13 de octubre de 2017

Notas de viaje

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Mientras el tren avanza a casi 300 kilómetros por hora, contemplo el paisaje árido que se me ofrece a través de la ventanilla. Me alegro de haberme dejado en casa el libro de relatos que tenía preparado para traerme y leer durante el viaje. No me capta la película de la pequeña pantalla en el techo del vagón, que además distingo con dificultad. Hemos salido mis hermanos y yo de la estación Madrid-Atocha en el AVE de las 11:30 con destino a Figueres-Vilafant, aunque nosotros nos bajaremos en Camp Tarragona.
En el asiento junto al mío, una mujer joven ha desplegado sobre la mesa toda una oficina transportable: el ordenador portátil, una tablet y el móvil, que interconecta con los otros aparatos, a la vez que se coloca en los oídos unos pequeños auriculares. Quiero decir que, a diferencia de lo que me ha ocurrido en otros viajes, no tengo ocasión de conversar con mi vecina de asiento.
Y me concentro en las impresiones y las ideas que me vienen a la mente, suscitadas por lo que ven mis ojos: grandes extensiones de tierras pardas y secas, pero que aparecen cuidadosamente aradas, aunque en todo el viaje no he divisado a un solo labrador ni un tractor.
Es la primera vez que utilizo el AVE a Cataluña, mientras que he viajado en el tren de alta velocidad varias veces a Córdoba. Soy de la opinión de que uno de los factores que más ha contribuido a la modernización y al desarrollo de España han sido las líneas del AVE, o de los trenes Alvia y Avant, así como la extraordinaria mejora de las redes de cercanías. Mientras los coches en autopistas no pueden superar los 120 km/h, el AVE más que duplica esta cifra en la mayor parte de su recorrido.
Antes de la primera parada, que será en Calatayud, recorremos campos de las provincias de Madrid y Guadalajara. ¿Qué se cultiva en tales tierras, como digo bien labradas? ¿Cereales, frutos secos, heno? No lo sé, ni importa a efectos de la reflexión que se me impone: en medio de tanta tecnología, de tanta mejora de los medios de locomoción y transporte, de la informática que permite entre otras muchas cosas trabajar en el tren, seguimos dependiendo de la agricultura, de la madre tierra que labran los trabajadores del sector primario. Solo he visto un rebaño de ovejas a la ida y otro en el viaje de vuelta. Alternan con las tierras de labor zonas pobladas de encinas, ese resistente árbol de hoja perenne que se presta a la ganadería de porcino en dehesas, que por estos pagos no me parece descubrir.
Más adelante, ya en la provincia de Zaragoza, nos saludan las enormes aspas de aerogeneradores y brillan al sol algunos terrenos cubiertos de paneles solares. Es decir, que resulta admirable que un país como España, que no ha sido bendecido por la riqueza en fuentes fósiles de energía como el petróleo y el gas natural, que tampoco cuenta con una industria pesada de consideración y que sufre largos períodos como el presente de sequía, ocupe el puesto decimocuarto de la economía mundial en función del PIB.
Pasan por mi observatorio circulante pueblos pequeños con grandes iglesias. Ya en la provincia de Lérida se suceden campos de regadío y plantaciones de frutales.
La estación del AVE en Tarragona se llama Camp Tarragona y, en efecto, está en medio del campo, como la de Guiomar en Segovia, pero a diferencia de esta se halla situada a 17 kilómetros de la estación de ferrocarril de la capital. El tren sigue a Barcelona y Gerona. O sea que Cataluña es la única Comunidad Autónoma que tiene a sus provincias unidas por el AVE. Muchos catalanes son conscientes de la prosperidad que han conseguido estando unidos al resto de España. Y en Vilanova y la Geltrú, meta de nuestro viaje, solo divisamos en unos pocos balcones banderas esteladas. ¿Son tantos los partidarios de la independencia como pretenden hacernos creer las mentiras nacionalistas y un referendo ilegal y tramposo?
En Vilanova reside nuestro hermano mayor, que lucha desde hace doce años contra un cáncer de lengua. Conserva una cabeza lúcida y una asombrosa memoria. Su mujer le cuida con amorosa entrega, y sus hijos y nietos le acompañan con cariño en esta dolorosa etapa.
Así, la última nota de este viaje es triste. Pero no solo. Consigno la oportunidad de manifestar nuestro amor al hermano querido.


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