18 de mayo de 2020

El trabajo en la pospandemia


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Se nos presenta un panorama desolador tras el confinamiento en nuestras casas durante la etapa más virulenta –nunca mejor dicho– del coronavirus. Y uno de los sectores en los que las previsiones son más alarmantes es el laboral.
Si antes de la pandemia la cifra de parados en España era aterradora, la amplia paralización de la actividad económica, que solo ha salvaguardado la producción y los servicios esenciales, ha traído consigo el cierre de empresas, negocios, grandes y pequeños comercios, centros culturales y de ocio, que se ha traducido en la pérdida temporal o definitiva de puestos de trabajo.
Las condiciones impuestas por el Gobierno a la reapertura de empresas, negocios y comercios son tan restrictivas, supongo que necesariamente si se quiere evitar un recrudecimiento del covid.19, que muchos empresarios y dueños, por ejemplo, de hoteles, tiendas, restaurantes, cafeterías y bares deciden continuar con sus establecimientos cerrados por no resultarles rentable abrirlos y readmitir a sus trabajadores.
Pocos son en el ámbito de la patronal y menos aún en el de los asalariados quienes cuentan con reservas monetarias suficientes para mantenerse ellos y a sus familias durante la forzada inactividad empresarial y laboral.
En los que hemos dado en llamar “Estados de bienestar” existe el recurso a las subvenciones y ayudas públicas para las empresas y a los subsidios de desempleo para los que se han quedado sin trabajo.
Los cierres de empresas y negocios a causa de la pandemia se unen a los que ya habían cerrado anteriormente por otros motivos. Y los que han perdido su trabajo por el coronavirus se añaden a los parados existentes, que ya dependían del subsidio de desempleo.
Entre pensionistas, funcionarios y parados sumamos casi una tercera parte de la población española, hoy cifrada en 47 millones de habitantes, que dependemos –yo pertenezco al primer grupo– de las arcas del Estado.
Con la prevista reducción de los ingresos por la vía de impuestos y cotizaciones, ¿cuánto aguantará el erario público esta creciente carga sin declararse insolvente y sin reducir drásticamente, o incluso suprimir, las prestaciones?
Si ya la deuda del Estado era agobiante antes de la actual pandemia, en la pospandemia –si llegamos a ella– será decididamente insostenible.
El Gobierno reclama y espera la ayuda de la Unión Europea. ¿Cómo llegará esta, en forma de “mutualización de la deuda” o en la forma más drástica del rescate? Pues las autoridades económicas de la UE parecen haber descartado los eurobonos o una especie de “Plan Marshall” para la reconstrucción.
No son los subsidios, aunque en algún momento y temporalmente necesarios para la subsistencia de colectivos e individuos, la mejor forma de crear empleo y puestos de trabajo.
El socialismo y el comunismo que nos gobiernan –es un decir– prefieren que todos dependamos de los poderes públicos en vez de estimular la iniciativa privada. Los socialismos no democráticos y los comunismos solo han creado pobreza y falta de libertades dondequiera se han implantado.
Se da el contrasentido de que los titulares de la cúpula del Ministerio de Trabajo se jacten de los millones de euros que han pagado en subsidios a los sin trabajo. Debería cambiar de nombre y denominarse Ministerio de Desempleo.
La renta mínima de inserción, o cualquier otro subsidio universal, aparte de no cubrir más que precariamente las mínimas necesidades vitales, y a menudo ni eso, de individuos y familias, no podrá mantenerse indefinidamente. Será pan para hoy y hambre para mañana.
¿Y qué hará entretanto esa legión de parados con su tiempo libre, que ahora serán las veinticuatro horas del día?
Solía decirse que la principal obligación y ocupación del desocupado era buscar trabajo. Pero, en la situación que se avecina, ¿dónde buscarlo?
El trabajo puede ser una carga y una maldición bíblica, recuerden: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Solo en contadas ocasiones y para pocas personas puede convertirse, de condición necesaria para vivir, en fuente de satisfacción y realización personal. Pero el ocio forzoso, lejos de contribuir al grato esparcimiento y al cultivo del espíritu, será causa de trastornos psíquicos y físicos.
O sea, ¿que no hay salida a esta aporía? Sí la hay. Pero, como en otras muchas situaciones y crisis de la historia, tenemos que dejar de confiarlo todo a los gobernantes y a los políticos, más preocupados de sus intereses partidistas y personales que del bien común. La iniciativa de individuos y grupos no dependientes de los gobiernos de turno, la sociedad civil que, contra lo que algunos interesadamente sostienen, sí existe, hallará, ya las está hallando, soluciones a los problemas que el covid-19 y una incompetente y tardía gestión de la crisis ha generado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario