Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Cuando se acerca el
miércoles, día en el que desde el 26 de abril de 2006 El Adelantado de Segovia
publica un artículo mío en su sección de Opinión –gracias por tu confianza,
querida directora–, miro a mi alrededor o dentro de mí en busca de un tema que
pueda interesar a los lectores.
Puede ocurrir que
tenga que elegir entre varias posibilidades, o que haya una que se imponga claramente
a las demás, o –lo que es peor– que no vea con nitidez de qué puedo escribir
con un mínimo de solvencia e interés.
Hace un par de
semanas, en la presentación del libro “Prensa, democracia y libertad”, obra del
maestro de periodistas Antonio Fontán, me encontré con otro gran periodista,
Ramón Pi, cuyos escritos hacía tiempo que yo echaba de menos en la prensa
diaria.
–Me he jubilado –me
dijo– y ahora puedo dedicarme a leer, sin la urgencia de mandar al periódico o
a la revista con los que colaboraba el obligado artículo.
Y me confesó la
desazón que a veces experimenta el articulista al enfrentarse a la página en
blanco, hoy más bien a la pantalla vacía del ordenador.
En ocasiones, hay
quien, con buena voluntad, me sugiere algún asunto del que tratar en “Las
palabras y la vida”.
–Ahí tienes un
artículo.
Pero lo que a mi
interlocutor le parece interesante, a mí, que soy quien tiene que tratarlo,
puede dejarme indiferente. Y tengo la experiencia de que los temas que hallan
un mayor eco en los lectores suelen ser los más inesperados.
Despliego el abanico
de opciones que se me presentaban para el artículo del miércoles 5 de julio, o
sea, hoy:
–La brillante idea de
la “plurinacionalidad”, alumbrada en el último Congreso Federal del PSOE.
–Mi lucha, cada día
más enconada, para abrir envases de todo tipo.
–El calor, los
aparatos de aire acondicionado y los ventiladores de toda la vida.
–Los cuarenta años
transcurridos desde las primeras elecciones democráticas, en las que votamos
con una ilusión que hoy parece defraudada por motivos no siempre aclarados.
–El calor y el cambio
climático.
–El reciente convenio
firmado entre la FES (Federación Empresarial Segoviana) y la Concejalía de
Cultura del Ayuntamiento de Segovia capital, al frente de la cual está mi admirada
Marifé Santiago Bolaños, incansable en su labor de filósofa, escritora y
generadora de ideas y proyectos, con el objetivo de potenciar el trabajo
conjunto en pro de una mayor presencia cultural en los distintos ámbitos
ciudadanos.
–El calor que aún nos
espera en el verano que acaba de comenzar…
Si el criterio para
elegir el tema de mi artículo semanal fuera la materia predominante de
conversación de mis convecinos, no hay duda de que debería escribir sobre las
altas temperaturas que este año se han adelantado a la canícula oficial,
seguidas de un acusado descenso.
En resumidas cuentas,
que he acabado dedicando al tiempo atmosférico el espacio que me resta de
columna.
Alterno actualmente
mi residencia habitual espinariega con estancias en Madrid. Recuerdo cuando en
los veranos de mi adolescencia en El Espinar llegaba de Madrid mi abuelo
Fernando Baró, se ponía una chaquetilla de pijama, se sentaba en el jardín del
chalet situado en la calle que hoy lleva su nombre y le decía a mi abuela Mama
Luisa:
–Esto es vida,
Luisita.
Una joven venida de
Córdoba a la Estación de El Espinar salió la noche del fin de semana provista
de un jersey, mientras sus amigas, en camiseta sin mangas, la miraban
extrañadas.
–Es que tengo frío.
Pero el frío, el
relente de las noches de El Espinar, aunque a nuestro parecer no sea tan fresco
como antaño, es grato y natural. Nada que ver con el frío artificial de los
aparatos de aire acondicionado que, en mí, han vuelto a reavivar el dolor del
hombro derecho que ya creía definitivamente superado.
Y la semana pasada,
al llegar de Madrid, El Espinar, haciendo honor a su clima serrano, me recibió
con algo más que frescor: ¡de madrugada el termómetro marcaba 6 grados!
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