Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
A estas alturas de la campaña
electoral, cuando faltan seis días para que acudamos a votar, la inmensa
mayoría de los llamados a las urnas tienen ya decidido a qué partido político
van a dar su voto.
Y si hemos de dar crédito a
las encuestas, todas, a excepción de la del CIS de Tezanos, pronostican una
amplia victoria del Partido Popular y de su candidato Alberto Núñez Feijóo.
Queda por decidir si esa
victoria permitirá a Núñez Feijóo gobernar en solitario, o necesitará los votos
de Vox para superar a Pedro Sánchez, que ya ha afirmado que se aliará con las
fuerzas políticas que le hagan falta para permanecer en La Moncloa, su único
objetivo.
O sea, que si la suma de los
votos conseguidos por el PSOE, por Sumar y por el resto de partidos
nacionalistas, independentistas, filoterroristas y terroristas convictos, más
los pequeños representantes de regiones que quieran prestarse a dar su apoyo a
Sánchez a cambio de alguna prebenda, superara a la posible unión del PP y Vox,
tendríamos de nuevo otros cuatro años de gobierno Frankenstein, al que yo
llamaría más bien gobierno antiEspaña.
Sin embargo, opino que esta
posibilidad ya no se la cree ni el propio Pedro Sánchez, aunque se vea obligado
a sobreactuar, en especial después del varapalo que, a juicio de la mayor parte
de los analistas, le propinó Feijóo en el cara a cara celebrado en Atresmedia.
“A mí –se pensaba Pedro
Sánchez, el rey del monólogo, que proponía nada menos que seis cara a cara con
Feijóo– este candidato provinciano no me dura ni un asalto”. Aún debe de estar
rumiando su aplastante derrota a manos de un inexperto, sólo acostumbrado a
obtener mayorías absolutas en su feudo gallego.
Ahora bien, de la misma
manera que Pedro Sánchez y el PSOE se equivocaron al minusvalorar las
posibilidades de Feijóo y del PP en las elecciones autonómicas y municipales,
no cabe descartar que Feijóo y el PP se confíen en las encuestas y, en un
vuelco inesperado, sean derrotados por Sánchez, el PSOE y su colección de
posibles aliados, muchos de los cuales estarían prohibidos en los países de
asentadas democracias de la Unión Europea.
Otra gran incógnita que me
asalta en estos últimos días previos a la votación del 23 de julio podría
formularse de la siguiente manera: por qué el PP ha aceptado los votos o la
abstención de Vox para alcanzar la presidencia de la Comunidad Valenciana, de
Baleares o de Extremadura, y se ha negado a pactar con Vox en Murcia y, de cara
a las generales, no parece dispuesto a contar con los diputados de Vox en caso
de necesitarlos para superar al PSOE de Pedro Sánchez y a toda la interesada
amalgama de aliados.
Vox es el mismo partido
constitucional que ha aceptado participar con el PP en el gobierno de la
Comunidad Valenciana y en el de Extremadura, como ya lo hace en el de Castilla
y León.
No entenderían los votantes
del PP que Vox sea un aliado digno de confianza en unas comunidades autónomas y
en otras no. Y que no se cuente con sus escaños para alcanzar la presidencia
del Gobierno.
Yo creo que la presencia de
Vox en un posible gobierno presidido por Núñez Feijóo sería una garantía
inmejorable de que el PP afronte las reformas y las derogaciones necesarias, no
sólo para salvar la economía, sino para llevar a cabo los cambios necesarios en
los campos de la cultura, de la educación, del abandonado sector primario, de
una industria igualmente descuidada en pro de un turismo estacional, de la
sanidad con alarmante falta de médicos, de la memoria histórica sin falsos
relatos ideológicos, de la independencia de las instituciones y muy en concreto
del poder judicial, de la inmigración ilegal, de las medianas y pequeñas
empresas, de la vivienda, del paro juvenil…
Lean el programa de Vox y
encontrarán sobrados motivos para votar a este partido, que no se limitará a
llevar a la presidencia del Gobierno a Núñez Feijóo, sino que velará desde
puestos clave en ese gobierno por la regeneración de una España maltratada,
cuando no olvidada o hasta negada por socialistas, comunistas, nacionalistas,
independentistas, filoterroristas y terroristas convictos.
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