Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Queremos que nuestros
hijos o nietos pequeños crezcan. Celebramos los avances que muestran en su
desarrollo corporal, mental, afectivo. Los padres siguen con el mayor interés
los aprendizajes que sus hijos llevan a cabo en el colegio. Les ayudan en los
deberes que les mandan los profesores. Se preocupan si las notas que sacan no
son satisfactorias, se alegran y los alaban cuando “progresan adecuadamente”.
¡Los niños tienen
tanto que aprender: el habla, la lectura, la escritura, y progresivamente las
demás asignaturas! Y lo que es más importante, como hoy subrayan todos los
enfoques pedagógicos y educativos, deben adquirir las competencias que hagan
posible el dominio de conocimientos y destrezas para que los estudiantes de hoy
puedan el día de mañana integrarse en la sociedad, desempeñar una profesión o
un oficio y encontrar un puesto de trabajo digno.
“¿Quién no ha visto
alguna vez el brillo en los ojos de un niño cuando se le pregunta qué quiere
ser de mayor? ¿Quién no recuerda la profesión con la que soñaba de niño? Por
regla general, esas profesiones giran en torno a salvar vidas, realizar
importantes avances científicos, luchar por la justicia, transmitir emociones a
través del arte o educar a los niños del futuro”. Quien así se expresa en el
editorial que abre la edición del Panorama de la educación 2017. Indicadores
de la OCDE es Ángel Gurría, Secretario General de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Cuando los pedagogos,
psicólogos y otros expertos hablan de “preservar la infancia”, ¿se están
oponiendo a este legítimo afán de los padres y de los mismos niños por madurar,
por demostrar cómo aumentan sus saberes y habilidades?
Por supuesto que no.
Lo que nos recomiendan a todos los que tratamos con niños es que no nos dejemos
llevar por unos patrones de conducta que incitan a niños y niñas a adoptar
prematuramente hábitos, formas de actuar y de vestirse propias de adultos.
En concursos de
belleza como el de Miss Teen en Estados Unidos, adolescentes y jóvenes de 15 a
19 años se muestran en biquini, peinadas y maquilladas como las modelos de más
edad que ven y admiran en la televisión y en las pasarelas de moda. Y, como nos
alertan educadores y estudiosos del comportamiento infantil, esta emulación de
formas adultas de arreglarse y pintarse se ha extendido a edades inferiores,
incluso desde los diez años. Niñas que se esfuerzan por parecer sexy, por
gustar, dando una importancia desmedida a resultar bellas y atractivas. Los
niños tampoco están libres del deseo de copiar modelos de famosos que airean
los medios de comunicación, sobre todo televisivos, y la publicidad.
El inocente juego de
disfrazarse con la ropa de mamá o de papá contrasta con el empeño de niños y
adolescentes por dar a su apariencia física un superficial atractivo sexual, en
una subversión de valores que desdeña los más elevados, como son la
inteligencia, la creatividad, la amistad, la comunicación con los iguales.
La infancia es la
reserva afectiva para ulteriores etapas de la vida, que a menudo pueden estar
marcadas por la dura competencia, la soledad, los desengaños amorosos, la lucha
por la subsistencia, la muerte o el abandono de seres queridos.
“Preservemos la niñez
de nuestros hijos”, nos emplaza Félix López, catedrático de Psicología de la
Sexualidad en la Universidad de Salamanca. Y propone que “desde la escuela se
incluyan contenidos éticos en educación sexual” para que las relaciones
afectivas y amorosas estén impregnadas de gozo y preparen el terreno a una
madurez que llegará a su tiempo sin atajos.
Permitamos que los
niños jueguen, que sean felices siendo niños.
Mi admirada poeta,
filóloga y gran amiga Beatriz Villacañas nos deleitaba en un reciente recital
con poemas de su último libro La voz que me despierta, como el dedicado “A un
escritor llamado Frank”: “Fuiste aquel niño, Frank, que perseguía / de sombra a
sombra al sol y a muchas luces, / empapado de lluvia cada día”.
Sí, el niño que todos llevamos dentro “al
dolor lo nutre de alegría”. Cuando las sombras se ciernan sobre nosotros,
dejemos brillar las luces de la infancia.
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