24 de mayo de 2020

Los números en tiempos de pandemia


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Los números han servido desde tiempos remotos como prueba objetiva para expresar la cantidad de personas o cosas de una determinada especie. Han gozado de un indudable prestigio en la demostración de hechos o ideas. Nadie discutirá que 2 + 2 son 4, o que 4 es más que 2.
En la actual pandemia que padecemos a causa del coronavirus, los números también han sido utilizados por los gobernantes y los expertos para demostrar el avance o el retroceso de la infección por el covid-19.
Con las cantidades expresadas por los números se han elaborado curvas que muestran gráficamente cómo han ido creciendo o decreciendo los contagiados, los fallecidos y los recuperados.
Uno de estos gráficos que tengo ante la vista muestra la evolución de las muertes diarias desde el 9 de marzo hasta el día en que escribo este artículo, el 21 de mayo. El “pico” de la curva, por utilizar la jerga de los supuestos especialistas, se produjo el 1 de abril con 950 fallecidos.
De pasada, aunque no tiene que ver con los números, no me resisto a comentar cómo se habla solo de contagiados, muertos y recuperados, sin el innecesario y cansino desdoblamiento en contagiados y contagiadas, muertos y muertas, y recuperados y recuperadas. Algo bueno en medio del caos.
Pues bien, volviendo a las cantidades utilizadas para la confección de tales gráficos, los problemas y las preguntas se acumulan si queremos saber los criterios y los informes que se han tenido en cuenta en cada caso. En el número de infectados, ¿se ha contabilizado solo a los detectados por test o pruebas fiables? En las cifras de fallecidos y recuperados ¿se han incluido únicamente los comunicados por los hospitales?
Con ser graves las deficiencias que han arrojado los diferentes cómputos, hay un aspecto que, a mi juicio, encierra una mayor gravedad: se utilizan los fríos números y los porcentajes para quitar dramatismo a tragedias humanas. ¡Por Dios, que estamos hablando de personas contagiadas o muertas, personas con nombres y apellidos, con una historia en su pasado y un futuro que les ha sido arrebatado, con unos familiares y amigos desolados, que ni siquiera les han podido acompañar y darles un último adiós!
Malditos números que nos ocultan los féretros y las camas de las UCI.
Malditos números con que los ineptos gobernantes y los no menos ineptos expertos tratan de esconder su nefasta gestión de la crisis, como si los contagios y las muertes fueran una calamidad de la que ellos no son en absoluto responsables.
Todavía hemos de alegrarnos de que, gracias a los sucesivos estados de alarma y al consiguiente confinamiento decretados por el desgobierno de Sánchez, no hayamos tenido 300.000 muertos, cálculo esgrimido por el presidente para justificar sus medidas coercitivas y sin aportar la base de tal cifra.
Vayamos ahora a los números con los que se adereza la ruina económica a la que nos encaminamos. Todos los parámetros de los que nos informan los mismos miembros del Gobierno, los organismos de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco de España anuncian una recesión económica y una destrucción de empresas y de empleo muy superiores a las de la crisis de 2008.
No reproduzco aquí las cifras y los porcentajes de la caída del PIB, del aumento de la deuda pública, del número de parados, etc., porque cuando se publique esta columna las previsiones de los desastres habrán crecido.
A mí siempre me han desbordado los grandes números, pues carezco de un término de comparación para entenderlos. Ya me cuesta valorar los precios de pisos y otros inmuebles, que son muy superiores de manera incalculable a mis ingresos y gastos ordinarios.
Si Sánchez anuncia al comienzo de la pandemia con insólito desparpajo una inyección de 200.000 millones de euros para créditos y ayudas a las empresas, me resulta a mí y a la mayoría de quienes nos movemos en sueldos y pensiones que no superan los 2.000 euros, oiga y contentos si los alcanzamos, una cifra que no significa nada. Y los 16.000 millones prometidos a las comunidades autónomas, no reembolsables, ¿cómo se distribuirán entre ellas? ¿Con qué criterios se asignarán? ¿Serán un medio de comprar voluntades y votos, o de castigar oposiciones?
Merkel y Macron han propuesto un fondo de 500.000 millones de euros, ¡medio billón!, para la reconstrucción de los países más castigados por la pandemia y la mala gestión de la misma. De nuevo, si no ponen ese medio billón de euros en un contexto comparativo con otros presupuestos e inversiones, es como si me hablan en chino.
Una última cuestión que tiene que ver con los números y con el país asiático en el que se originó el coronavirus: si este virus no es un ser vivo y, por tanto, no se reproduce ni multiplica, ¿cómo se ha expandido por todo el mundo causando millones de contagios y cientos de miles de muertes?

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