13 de noviembre de 2017

Preservar la infancia

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Queremos que nuestros hijos o nietos pequeños crezcan. Celebramos los avances que muestran en su desarrollo corporal, mental, afectivo. Los padres siguen con el mayor interés los aprendizajes que sus hijos llevan a cabo en el colegio. Les ayudan en los deberes que les mandan los profesores. Se preocupan si las notas que sacan no son satisfactorias, se alegran y los alaban cuando “progresan adecuadamente”.
¡Los niños tienen tanto que aprender: el habla, la lectura, la escritura, y progresivamente las demás asignaturas! Y lo que es más importante, como hoy subrayan todos los enfoques pedagógicos y educativos, deben adquirir las competencias que hagan posible el dominio de conocimientos y destrezas para que los estudiantes de hoy puedan el día de mañana integrarse en la sociedad, desempeñar una profesión o un oficio y encontrar un puesto de trabajo digno.
“¿Quién no ha visto alguna vez el brillo en los ojos de un niño cuando se le pregunta qué quiere ser de mayor? ¿Quién no recuerda la profesión con la que soñaba de niño? Por regla general, esas profesiones giran en torno a salvar vidas, realizar importantes avances científicos, luchar por la justicia, transmitir emociones a través del arte o educar a los niños del futuro”. Quien así se expresa en el editorial que abre la edición del Panorama de la educación 2017. Indicadores de la OCDE es Ángel Gurría, Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Cuando los pedagogos, psicólogos y otros expertos hablan de “preservar la infancia”, ¿se están oponiendo a este legítimo afán de los padres y de los mismos niños por madurar, por demostrar cómo aumentan sus saberes y habilidades?
Por supuesto que no. Lo que nos recomiendan a todos los que tratamos con niños es que no nos dejemos llevar por unos patrones de conducta que incitan a niños y niñas a adoptar prematuramente hábitos, formas de actuar y de vestirse propias de adultos.
En concursos de belleza como el de Miss Teen en Estados Unidos, adolescentes y jóvenes de 15 a 19 años se muestran en biquini, peinadas y maquilladas como las modelos de más edad que ven y admiran en la televisión y en las pasarelas de moda. Y, como nos alertan educadores y estudiosos del comportamiento infantil, esta emulación de formas adultas de arreglarse y pintarse se ha extendido a edades inferiores, incluso desde los diez años. Niñas que se esfuerzan por parecer sexy, por gustar, dando una importancia desmedida a resultar bellas y atractivas. Los niños tampoco están libres del deseo de copiar modelos de famosos que airean los medios de comunicación, sobre todo televisivos, y la publicidad.
El inocente juego de disfrazarse con la ropa de mamá o de papá contrasta con el empeño de niños y adolescentes por dar a su apariencia física un superficial atractivo sexual, en una subversión de valores que desdeña los más elevados, como son la inteligencia, la creatividad, la amistad, la comunicación con los iguales.
La infancia es la reserva afectiva para ulteriores etapas de la vida, que a menudo pueden estar marcadas por la dura competencia, la soledad, los desengaños amorosos, la lucha por la subsistencia, la muerte o el abandono de seres queridos.
“Preservemos la niñez de nuestros hijos”, nos emplaza Félix López, catedrático de Psicología de la Sexualidad en la Universidad de Salamanca. Y propone que “desde la escuela se incluyan contenidos éticos en educación sexual” para que las relaciones afectivas y amorosas estén impregnadas de gozo y preparen el terreno a una madurez que llegará a su tiempo sin atajos.
Permitamos que los niños jueguen, que sean felices siendo niños.
Mi admirada poeta, filóloga y gran amiga Beatriz Villacañas nos deleitaba en un reciente recital con poemas de su último libro La voz que me despierta, como el dedicado “A un escritor llamado Frank”: “Fuiste aquel niño, Frank, que perseguía / de sombra a sombra al sol y a muchas luces, / empapado de lluvia cada día”.
 Sí, el niño que todos llevamos dentro “al dolor lo nutre de alegría”. Cuando las sombras se ciernan sobre nosotros, dejemos brillar las luces de la infancia.


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