Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
El miércoles de la
semana pasada, o sea el 8 de noviembre, varios lectores de mis artículos en El
Adelantado de Segovia me preguntaron si había puesto punto final a mi
colaboración en este periódico, pues ese día no aparecía mi columna en la
sección de Opinión. La directora me había informado previamente que, por
razones de reorganización de las colaboraciones, trasladaban mis artículos a
los sábados.
¿Que el fin de semana
podré contar con más lectores potenciales? Es posible. Pero en esto de los
seguidores de mis escritos periodísticos nunca se sabe.
Cuando en alguna
ocasión me habían entrevistado en un programa de televisión, a la mañana
siguiente los vecinos con los que me cruzaba en la calle me comentaban sin
excepción:
–Anoche te vimos en
la tele.
El eco que me llega
de mis artículos en El Adelantado y de mis libros es menor, aunque tal vez
tenga más valor.
En cualquier caso,
mientras las fuerzas físicas y la lucidez mental me lo permitan, seguiré
aprovechando la privilegiada tribuna que nuestro diario me brinda en la tercera
página, desde el 26 de abril de 2006, fecha en la que se publicó mi primer
artículo. Gracias, querida directora Teresa.
El mencionado
artículo se titulaba “El laísmo y la claridad” y trataba de explicar, en tono
de humor, en qué consiste el leísmo, a saber, la utilización del pronombre ‘le’
en lugar del más correcto ‘lo’ cuando se refiere a personas en función de
complemento directo. La mayoría de los hispanohablantes de Iberoamérica
utilizan correctamente ‘lo’ en vez de ‘le’, aunque ‘le’ esté admitido cuando,
como digo, hace referencia a personas. No sucede lo mismo con el laísmo, o sea,
el uso del pronombre ‘la’ en función de complemento indirecto: “La dije (a
ella)…”. Mal. Lo ortodoxo es “Le dije…”, aunque nos dirijamos a una mujer. Pero
–y aquí venía mi nota humorística–, al emplear ‘la’, queda claro que hablamos a
una mujer, sin necesidad de añadir “a ella”.
–Alberto, no te
esfuerces –me decía un docto amigo de San Rafael después de leer el artículo en
cuestión–, la mayoría de los hablantes españoles no saben lo que es un
complemento directo o indirecto.
Mis artículos llevan
el encabezamiento genérico de “Las palabras y la vida”, y es verdad que, con
frecuencia, abordo temas relacionados con el lenguaje, materia en la que, sin
ser académico de la lengua, me considero suficientemente experto.
Porque a menudo se
nos achaca a los periodistas y articulistas que nos atrevemos a tratar de los
asuntos más variados sin estar en posesión de los títulos que acreditarían
nuestra capacitación para hablar de política, de economía, de meteorología, de
educación, de literatura y demás artes, de medicina y sanidad, etc.
A este reproche
contesto que los articulistas no pretendemos sentar cátedra en cualquiera de
las disciplinas de las que nos ocupamos, sino que nos limitamos a exponer
nuestra opinión. “Opinión” se denomina la sección de El Adelantado en cuyas
páginas escribo.
Y para justificar mi
supuesta osadía, quiero hacer constar que un artículo mío, con una extensión de
dos hojas DIN A4, exige por lo general un trabajo de documentación de muchas
horas.
Cuando a mi padre, el
periodista y escritor Francisco Javier Martín Abril, le preguntaban cuánto
tiempo necesitaba para escribir un artículo solía responder: “Para redactarlo,
un par de horas, pero para concebirlo, toda la vida”.
Vivir con las antenas
extendidas para captar las ideas, las inquietudes, los problemas, las alegrías
y las penas que experimentan quienes comparten con nosotros la andadura siempre
apasionante de la existencia es un buen aval para dar validez a los escritos
que publicamos los articulistas entre los que me cuento.
En marzo de este año
inauguré en la Red un blog en el que cuelgo escritos míos y de otros autores,
entre ellos mis artículos de El Adelantado, siempre después de publicados en el
periódico para que este conserve la primicia. Pues bien, en el momento de
escribir estas líneas, el número de visitas a mi blog asciende a 2.564.
El artículo que
usted, querido lector, tiene ante los ojos hace el número 599 de los publicados
en El Adelantado.
La mayor satisfacción
del escritor, mejor dicho, su razón de ser, es contar, aunque solo sea, con un
lector. Y esto, en un tiempo en el que prima la ley del mínimo esfuerzo y en el
que la imagen y la realidad virtual absorben las mentes de chicos y grandes,
para quienes muchas veces la lectura resulta una tarea penosa.
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