5 de mayo de 2019

Regeneración


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Si algo han dejado claro las pasadas elecciones del 28-A es que la mayoría de los votantes no votan en función de la corrupción o no corrupción de los partidos políticos. Si se guiaran por la ética o la falta de ética de las formaciones que se presentan a esta convocatoria electoral no habrían concedido la victoria al PSOE de Pedro Sánchez, un político que ha demostrado durante su menos de un año de gobierno una total ausencia de respeto a la verdad y a sus propias promesas, y que ha antepuesto su interés personal al bien común de los ciudadanos y de España.
Al principio de su mandato, después de la moción de censura, pareció que Sánchez estaba dispuesto a regenerar la vida política, destituyendo a su ministro de Cultura y Deporte Màxim Huerta por defraudar a Hacienda, y a la ministra de Sanidad Carmen Montón por plagiar su trabajo Fin de Máster. Pero ahí se acabó el afán regenerador del entonces presidente, pues habiendo afirmado solemnemente en 2015 que “Si alguien crea una sociedad interpuesta para pagar menos impuestos estará fuera”, pasó por alto que su ministro de Ciencia, Innovación y Universidades Pedro Duque y la administradora única provisional de RTVE Rosa María Mateo habían incurrido en esa práctica reprobable y los mantuvo en sus cargos. Como sostuvo a la ministra de Educación y portavoz del Gobierno Isabel Celaá a pesar de su falta de transparencia al no incluir en su declaración de bienes el valor de un chalé de más de un millón y medio de euros. Y no permitió Sánchez que dimitiera su ministra de Justicia, justamente reprobada en el Congreso y en el Senado por sus inmorales y probablemente también ilegales compadreos, o mejor dicho comadreos, con el excomisario Villarejo y el juez condenado por prevaricación Baltasar Garzón, en los que llegó a llamar “maricón” a su colega el ministro de Interior Fernando Grande Marlasca y hablar de supuestos tratos con menores en Colombia de compañeros del Supremo y de la Fiscalía, caso que nunca denunció.
También había declarado Sánchez que “En Alemania dimiten por plagiar una tesis”, lo que él no hizo cuando se demostró que había plagiado su tesis doctoral.
La principal responsabilidad de los actos de Pedro Sánchez, como de cualquier político y gobernante, es suya. Pero parte de culpa la tienen los electores que, conociendo o debiendo conocer la trayectoria de Pedro Sánchez, le han votado.
Suele afirmarse que el pueblo, al elegir democráticamente a un gobernante, no se equivoca. La historia está llena de ejemplos que atestiguan lo contrario.
Por ceñirnos a casos recientes de resultados electorales, el PP de Mariano Rajoy en 2011, cuando ya eran manifiestos los casos de corrupción de Bárcenas y la trama Gürtel, obtuvo la mayoría absoluta con 10.866.566 votos y 186 diputados.
En la Comunidad Autónoma de Andalucía ha estado gobernando el PSOE con el respaldo del pueblo andaluz durante 38 años a pesar de los escándalos de los cursos de formación y de los ERE. Incluso en las últimas elecciones autonómicas el PSOE de Susana Díaz fue la fuerza más votada, solo desbancada del poder por la suma de PP, Ciudadanos y Vox.
El PP de Pablo Casado, un político que ha demostrado estar dispuesto a no tolerar casos de corrupción en su partido, ha cosechado el peor resultado de esta formación en toda su historia.
La coalición Unidas Podemos –con este nombre parecen querer excluir a los hombres–, siendo así que en los debates de la campaña electoral Pablo Iglesias mostró una imagen de mayor moderación y hasta de constitucionalista citando varios artículos de la Constitución Española, ha perdido en las elecciones del 28-A más de un millón de votos y 29 escaños.
Quiero decir con estos ejemplos que, a la hora de decidir su voto, los votantes tienen en cuenta otras motivaciones y no el deseo de regenerar la vida política y de castigar conductas poco éticas o claramente ilegales de los candidatos. Prima en muchos casos la adscripción ideológica del elector y más en un momento como el actual en el que se ha exacerbado la división izquierda-derecha.
Ante el miedo de que gobierne la derecha, o más aún la ultraderecha, los fieles al socialismo cierran filas en torno a su líder, aunque no hace tanto que fuera desalojado de la Secretaria General del PSOE por su propia Ejecutiva.
¿Funciona del mismo modo la parroquia de la derecha ante el temor de que gobierne la izquierda, más aún con el apoyo de la ultraizquierda e incluso del nacionalismo separatista? No parece que esta fidelidad se haya cumplido en las elecciones del 28-A, en las que votantes del PP han preferido votar a candidatos de Ciudadanos y de Vox.
Termino con aquella máxima de Lord Acton de que “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por lo cual me inclino a la actual desaparición de las mayorías absolutas, que impide gobiernos absolutistas y sin un eficaz control parlamentario. Que este control supla la falta de interés regenerador de los votantes y de los propios políticos.

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