19 de noviembre de 2017

Aunque solo sea un lector

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

El miércoles de la semana pasada, o sea el 8 de noviembre, varios lectores de mis artículos en El Adelantado de Segovia me preguntaron si había puesto punto final a mi colaboración en este periódico, pues ese día no aparecía mi columna en la sección de Opinión. La directora me había informado previamente que, por razones de reorganización de las colaboraciones, trasladaban mis artículos a los sábados.
¿Que el fin de semana podré contar con más lectores potenciales? Es posible. Pero en esto de los seguidores de mis escritos periodísticos nunca se sabe.
Cuando en alguna ocasión me habían entrevistado en un programa de televisión, a la mañana siguiente los vecinos con los que me cruzaba en la calle me comentaban sin excepción:
–Anoche te vimos en la tele.
El eco que me llega de mis artículos en El Adelantado y de mis libros es menor, aunque tal vez tenga más valor.
En cualquier caso, mientras las fuerzas físicas y la lucidez mental me lo permitan, seguiré aprovechando la privilegiada tribuna que nuestro diario me brinda en la tercera página, desde el 26 de abril de 2006, fecha en la que se publicó mi primer artículo. Gracias, querida directora Teresa.
El mencionado artículo se titulaba “El laísmo y la claridad” y trataba de explicar, en tono de humor, en qué consiste el leísmo, a saber, la utilización del pronombre ‘le’ en lugar del más correcto ‘lo’ cuando se refiere a personas en función de complemento directo. La mayoría de los hispanohablantes de Iberoamérica utilizan correctamente ‘lo’ en vez de ‘le’, aunque ‘le’ esté admitido cuando, como digo, hace referencia a personas. No sucede lo mismo con el laísmo, o sea, el uso del pronombre ‘la’ en función de complemento indirecto: “La dije (a ella)…”. Mal. Lo ortodoxo es “Le dije…”, aunque nos dirijamos a una mujer. Pero –y aquí venía mi nota humorística–, al emplear ‘la’, queda claro que hablamos a una mujer, sin necesidad de añadir “a ella”.
–Alberto, no te esfuerces –me decía un docto amigo de San Rafael después de leer el artículo en cuestión–, la mayoría de los hablantes españoles no saben lo que es un complemento directo o indirecto.
Mis artículos llevan el encabezamiento genérico de “Las palabras y la vida”, y es verdad que, con frecuencia, abordo temas relacionados con el lenguaje, materia en la que, sin ser académico de la lengua, me considero suficientemente experto.
Porque a menudo se nos achaca a los periodistas y articulistas que nos atrevemos a tratar de los asuntos más variados sin estar en posesión de los títulos que acreditarían nuestra capacitación para hablar de política, de economía, de meteorología, de educación, de literatura y demás artes, de medicina y sanidad, etc.
A este reproche contesto que los articulistas no pretendemos sentar cátedra en cualquiera de las disciplinas de las que nos ocupamos, sino que nos limitamos a exponer nuestra opinión. “Opinión” se denomina la sección de El Adelantado en cuyas páginas escribo.
Y para justificar mi supuesta osadía, quiero hacer constar que un artículo mío, con una extensión de dos hojas DIN A4, exige por lo general un trabajo de documentación de muchas horas.
Cuando a mi padre, el periodista y escritor Francisco Javier Martín Abril, le preguntaban cuánto tiempo necesitaba para escribir un artículo solía responder: “Para redactarlo, un par de horas, pero para concebirlo, toda la vida”.
Vivir con las antenas extendidas para captar las ideas, las inquietudes, los problemas, las alegrías y las penas que experimentan quienes comparten con nosotros la andadura siempre apasionante de la existencia es un buen aval para dar validez a los escritos que publicamos los articulistas entre los que me cuento.
En marzo de este año inauguré en la Red un blog en el que cuelgo escritos míos y de otros autores, entre ellos mis artículos de El Adelantado, siempre después de publicados en el periódico para que este conserve la primicia. Pues bien, en el momento de escribir estas líneas, el número de visitas a mi blog asciende a 2.564.
El artículo que usted, querido lector, tiene ante los ojos hace el número 599 de los publicados en El Adelantado.
La mayor satisfacción del escritor, mejor dicho, su razón de ser, es contar, aunque solo sea, con un lector. Y esto, en un tiempo en el que prima la ley del mínimo esfuerzo y en el que la imagen y la realidad virtual absorben las mentes de chicos y grandes, para quienes muchas veces la lectura resulta una tarea penosa.



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