Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Se nos presenta un
panorama desolador tras el confinamiento en nuestras casas durante la etapa más
virulenta –nunca mejor dicho– del coronavirus. Y uno de los sectores en los que
las previsiones son más alarmantes es el laboral.
Si antes de la pandemia la cifra de
parados en España era aterradora, la amplia paralización de la actividad
económica, que solo ha salvaguardado la producción y los servicios esenciales,
ha traído consigo el cierre de empresas, negocios, grandes y pequeños
comercios, centros culturales y de ocio, que se ha traducido en la pérdida
temporal o definitiva de puestos de trabajo.
Las condiciones impuestas por el
Gobierno a la reapertura de empresas, negocios y comercios son tan restrictivas,
supongo que necesariamente si se quiere evitar un recrudecimiento del covid.19,
que muchos empresarios y dueños, por ejemplo, de hoteles, tiendas,
restaurantes, cafeterías y bares deciden continuar con sus establecimientos cerrados
por no resultarles rentable abrirlos y readmitir a sus trabajadores.
Pocos son en el ámbito de la patronal
y menos aún en el de los asalariados quienes cuentan con reservas monetarias
suficientes para mantenerse ellos y a sus familias durante la forzada
inactividad empresarial y laboral.
En los que hemos dado en llamar
“Estados de bienestar” existe el recurso a las subvenciones y ayudas públicas
para las empresas y a los subsidios de desempleo para los que se han quedado
sin trabajo.
Los cierres de empresas y negocios a
causa de la pandemia se unen a los que ya habían cerrado anteriormente por
otros motivos. Y los que han perdido su trabajo por el coronavirus se añaden a
los parados existentes, que ya dependían del subsidio de desempleo.
Entre pensionistas, funcionarios y
parados sumamos casi una tercera parte de la población española, hoy cifrada en
47 millones de habitantes, que dependemos –yo
pertenezco al primer grupo– de las arcas del Estado.
Con la prevista
reducción de los ingresos por la vía de impuestos y cotizaciones, ¿cuánto
aguantará el erario público esta creciente carga sin declararse insolvente y
sin reducir drásticamente, o incluso suprimir, las prestaciones?
Si ya la deuda del Estado
era agobiante antes de la actual pandemia, en la pospandemia –si llegamos a
ella– será decididamente insostenible.
El Gobierno reclama y
espera la ayuda de la Unión Europea. ¿Cómo llegará esta, en forma de
“mutualización de la deuda” o en la forma más drástica del rescate? Pues las
autoridades económicas de la UE parecen haber descartado los eurobonos o una
especie de “Plan Marshall” para la reconstrucción.
No son los subsidios,
aunque en algún momento y temporalmente necesarios para la subsistencia de colectivos
e individuos, la mejor forma de crear empleo y puestos de trabajo.
El socialismo y el
comunismo que nos gobiernan –es un decir– prefieren que todos dependamos de los
poderes públicos en vez de estimular la iniciativa privada. Los socialismos no
democráticos y los comunismos solo han creado pobreza y falta de libertades
dondequiera se han implantado.
Se da el contrasentido
de que los titulares de la cúpula del Ministerio de Trabajo se jacten de los
millones de euros que han pagado en subsidios a los sin trabajo. Debería
cambiar de nombre y denominarse Ministerio de Desempleo.
La renta mínima de
inserción, o cualquier otro subsidio universal, aparte de no cubrir más que
precariamente las mínimas necesidades vitales, y a menudo ni eso, de individuos
y familias, no podrá mantenerse indefinidamente. Será pan para hoy y hambre
para mañana.
¿Y qué hará entretanto
esa legión de parados con su tiempo libre, que ahora serán las veinticuatro
horas del día?
Solía decirse que la
principal obligación y ocupación del desocupado era buscar trabajo. Pero, en la
situación que se avecina, ¿dónde buscarlo?
El trabajo puede ser una
carga y una maldición bíblica, recuerden: “Ganarás el pan con el sudor de tu
frente”. Solo en contadas ocasiones y para pocas personas puede convertirse, de
condición necesaria para vivir, en fuente de satisfacción y realización
personal. Pero el ocio forzoso, lejos de contribuir al grato esparcimiento y al
cultivo del espíritu, será causa de trastornos psíquicos y físicos.
O sea, ¿que no hay salida
a esta aporía? Sí la hay. Pero, como en otras muchas situaciones y crisis de la
historia, tenemos que dejar de confiarlo todo a los gobernantes y a los
políticos, más preocupados de sus intereses partidistas y personales que del
bien común. La iniciativa de individuos y grupos no dependientes de los
gobiernos de turno, la sociedad civil que, contra lo que algunos
interesadamente sostienen, sí existe, hallará, ya las está hallando, soluciones
a los problemas que el covid-19 y una incompetente y tardía gestión de la
crisis ha generado.
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