14 de marzo de 2021

Los últimos

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hablaba yo en mi escrito de la semana pasada de “Las primeras y los primeros”, refiriéndome a las avanzadillas que se adelantan en el tiempo, las primeras flores, las primeras mariposas, y a las personas o cosas que ocupan un puesto de preeminencia en alguna cualidad o competición.

Frente a esta precedencia temporal o cualitativa, está la situación de las personas o cosas que en una serie no tienen a nadie por detrás de ellas, es decir, que son las últimas.

Recuerdo que en una carrera ciclista en la que participé a mis quince años llegué el último a la meta, siendo recibido por unos burlones aplausos. Aunque no soy aficionado al fútbol, suelo mirar la clasificación de los equipos en la Liga Santander para ver qué puesto ocupa el Valladolid de mi ciudad natal. Que, por cierto, ha salido de los lugares de descenso.

Sin embargo, no todo es negativo en la adscripción al término postrero. En ciertas expresiones hay una connotación de nostalgia. Así, por ejemplo, en “El último samurái”, o en “El último romántico”, o en “Los últimos días del Edén”, se añoran tiempos heroicos, o personajes admirados, o paraísos de inmarcesible comunión con la naturaleza.

En el Evangelio (Mateo 20, 1-16) hay un pasaje en que el dueño de una viña contrata, en distintas horas del día, a jornaleros para que trabajen en su propiedad. A la hora de pagar, el administrador comienza por los últimos y les entrega el denario convenido. Los primeros se imaginan que recibirían más y, al percibir también un denario, protestan contra el propietario. “Los últimos apenas han trabajado una hora y les pagas igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor”. A lo que contesta el dueño: “Amigo, no te hago ningún agravio, ¿no convenimos en un denario al día? Pues toma lo que te corresponde y márchate. Si yo quiero dar a este postrero lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer con mis bienes lo que quiero? ¿O has de ver con malos ojos que yo sea bueno?”. Y concluye esta parábola: “Así los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”.

Frase que ha pasado al acervo de los dichos castellanos: “Los últimos serán los primeros en el reino de los cielos”. Y se ha querido utilizar como consuelo para los pobres que en esta vida pasan hambre y penurias, pero que serán compensados con la dicha eterna.

No, la justicia que Jesús proclama en el Evangelio no remite a otra vida después de la muerte. Remite a este mundo, un mundo en el que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados y los sordos oyen”.

Acabar con todos estos males físicos, con el hambre, con la pobreza, con la soledad, es responsabilidad de todos los que habitamos esta tierra. Así nos juzgará la justicia de Dios: “Porque tuve hambre y me diste de comer”.

Así, aquí y ahora, los últimos serán los primeros.

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