16 de diciembre de 2018

Alicia, hermana


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Estabas tan llena de vida…
Llena de vida, cuando naciste, hace 84 años, la mayor de seis hermanos, hija de Alicia y Paco. La saga de las Alicias se prolonga en mi nieta, en una nieta de nuestro hermano Javier y en otra de nuestra hermana Cristina.
Llena de vida, en los juegos de infancia en la soleada galería de la calle López Gómez, y en la Plaza del Museo, la familiar Plazuela, hoy Plaza del Colegio de Santa Cruz, de Valladolid. Allí estaba, y sigue estando, el colegio de carmelitas del Museo, en el que tú estudiaste, sin saber entonces que años más tarde en él serías profesora de Música.
Llena de vida, cuando entraste con 19 años en la orden de las carmelitas de la madre Joaquina de Vedruna, hoy santa canonizada. A nuestro padre, Francisco Javier Martín Abril, le inspiraste unos artículos que luego se reunirían en un libro Cartas a una novicia. “Ya estás ahí, hija mía queridísima, con tus diecinueve años estupendos, tu risa contagiosa, tu charla un poco atropellada, que ahora, por fuerza de las circunstancias, tendrá que convertirse en prolongados silencios y en largos coloquios inefables con el Señor […]. Nosotros, tu madre y yo, nos hemos quedado de repente como vacíos, como sin sombra y sin sol, acurrucados en nuestra casa, que, ya sin ti, nos parece un mundo distinto”.
Llena de vida, cuando en el noviciado de Vitoria hiciste los primeros votos, pobreza, castidad y obediencia, a los que siempre fuiste fiel.
Como fuiste fiel a tu otra vocación, aquel “son divino” que cantara fray Luis de León, la música, perfeccionando tu carrera de piano con el gran maestro José Cubiles, y el gregoriano con tu amiga del alma Merche Iglesias, en cantos que os elevaban a las armonías celestiales.
Llena de vida, en tus sucesivos destinos, Madernia, León, donde, además de las clases de Música, te escapabas con tus alumnas a los montes leoneses, otra de tus grandes aficiones, que hoy llamaríamos senderismo.
Llena de vida, complementando tu labor docente con la publicación de libros como Canciones de flauta y Grandes maestros, escritos a la limón con Merche Iglesias, e ilustrados con dibujos de mi mujer, también fallecida, Ana Bermejo, y Canciones y melodías instrumentales para instrumentos de percusión y flautas dulces, preparadas con María Ángeles Sevillano.
Llena de vida, ayudando a don Domicio en la liturgia, dirigiendo el coro y tocando el órgano en la parroquia vallisoletana de San Andrés. Por estas fechas estarías preparando el concierto de villancicos de Navidad.
Llena de vida, cuidando de nuestros padres, cuando a ellos la vida ya se les iba escapando, por la edad y por la muerte prematura de Nacho, salvajemente asesinado en El Salvador con sus compañeros jesuitas y dos asistentas seglares.
Con nuestro hermano Nacho mantenías especial contacto por teléfono y por carta, cuando en una de aquellas conversaciones te comunicó que en cualquier momento podían matarle, por ponerse al lado de los pobres y dar voz a los sin voz.
Este mes de noviembre ya no pudiste asistir a la ofrenda floral que, conmemorando su muerte, qué digo, su nueva vida, familiares, amigos y profesores y alumnos del Colegio Ignacio Martín Baró hacen todos los años ante el monolito dedicado a su memoria y a la de su compañero jesuita, el también vallisoletano Segundo Montes.
Porque tu vida, Alicia, hermana por doble título, estuvo, sí claro, dedicada a Dios, pero al Dios que está en los hermanos. Como diría el Principito de Saint-Exupéry, tu vida se tradujo en “crear lazos”, de amistad, de amor.
Por donde pasaste hiciste el bien. He citado ya Madernia, León y el colegio del Museo, pero no me olvido de los humildes barrios de la Rondilla y la Cañada, en los que también desarrollaste tu abnegada labor.
En todos ellos has dejado amigas y amigos, que en la misa corpore insepulto dicen un último adiós a tu cuerpo sin vida, junto a la comunidad de hermanas carmelitas del Ave María, que te han cuidado con amorosa dedicación cuando ya la vida, de la que habías estado tan llena, te iba abandonando.
El pasado 17 de noviembre, día de la ofrenda floral a Nacho y Segundo, aún nos reconociste a tus hermanos, Cristina, Jeromo, Angelina y yo. Estabas muy guapa en tu silla de ruedas y me apretabas la mano.
Ahora vives en nosotros, en todos los que te queremos y somos afortunados por haber convivido con una persona generosa, alegre, luchadora, vital y, en el profundo sentido de la palabra, buena.
Cuando nos encontremos en el espíritu y en la luz, ya sin las ataduras corporales, te reconoceremos en tu “risa contagiosa”, en el humor y el amor que siempre emanaba de todo tu ser.
Ahora formas con nuestros padres, con nuestros hermanos Javier y Nacho, con todos nuestros antepasados y con cuantos nos precedieron en los caminos de Jesús de Nazaret, la “bóveda palpitante”, bajo la que yo, entre lágrimas, me cobijo.

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