Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
De
manera natural propendemos al mimetismo, a copiar o seguir las modas, a no ser
que luchemos expresamente contra ellas.
Hubo
un tiempo, especialmente en las décadas de los años sesenta y setenta, en que
proliferó la piratería aérea, con distintas motivaciones y finalidades, sobre
todo en Hispanoamérica, sin descartar el terrorismo y el contagio.
El
mimetismo me continúa llamando la atención en algunos comportamientos que
observo a mi alrededor y me pregunto cuáles serán los motivos que llevan a las
personas a adoptarlos.
Así
han proliferado, sobre todo en gente joven, los pantalones vaqueros con rotos y
los bordes deshilachados, no por el uso, sino que ya los compran así en la
tienda.
Sin
salirnos del atuendo personal, una moda más reciente es la de mostrar las
mujeres un escote más pronunciado de lo normal.
También
en jóvenes y además en famosos observo una abundancia de tatuajes. ¿Qué
encontrarán de placentero o atractivo en hacerse grabar dibujos, figuras o
nombres en la piel? Lo que hace algún tiempo, no sabría decir cuánto, era una
excentricidad, hoy se ha extendido como una plaga en individuos de distinta
condición.
Me
dicen que las tales marcas son indelebles o muy difíciles de quitar si te cansas
de ellas, o si se trata del nombre de una pareja de la que te has separado, a
la que has dejado de querer, o ella te ha abandonado a ti.
Me
viene a la memoria la inolvidable copla de Concha Piquer, Tatuaje, después cantada también por Ana Belén y Víctor Manuel, a
mi gusto sin comparación posible. “Él vino en un barco de nombre extranjero, /
lo encontré en el puerto un anochecer / cuando el blanco faro sobre los veleros
/ su beso de plata dejaba caer. / Era hermoso y rubio como la cerveza, / el
pecho tatuado con un corazón, / en su voz amarga había la tristeza / doliente y
cansada del acordeón.”
Sí,
el pecho tatuado con un corazón, pero también el brazo con un nombre de mujer.
Ella le busca de puerto en puerto, de mostrador en mostrador…
¿Se
arrepintió Melanie Griffith de haberse hecho tatuar el nombre de Antonio (Banderas),
creo que en el hombro, cuando se divorciaron?
Nos
empeñamos en que las cosas humanas sean perennes, cuando son por definición
temporales. Los tatuajes son la prueba palpable de ese afán de hacer permanente
lo efímero.
Me
pregunta mi mujer cómo reconoceremos a los seres queridos en la otra vida,
cuando ya no quede piel, ni tatuaje en ella si lo hubo.
¡Cómo
si yo lo supiera! Los creyentes creen en la inmortalidad del alma. Yo, sin
estar seguro, me agarro a mi identidad y a la identidad de aquellos a quienes
conocí y amé.
Sin dejarme llevar por la tendencia a adoptar como propios los comportamientos o las opiniones ajenos.
Hoy también, siempre, das en el clavo, pero ¿te entenderán los tatuados, pantalones rotos, y más miméticos... muchos, que andan sueltos muy orondos ellos...?
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