2 de noviembre de 2017

Una República nonata

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Al Gobierno de Mariano Rajoy se le ha reprochado, a menudo con razón, actuar tarde y a remolque de los hechos delictivos cometidos por los gobernantes y por el Parlamento de Cataluña. También se le ha acusado, en muchos casos con motivos justificados, de no tener medidas previstas ante lo que venían anunciando que harían los independentistas catalanes.
Sin embargo, el pasado día 27 de octubre, en cuanto el pleno del Senado dio luz verde a una aplicación, por cierto bastante limitada, del Artículo 155 de la Constitución Española, el presidente Rajoy y su gabinete, reunidos en un Consejo de Ministros extraordinario, salieron de su habitual parsimonia y tomaron con insólita rapidez una serie de decisiones que esa misma noche fueron publicadas en el BOE.
Claro que habían tenido tiempo más que sobrado para preparar la respuesta a la declaración unilateral de independencia, tantas veces anunciada y aplazada, que esa tarde habían ratificado en votación secreta unos parlamentarios acobardados ante las posibles consecuencias administrativas y penales que podía acarrearles su acción.
Consecuencias que, como digo, en esta ocasión no se han hecho esperar. Por de pronto, el presidente Puigdemont, el vicepresidente Junqueras y los demás consejeros de la Generalidad han sido destituidos de sus cargos y funciones, y el Parlament ha sido disuelto.
Me lamentaba y extrañaba yo en mi artículo “¿Qué va a pasar en Cataluña?”, publicado el miércoles de la semana anterior en esta página de El Adelantado, de que los máximos responsables de la violación de las leyes vigentes siguieran libres y jactándose de hacer caso omiso de las sentencias del Tribunal Constitucional y de otras instancias judiciales. Porque el golpe de Estado había sido ya perpetrado por el Parlament en la aprobación de las leyes del Referéndum y de Transitoriedad los días 6 y 7 de septiembre. La celebración del anunciado Referéndum el 1 de octubre, aunque careciera de las mínimas garantías de validez jurídica y democrática, fue un paso más en ese golpe de Estado, que ninguna presunta mayoría ni supuesto mandato del pueblo catalán puede justificar, ni legalizar, ni legitimar.
Los mismos independentistas saben que la independencia no goza en Cataluña de un apoyo mayoritario, por más que se falseen las cifras de participación y de votos a favor de una República catalana independiente.
Pero lo más llamativo en la declaración de independencia por el Parlament es la insólita improvisación que denota tal acto parlamentario. ¿No llevan los gobernantes independentistas preparando la secesión durante años? Pues, siendo esto así, ¿cómo no habían previsto la reacción del Gobierno de la Nación y del Estado español?
Y con ser grave esta falta de previsión, desde su misma óptica separatista, aún mayor gravedad e irresponsabilidad entraña la ausencia de respuestas a múltiples cuestiones concretas para la puesta en marcha de una República catalana independizada de España. Se han hartado de afirmar que una Cataluña independiente seguiría dentro de la Unión Europea, cuando todas las autoridades de esta organización han afirmado reiteradamente lo contrario.
¿Cómo no habían contado con la fuga masiva de las principales empresas asentadas en Cataluña? ¿Cómo podrá la República catalana independiente financiarse sin las ayudas del Banco Central Europeo y del Fondo de Liquidez Autonómico español? ¿Qué moneda será de curso legal en la Cataluña independiente, una vez que no pueda circular el euro? ¿Qué organismo pagará las nóminas de los funcionarios, incluidos los mismos gobernantes y parlamentarios catalanes, en una República que está técnicamente en quiebra? ¿Quién abonará las pensiones a los jubilados, quién hará frente a los gastos de la Sanidad y la Educación? ¿Será la bandera oficial de la Cataluña independiente la señera o la estelada?
Sí hemos oído que siguen cantando como himno “nacional” Els Segadors, cuya letra a mí me parece terrible, pero no aprecié alegría ni entusiasmo en los parlamentarios y alcaldes independentistas que lo entonaron.
Todo ello me lleva a la conclusión de que ni los mismos independentistas se creían que la República catalana separada de España iba en serio. Tan poco en serio que su vida ha sido nonata.


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