tiempos aciagos de la pandemia que no remite, conmemorar que Jesús, el Hijo de Dios, nació, sufrió y murió por nosotros, pero que, según las Escrituras, también resucitó al tercer día de entre los muertos, alimentará la esperanza de cuantos creemos en su palabra de que superaremos la covid-19.

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