Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
La
declaración del estado de alarma por el covid-19 nos cogió a mi mujer y a mí en
Madrid, y en Madrid hemos pasado el confinamiento al que las autoridades
sanitarias sometieron a la población para intentar preservarla del contagio por
el funesto coronavirus.
Hablo en
pretérito, pero el causante de la pandemia, de los cientos de miles de
infectados y de los fallecimientos cuyo número los responsables del Ministerio
de Sanidad aún se resisten a reconocer, sigue activo entre nosotros.
Me cuentan
que, la noche en que iban a levantarse las restricciones a la circulación entre
distintas comunidades autónomas, el aparcamiento del Alto del León estaba
abarrotado de coches que, al dar las doce, salieron de estampía hacia San
Rafael y El Espinar. Por circunstancias ajenas a las medidas de prevención del
covid-19, mi mujer y yo no hemos podido trasladarnos a nuestra residencia
espinariega hasta el viernes de la semana pasada. Conduje con mayor precaución
que la habitual, por la falta de práctica al volante debida a la obligada
inmovilidad. No veíamos el momento de sentir el abrazo de los añorados montes y
pinares.
Desde mi
infancia y adolescencia, la espera de los veraneos en el pueblo serrano que inauguraran
para la familia mis abuelos maternos Fernando Baró y Luisa Morón inundaba de
luz y de ilusión las invernales jornadas vallisoletanas.
Una vez
afincado en El Espinar, el retorno a esta villa, aunque solo sea tras cortas
ausencias, siempre me ha producido y todavía produce honda emoción. La vuelta a
su aire puro, a sus cielos azules, a los perfiles circundantes de montes tantas
veces contemplados y recorridos, después de la forzada reclusión en Madrid, ha
sido la mejor cura de los posibles estragos de la pandemia.
En San
Rafael y El Espinar residen mis hijos y nietos, a los que aún no he podido
abrazar, pero sí visitar y estar y comer con ellos.
Estoy
escribiendo estas líneas sentado en el jardín de mi casa. Los arces, más
frondosos que nunca, me impiden contemplar el Caloco. “Santo Cristo del Caloco
/ de El Espinar tan querido…”. Querido pueblo y queridos vecinos, con los que
me paro a conversar a través de las incómodas y necesarias mascarillas que a
veces me impiden o dificultan reconocer a mis interlocutores.
Somos
supervivientes, pero no olvidamos a quienes nos han dejado. Los fallecidos han
transitado a una nueva dimensión; a los que quedamos nos espera una vida que ya
no podrá ser como la que llevábamos antes de la pandemia.
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