Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Estabas tan llena de vida…
Llena de vida, cuando naciste, hace 84 años, la mayor de
seis hermanos, hija de Alicia y Paco. La saga de las Alicias se prolonga en mi
nieta, en una nieta de nuestro hermano Javier y en otra de nuestra hermana
Cristina.
Llena de vida, en los juegos de infancia en la soleada
galería de la calle López Gómez, y en la Plaza del Museo, la familiar Plazuela,
hoy Plaza del Colegio de Santa Cruz, de Valladolid. Allí estaba, y sigue
estando, el colegio de carmelitas del Museo, en el que tú estudiaste, sin saber
entonces que años más tarde en él serías profesora de Música.
Llena de vida, cuando entraste con 19 años en la orden de
las carmelitas de la madre Joaquina de Vedruna, hoy santa canonizada. A nuestro
padre, Francisco Javier Martín Abril, le inspiraste unos artículos que luego se
reunirían en un libro Cartas a una novicia. “Ya estás ahí, hija mía
queridísima, con tus diecinueve años estupendos, tu risa contagiosa, tu charla
un poco atropellada, que ahora, por fuerza de las circunstancias, tendrá que
convertirse en prolongados silencios y en largos coloquios inefables con el
Señor […]. Nosotros, tu madre y yo, nos hemos quedado de repente como vacíos,
como sin sombra y sin sol, acurrucados en nuestra casa, que, ya sin ti, nos
parece un mundo distinto”.
Llena de vida, cuando en el noviciado de Vitoria hiciste
los primeros votos, pobreza, castidad y obediencia, a los que siempre fuiste
fiel.
Como fuiste fiel a tu otra vocación, aquel “son divino”
que cantara fray Luis de León, la música, perfeccionando tu carrera de piano
con el gran maestro José Cubiles, y el gregoriano con tu amiga del alma Merche
Iglesias, en cantos que os elevaban a las armonías celestiales.
Llena de vida, en tus sucesivos destinos, Madernia, León,
donde, además de las clases de Música, te escapabas con tus alumnas a los
montes leoneses, otra de tus grandes aficiones, que hoy llamaríamos senderismo.
Llena de vida, complementando tu labor docente con la
publicación de libros como Canciones de
flauta y Grandes maestros,
escritos a la limón con Merche Iglesias, e ilustrados con dibujos de mi mujer,
también fallecida, Ana Bermejo, y Canciones
y melodías instrumentales para instrumentos de percusión y flautas dulces, preparadas
con María Ángeles Sevillano.
Llena de vida, ayudando a don Domicio en la liturgia,
dirigiendo el coro y tocando el órgano en la parroquia vallisoletana de San
Andrés. Por estas fechas estarías preparando el concierto de villancicos de
Navidad.
Llena de vida, cuidando de nuestros padres, cuando a
ellos la vida ya se les iba escapando, por la edad y por la muerte prematura de
Nacho, salvajemente asesinado en El Salvador con sus compañeros jesuitas y dos
asistentas seglares.
Con nuestro hermano Nacho mantenías especial contacto por
teléfono y por carta, cuando en una de aquellas conversaciones te comunicó que
en cualquier momento podían matarle, por ponerse al lado de los pobres y dar
voz a los sin voz.
Este mes de noviembre ya no pudiste asistir a la ofrenda
floral que, conmemorando su muerte, qué digo, su nueva vida, familiares, amigos
y profesores y alumnos del Colegio Ignacio Martín Baró hacen todos los años
ante el monolito dedicado a su memoria y a la de su compañero jesuita, el
también vallisoletano Segundo Montes.
Porque tu vida, Alicia, hermana por doble título, estuvo,
sí claro, dedicada a Dios, pero al Dios que está en los hermanos. Como diría el
Principito de Saint-Exupéry, tu vida se tradujo en “crear lazos”, de amistad,
de amor.
Por donde pasaste hiciste el bien. He citado ya Madernia,
León y el colegio del Museo, pero no me olvido de los humildes barrios de la
Rondilla y la Cañada, en los que también desarrollaste tu abnegada labor.
En todos ellos has dejado amigas y amigos, que en la misa
corpore insepulto dicen un último adiós a tu cuerpo sin vida, junto a la
comunidad de hermanas carmelitas del Ave María, que te han cuidado con amorosa
dedicación cuando ya la vida, de la que habías estado tan llena, te iba
abandonando.
El pasado 17 de noviembre, día de la ofrenda floral a
Nacho y Segundo, aún nos reconociste a tus hermanos, Cristina, Jeromo, Angelina
y yo. Estabas muy guapa en tu silla de ruedas y me apretabas la mano.
Ahora vives en nosotros, en todos los que te queremos y
somos afortunados por haber convivido con una persona generosa, alegre,
luchadora, vital y, en el profundo sentido de la palabra, buena.
Cuando nos encontremos en el espíritu y en la luz, ya sin
las ataduras corporales, te reconoceremos en tu “risa contagiosa”, en el humor
y el amor que siempre emanaba de todo tu ser.
Ahora formas con nuestros padres, con nuestros hermanos Javier
y Nacho, con todos nuestros antepasados y con cuantos nos precedieron en los
caminos de Jesús de Nazaret, la “bóveda palpitante”, bajo la que yo, entre
lágrimas, me cobijo.
En momentos como éste un silencioso abrazo es el mejor canto a la vida.
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