Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Los números han servido
desde tiempos remotos como prueba objetiva para expresar la cantidad de
personas o cosas de una determinada especie. Han gozado de un indudable prestigio
en la demostración de hechos o ideas. Nadie discutirá que 2 + 2 son 4, o que 4
es más que 2.
En la actual pandemia
que padecemos a causa del coronavirus, los números también han sido utilizados
por los gobernantes y los expertos para demostrar el avance o el retroceso de
la infección por el covid-19.
Con las cantidades
expresadas por los números se han elaborado curvas que muestran gráficamente
cómo han ido creciendo o decreciendo los contagiados, los fallecidos y los
recuperados.
Uno de estos gráficos
que tengo ante la vista muestra la evolución de las muertes diarias desde el 9
de marzo hasta el día en que escribo este artículo, el 21 de mayo. El “pico” de
la curva, por utilizar la jerga de los supuestos especialistas, se produjo el 1
de abril con 950 fallecidos.
De pasada, aunque no
tiene que ver con los números, no me resisto a comentar cómo se habla solo de
contagiados, muertos y recuperados, sin el innecesario y cansino desdoblamiento
en contagiados y contagiadas, muertos y muertas, y recuperados y recuperadas.
Algo bueno en medio del caos.
Pues bien, volviendo a
las cantidades utilizadas para la confección de tales gráficos, los problemas y
las preguntas se acumulan si queremos saber los criterios y los informes que se
han tenido en cuenta en cada caso. En el número de infectados, ¿se ha
contabilizado solo a los detectados por test o pruebas fiables? En las cifras
de fallecidos y recuperados ¿se han incluido únicamente los comunicados por los
hospitales?
Con ser graves las
deficiencias que han arrojado los diferentes cómputos, hay un aspecto que, a mi
juicio, encierra una mayor gravedad: se utilizan los fríos números y los
porcentajes para quitar dramatismo a tragedias humanas. ¡Por Dios, que estamos
hablando de personas contagiadas o muertas, personas con nombres y apellidos,
con una historia en su pasado y un futuro que les ha sido arrebatado, con unos
familiares y amigos desolados, que ni siquiera les han podido acompañar y
darles un último adiós!
Malditos números que nos
ocultan los féretros y las camas de las UCI.
Malditos números con que
los ineptos gobernantes y los no menos ineptos expertos tratan de esconder su
nefasta gestión de la crisis, como si los contagios y las muertes fueran una
calamidad de la que ellos no son en absoluto responsables.
Todavía hemos de
alegrarnos de que, gracias a los sucesivos estados de alarma y al consiguiente
confinamiento decretados por el desgobierno de Sánchez, no hayamos tenido
300.000 muertos, cálculo esgrimido por el presidente para justificar sus medidas
coercitivas y sin aportar la base de tal cifra.
Vayamos ahora a los
números con los que se adereza la ruina económica a la que nos encaminamos.
Todos los parámetros de los que nos informan los mismos miembros del Gobierno,
los organismos de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco
de España anuncian una recesión económica y una destrucción de empresas y de
empleo muy superiores a las de la crisis de 2008.
No reproduzco aquí las
cifras y los porcentajes de la caída del PIB, del aumento de la deuda pública,
del número de parados, etc., porque cuando se publique esta columna las
previsiones de los desastres habrán crecido.
A mí siempre me han
desbordado los grandes números, pues carezco de un término de comparación para
entenderlos. Ya me cuesta valorar los precios de pisos y otros inmuebles, que
son muy superiores de manera incalculable a mis ingresos y gastos ordinarios.
Si Sánchez anuncia al
comienzo de la pandemia con insólito desparpajo una inyección de 200.000
millones de euros para créditos y ayudas a las empresas, me resulta a mí y a la
mayoría de quienes nos movemos en sueldos y pensiones que no superan los 2.000
euros, oiga y contentos si los alcanzamos, una cifra que no significa nada. Y
los 16.000 millones prometidos a las comunidades autónomas, no reembolsables,
¿cómo se distribuirán entre ellas? ¿Con qué criterios se asignarán? ¿Serán un
medio de comprar voluntades y votos, o de castigar oposiciones?
Merkel y Macron han
propuesto un fondo de 500.000 millones de euros, ¡medio billón!, para la
reconstrucción de los países más castigados por la pandemia y la mala gestión
de la misma. De nuevo, si no ponen ese medio billón de euros en un contexto
comparativo con otros presupuestos e inversiones, es como si me hablan en
chino.
Una última cuestión que
tiene que ver con los números y con el país asiático en el que se originó el
coronavirus: si este virus no es un ser vivo y, por tanto, no se reproduce ni
multiplica, ¿cómo se ha expandido por todo el mundo causando millones de
contagios y cientos de miles de muertes?
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