Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
La elevada abstención, de un 50,78 %, que se ha registrado en España en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, unida a la victoria de formaciones de extrema derecha, como la del partido Reagrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, y la irrupción en España de “Se Acabó la Fiesta”, agrupación contestataria liderada por Alvise Pérez, que consiguió tres diputados, han llevado a algunos analistas a hablar de euroesceptisimo, incluso de rechazo expreso a las instituciones de la Unión Europea.
A mí me ha llamado más la atención el hecho de que se haya permitido participar en estas elecciones a partidos comunistas como Sumar y Podemos, aunque hayan obtenido un magro resultado de 3 y 2 escaños respectivamente. Y digo que me ha extrañado tal participación, porque el 18 de septiembre de 2019 el mismo Parlamento Europeo aprobó una resolución en la que se condenaba expresamente los terribles crímenes cometidos por los comunistas en toda Europa sin excepción. Crímenes que los actuales miembros de Sumar y Podemos nunca han condenado, por lo que deberían estar ilegalizados y, desde luego, no poder participar en elecciones al Parlamento Europeo, autor de la mencionada resolución.
Verdad es que el poder ejecutivo en la Unión Europea reside en la Comisión Europea y no en el Parlamento Europeo. Pero la correlación de fuerzas parlamentarias lleva a la creación de los grandes grupos que, a su vez, deciden los cargos de la Comisión Europea, del Consejo Europeo y del Tribunal de Justicia, entre otros organismos.
A mi juicio, no existe en España un rechazo expreso a las instituciones de la Unión Europea. Lo que sí existe es la impotencia en que se ven los ciudadanos de determinados sectores cuando se encuentran perjudicados por decisiones comunitarias ante las que se sienten impotentes. Un ejemplo de esta indefensión son las imposiciones de normas de la PAC (Política Agrícola Común), que les han llevado a huelgas y otras protestas, mientras que las autoridades españolas de los distintos ministerios no han sido capaces de defender los justos intereses del campo español.
La Unión Europea nació como una comunidad supraestatal con intereses sobre todo económicos, recordemos la Comunidad Económica Europea y el Mercado Común. Pero no olvidemos que los líderes que inspiraron la Unión Europea promovieron una zona de paz y estabilidad en un momento histórico en el que acababa de concluir la más cruel guerra entre países europeos que hoy conviven en paz.
Recojo como colofón de este artículo las conclusiones de Ángel Rivero, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, en un artículo publicado en ABC el pasado jueves 13 de junio:
“(…) más allá del europeísmo y del euroescepticismo la identidad europea también se ha expresado con éxito a través de relatos que daban sentido a su proyecto y lo han acompañado en su desarrollo. Los más importantes son los siguientes:
1) Europa como un espacio de paz, formulado tras la Segunda Guerra Mundial, es un relato tan asentado en el imaginario europeo que se daba por descontado hasta la guerra de Ucrania. 2) Europa como espacio de la libertad, acuñado tras la derrota del fascismo, cuando Europa occidental se convirtió en tierra de libertad frente al totalitarismo soviético. (…) Por último, 3) Europa como la tierra del bienestar y seguridad social”.
Con todas las limitaciones que puedan ponerse a estos tres
relatos, no dejemos que su verdad se olvide, sobre todo por generaciones jóvenes y por vendedores
de “fin de fiesta”.
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