Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Si algo han dejado claro las pasadas elecciones del 28-A es
que la mayoría de los votantes no votan en función de la corrupción o no
corrupción de los partidos políticos. Si se guiaran por la ética o la falta de
ética de las formaciones que se presentan a esta convocatoria electoral no
habrían concedido la victoria al PSOE de Pedro Sánchez, un político que ha
demostrado durante su menos de un año de gobierno una total ausencia de respeto
a la verdad y a sus propias promesas, y que ha antepuesto su interés personal
al bien común de los ciudadanos y de España.
Al principio de su mandato, después de la moción de censura,
pareció que Sánchez estaba dispuesto a regenerar la vida política, destituyendo
a su ministro de Cultura y Deporte Màxim Huerta por defraudar a Hacienda, y a la
ministra de Sanidad Carmen Montón por plagiar su trabajo Fin de Máster. Pero
ahí se acabó el afán regenerador del entonces presidente, pues habiendo
afirmado solemnemente en 2015 que “Si alguien crea una sociedad interpuesta
para pagar menos impuestos estará fuera”, pasó por alto que su ministro de
Ciencia, Innovación y Universidades Pedro Duque y la administradora única
provisional de RTVE Rosa María Mateo habían incurrido en esa práctica
reprobable y los mantuvo en sus cargos. Como sostuvo a la ministra de Educación
y portavoz del Gobierno Isabel Celaá a pesar de su falta de transparencia al no
incluir en su declaración de bienes el valor de un chalé de más de un millón y
medio de euros. Y no permitió Sánchez que dimitiera su ministra de Justicia,
justamente reprobada en el Congreso y en el Senado por sus inmorales y
probablemente también ilegales compadreos, o mejor dicho comadreos, con el
excomisario Villarejo y el juez condenado por prevaricación Baltasar Garzón, en
los que llegó a llamar “maricón” a su colega el ministro de Interior Fernando
Grande Marlasca y hablar de supuestos tratos con menores en Colombia de
compañeros del Supremo y de la Fiscalía, caso que nunca denunció.
También había declarado Sánchez que “En Alemania dimiten por
plagiar una tesis”, lo que él no hizo cuando se demostró que había plagiado su
tesis doctoral.
La principal responsabilidad de los actos de Pedro Sánchez,
como de cualquier político y gobernante, es suya. Pero parte de culpa la tienen
los electores que, conociendo o debiendo conocer la trayectoria de Pedro
Sánchez, le han votado.
Suele afirmarse que el pueblo, al elegir democráticamente a
un gobernante, no se equivoca. La historia está llena de ejemplos que
atestiguan lo contrario.
Por ceñirnos a casos recientes de resultados electorales, el
PP de Mariano Rajoy en 2011, cuando ya eran manifiestos los casos de corrupción
de Bárcenas y la trama Gürtel, obtuvo la mayoría absoluta con 10.866.566 votos
y 186 diputados.
En la Comunidad Autónoma de Andalucía ha estado gobernando
el PSOE con el respaldo del pueblo andaluz durante 38 años a pesar de los
escándalos de los cursos de formación y de los ERE. Incluso en las últimas
elecciones autonómicas el PSOE de Susana Díaz fue la fuerza más votada, solo
desbancada del poder por la suma de PP, Ciudadanos y Vox.
El PP de Pablo Casado, un político que ha demostrado estar
dispuesto a no tolerar casos de corrupción en su partido, ha cosechado el peor
resultado de esta formación en toda su historia.
La coalición Unidas Podemos –con este nombre parecen querer
excluir a los hombres–, siendo así que en los debates de la campaña electoral
Pablo Iglesias mostró una imagen de mayor moderación y hasta de
constitucionalista citando varios artículos de la Constitución Española, ha
perdido en las elecciones del 28-A más de un millón de votos y 29 escaños.
Quiero decir con estos ejemplos que, a la hora de decidir su
voto, los votantes tienen en cuenta otras motivaciones y no el deseo de
regenerar la vida política y de castigar conductas poco éticas o claramente
ilegales de los candidatos. Prima en muchos casos la adscripción ideológica del
elector y más en un momento como el actual en el que se ha exacerbado la
división izquierda-derecha.
Ante el miedo de que gobierne la derecha, o más aún la
ultraderecha, los fieles al socialismo cierran filas en torno a su líder,
aunque no hace tanto que fuera desalojado de la Secretaria General del PSOE por
su propia Ejecutiva.
¿Funciona del mismo modo la parroquia de la derecha ante el
temor de que gobierne la izquierda, más aún con el apoyo de la ultraizquierda e
incluso del nacionalismo separatista? No parece que esta fidelidad se haya
cumplido en las elecciones del 28-A, en las que votantes del PP han preferido
votar a candidatos de Ciudadanos y de Vox.
Termino con aquella máxima de Lord Acton de que “El poder
tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por lo cual me
inclino a la actual desaparición de las mayorías absolutas, que impide
gobiernos absolutistas y sin un eficaz control parlamentario. Que este control
supla la falta de interés regenerador de los votantes y de los propios
políticos.
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