Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Hablaba
yo en mi escrito de la semana pasada de “Las primeras y los
primeros”, refiriéndome a las avanzadillas que se adelantan en el tiempo, las
primeras flores, las primeras mariposas, y a las personas o cosas que ocupan un
puesto de preeminencia en alguna cualidad o competición.
Frente
a esta precedencia temporal o cualitativa, está la situación de las personas o
cosas que en una serie no tienen a nadie por detrás de ellas, es decir, que son
las últimas.
Recuerdo
que en una carrera ciclista en la que participé a mis quince años llegué el
último a la meta, siendo recibido por unos burlones aplausos. Aunque no soy
aficionado al fútbol, suelo mirar la clasificación de los equipos en la Liga
Santander para ver qué puesto ocupa el Valladolid de mi ciudad natal. Que, por
cierto, ha salido de los lugares de descenso.
Sin
embargo, no todo es negativo en la adscripción al término postrero. En ciertas
expresiones hay una connotación de nostalgia. Así, por ejemplo, en “El último
samurái”, o en “El último romántico”, o en “Los últimos días del Edén”, se
añoran tiempos heroicos, o personajes admirados, o paraísos de inmarcesible
comunión con la naturaleza.
En
el Evangelio (Mateo 20, 1-16) hay un pasaje en que el dueño de una viña
contrata, en distintas horas del día, a jornaleros para que trabajen en su
propiedad. A la hora de pagar, el administrador comienza por los últimos y les
entrega el denario convenido. Los primeros se imaginan que recibirían más y, al
percibir también un denario, protestan contra el propietario. “Los últimos
apenas han trabajado una hora y les pagas igual que a nosotros, que hemos
soportado el peso del día y del calor”. A lo que contesta el dueño: “Amigo, no
te hago ningún agravio, ¿no convenimos en un denario al día? Pues toma lo que
te corresponde y márchate. Si yo quiero dar a este postrero lo mismo que a ti,
¿no puedo hacer con mis bienes lo que quiero? ¿O has de ver con malos ojos que
yo sea bueno?”. Y concluye esta parábola: “Así los últimos serán los primeros,
y los primeros serán los últimos”.
Frase
que ha pasado al acervo de los dichos castellanos: “Los últimos serán los
primeros en el reino de los cielos”. Y se ha querido utilizar como consuelo
para los pobres que en esta vida pasan hambre y penurias, pero que serán
compensados con la dicha eterna.
No,
la justicia que Jesús proclama en el Evangelio no remite a otra vida después de
la muerte. Remite a este mundo, un mundo en el que “los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos son curados y los sordos oyen”.
Acabar
con todos estos males físicos, con el hambre, con la pobreza, con la soledad,
es responsabilidad de todos los que habitamos esta tierra. Así nos juzgará la
justicia de Dios: “Porque tuve hambre y me diste de comer”.
Así,
aquí y ahora, los últimos serán los primeros.
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